
Cuento
Por razones desconocidas, en aquella época, empecé a sentirme atraído por la vida de los asesinos, tanto o más que por la vida de los poetas, aunque, a decir verdad, entre una y otra no hay mayor diferencia. Y sucedía a menudo que, ¿quién no lo ha experimentado alguna vez?, al tener en las manos un cuchillo, en alguna circunstancia doméstica, por ejemplo, sentía la magnética inclinación de cortar el cuello de la persona que estuviera conmigo en el momento. Nunca he matado, por supuesto, pero no por falta de malignidad, sino de carácter.
El amigo de quien hablaré tenía la costumbre de llegar a la librería donde yo trabajaba a las diez en punto de la mañana todos los días, con una canasta de frutas y un libro bajo el brazo. Fue él quien me introdujo en el mundo de Proust, del café sin azúcar, y quien se declaró impedido por hacerme simpatizar con el psicoanálisis apenas en las primeras conversaciones que tuvimos. Cuando ya teníamos la confianza suficiente, y después de darle vueltas en la cabeza por mucho tiempo a la idea de que me estaba relacionando con un asesino, lo comprobé, con facilidad. Mi amigo era el artífice de una serie de muertes femeninas que venían ocurriendo en Pereira desde hacía pocos meses. Este hecho, en lugar de escandalizarme, me pareció perfecto para satisfacer todas mis inquietudes con respecto a la profesión que me seducía entonces.
Valiéndome de uno que otro chantaje literario, logré hacer que se dejara grabar. A continuación, porque puede existir alguien a quien le pueda interesar, comparto, sin preocupación alguna, una transcripción que considero encaja bien con lo que intento decir:
No sé por qué uno en la vida piensa que matar a alguien es difícil. Lo difícil realmente es la conciencia de haberlo hecho. De manera que el primer paso a seguir, cuando se ha propuesto ser un asesino, es matarse a sí mismo, es decir, extirparse la conciencia, una cosa inservible y pasada de moda. Ésta se puede extirpar con disciplina, o con un golpe seco en la cabeza.
Cuando había matado más o menos a cuatro mujeres empecé a ver un supuesto retrato hablado mío en las paredes, en las tiendas, en los postes, en fin. Lo curioso es, además de que ya es en sí absurdo que una imagen sea “un retrato hablado” de alguien, que yo soy muy diferente al dibujo que hicieron. Por eso no van a encontrarme nunca. Se comenzó a rumorar que mataba en bicicleta, que a veces esperaba las víctimas en las esquinas para cortarles el cuello con una barbera, pero esa técnica me parecía estúpida porque en mi opinión era sacada de una mala película. Soy una persona muy sana, por lo tanto queda descartada la noción de que mataba por venganza de un contagio fatal. Mataba a cualquier mujer –fue una casualidad que todas fueran jóvenes-, lo que quiere decir que la gente crea leyendas tontas sobre los actos más sencillos y fortuitos.
No me parece vergonzoso matar. En Colombia todas las costumbres más abyectas, digámoslo así, terminan siendo aceptadas en el tiempo menos imaginado. Ya nadie habla de mí. Se cansaron de buscarme. No tengo una aberración mayor que la de cualquier persona, mas en distinta proporción. Ni siquiera es una aberración. Es un destino digno, sobre todo. Nada me ha quedado de mi profesión, más que el goce de sentarme de vez en cuando en mi negocio a observar a los clientes ingenuos esperar que sus novias escojan el sabor de helado que quieran, y el aderezo perfecto, con la satisfacción de que van a disfrutar de una de las mejores recetas de mi familia.
«Lo difícil realmente es la conciencia de haberlo hecho.»…Decía un maestro al que admiro, que es mejor «dormir tranquilo» a tener que lidiar con los pensamientos que nos reclaman siempre sobre el hacer y sobre el pensar mismo. Pero a muchos – por no caer en la falacia de hacer una generalización – se nos olvidó que tenemos «CONCIENCIA», que tenemos principios «morales» y cuando me refiero a la moral, es a respetarnos mínimamente como sujetos , como seres «humanos» que somos. En este relato puedo ver varias cosas, la primera que es una historia un poco o nada ficcional, tristemente en Bogotá, en esta ciudad gris han ocurrido hechos parecidos, un joven en una bicicleta asesinando mujeres y niñas a su paso, se me vienen esas imágenes a la memoria, imágenes de ese ser humano » si es que lo es», en toda la ciudad, y recuerdo entonces el temor que se tenia aún más en ese tiempo, salir a la calle es pues un encuentro entre esquizofrénicos, melancólicos, paranoicos, desesperanzados, asesinos, locos, suicidas, o simplemente personas que caminan sin un recuerdo de su pasado, con un olvido del presente y con un anhelo del futuro.
Lo segundo es que me recuerda al escrito «Cirugía psíquica de extirpación» (Macedonio Fernández):
» Recuerda también que un tiempo antes, cierta tarde recurrió a un famoso profesor de psicología para que le extirpara el recuerdo de ciertos actos y más que todo el pensamiento de las consecuencias previsibles de esos actos, había asesinado a su familia y quería olvidar el posible castigo. ¿Qué ganaría con huir, si el temor lo turbaba incesantemente? «.
Como decía usted mi querido Elefante , la cuestión es de matarse a sí mismo, extirparse la memoria. Realmente cruel, puesto que, qué es el ser humano, sin la esperanza y sin el recuerdo.
Y por último, pues viene el agradecimiento por permitirme leerlo… !Un abrazo!
Qué sutileza la de aquel hombre… Se me vienen a la cabeza tantas formas de desangrar la vida en las manos. Se me viene la idea de que podría atacarlo con dulzura, saborear en sus labios la vida y sorprenderlo a media noche con un cuchillo bien empuñado que se clave suavemente en su corazón, ver su mirada moribunda y sentir bajo mis rodillas la calidez de la sangre, su aroma oxidado y su sabor a lluvia…
Y quién, que sea humano, no ha pensado en seguir el ejemplo de nuestro protagonista, incluso variando el método y las herramientas? De lo que yo no presindiría, sería de la bicicleta. Me gustó, y mucho, tanto que quiero comentarlo al son y olor de unos tintos, Albeiro. Julio Ricardo González C.
Aunque ya es tarde pongo rumbo a Irlanda, donde el asesinato sí es una de las bellas artes y los asesinos somos respetados como lo que somos, caballeros, caballeros de la mesa de esponjas, de esponjas de mar y de agua dulce, dulces esponjas, cómo os amo
Hermano, ahí le dejo mi nuevo plan, para que se pase, de vez en cuando.
Me alegra mucho encontrar tu respuesta por aquí, pues vos eres una de las personas que más recuerdo de la época Mito y quien, seguramente sabe cómo son ciertas las palabras de El Aderezo. Gracias por leer. «Mi plan será visitarte.»
http://miplanesque.blogspot.com.es/
Qué fácil le queda a la literatura hablar de la muerte. Qué atractivo ejercicio fantasear con un sadismo que redime con su sensualidad el horror que, de cualquier otra forma, se prefiere evitar.
Me gustó mucho la entrevista con el asesino… perspectivas siempre útiles del «mal». ¡Salud querido amigo, celebro tus palabras!
Gracias, señorita Kar Wai, por todo: leer, comentar, reflexionar. La verdad, El aderezo tiene mucho de cierto, no es, tanto, una fantasía. Es la unión de dos historias, una sucede en Bogotá, la otra, en Pereira, ambas ciertas, y se juntan en este relato. Allí conviven y uno descansa de llevarlas dentro. Brindo, pero brindo contigo. ¡Salud!