Confesión de Henri Désir

Rivas Groot
José Manuel Groot. La era del progreso, 1849. Acuarela sobre papel. 33 x 23 cm. Colección Rivas Sacconi

En la ciudad de Bogotá, a 28 de septiembre de 1828, Monseñor Marco Emigdio Sánchez, acompañado del licenciado José Morgaez, pasó al calabozo de Henri Désir, quien ante mí, escribano, juró por Dios Nuestro Señor decir, bajo su gravedad, toda la verdad en lo que fuera preguntado; y siéndolo por su patria y religión, dijo que era natural de Rouen, Francia, y que no debía haber preocupación por su testimonio, pues  su religión era la verdad.

Preguntado si sabía la razón de su inminente fusilamiento, con la mirada puesta en el agente de su Santidad como en una carroña, dijo que moriría porque el clero conservador quería tapar con un pequeño retazo oscuro, la inconmensurable claridad que Santander y sus amigos, entre quienes él mismo se contaba, estaban desplegando sobre el cielo capitalino.

Preguntado el motivo de publicar en su Gaceta (recogida y quemada en el acto por oportunos aliados del Libertador) una sarta de calumnias en contra de la integridad de la señora Manuela Saénz, dijo que nada de oprobio tenía lo publicado pues eran palabras robadas de la boca de la misma señora, y que verdad sabida era por todo el pueblo sus amoríos con el general Santander y, en ausencia de los generales de la libertad, con cuantos pudieran pagar sus servicios idílicos, razón por la cual teníamos que ser muy ingenuos para creer que el asalto a la casa de gobierno pretendía asesinar al tirano (quien, al oír ladrar los perros en la noche y ver las sombras de los militares alargadas por la luna jamás vista en Europa, lanzóse por la ventana desnudo sin dar tiempo a su amante de abrir la boca ni siquiera) y no la de hacer sólo de uno la voluptuosa patria de un cuerpo y unos besos.

Preguntada la justificación de su estadía en la Gran Colombia, aseveró haber venido con Bolívar de París entusiasmado con la idea de escribir sobre la revolución, pero al ver el rumbo anómalo al que espueleaba la política a las recientes naciones, decidió combatir con el sable de la palabra la gran decepción encontrada de este lado del mar. Con una calma extraña para alguien a quien van a matar, dijo ser descendiente de Rabelais y que, encantado, si pudiera, orinaría desde la Catedral Primada, como Gargantúa, a toda la gentuza de la plaza bautizada con el nombre del tirano, incluyendo a quienes le entrevistaban y a mí, que tomaba nota, diatriba a que no hicimos caso puesto que ignorábamos  qué quería decir.

Terminada la confesión, y constatada la causa de muerte del detenido, fue llevado hasta la Plaza de San Francisco. Cuando la guardia que iba a disparar se organizaba frente a él precedida por el general O’Leary, la Libertadora del Libertador pidió licencia de hablarle. Le susurró algo al oído, desplegó una carta y tuvimos que esperar que la leyera. El detenido empezó a reírse como un endemoniado, tanto que el caballo del general al encabritarse dio de patadas a su jinete, hecho que causó la ira de la guardia que molió a palos a Désir. La señora Saénz se perdió por las calles molesta y profirió maldiciones en su contra. Nosotros lo escuchábamos reír anonadados y lo vimos escupir la cruz que le ofreció besar Monseñor como una aceptación de perdón divino. “Ni Dios, ni patria, ni madre”, dijo, “no beso ninguno de los símbolos del abandono. Mal que hiciste, Manuela, ofreciéndome la redención a cambio de escarbar en las páginas de tu pubis, mal que hiciste en ofrecerme a cambio de mi libertad, lo que tantas noches fue mío”. Con todo, nuestro silencio envidioso sabía que decía la verdad. Los soldados apuntaron, O’Leary gritó “¡fuego!” y un relincho y mil revoloteos de palomas aturdieron la plaza.

Florentino González.

Periódico El Conductor.

Santafé de Bogotá –septiembre  de 1828.

Albeiro Montoya Guiral

Autor de los libros «Una vida en una noche», «Celebraciones» y «El aprendiz de tahúr». En Twitter: @amguiral.

Un comentario sobre “Confesión de Henri Désir

  1. Encantador relato…ésa y no otra es la cara de la Historia, de la verdadera, no de la imaginaria, sino de la IMAGINATIVA. Albeiro, tengo que mostrarle la ventana por la cual huyó Bolívar, en la Noche Septembrina…
    Julio Ricardo González Cartagena. La Candelaria, mi verdadera Patria.

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