Introducción al asesinato

Jean-Joseph Weerts (1847-1927), "L'Assassinat de Marat". Tomada de: http://bit.ly/1cyf3dh
Jean-Joseph Weerts (1847-1927), «L’Assassinat de Marat». Tomada de: http://bit.ly/1cyf3dh

A la madrugada me llamó mi hijo a contarme que le habían matado la mujer. Los recicladores la fueron encontrando en diferentes calles del pueblo parte a parte hasta reunir todo su cuerpo. Este es un día que quiero olvidar, señora. Cuando quise reunirme con él para hacerle saber que lo acompañaba en su dolor, supe que lo habían apuñalado hasta el punto de casi hacerle cargar los intestinos hasta el hospital, y me estremezco y vengo hasta aquí loco, ciego. Cuando una desgracia le ocurre a un hijo de igual modo le ocurre a su padre. Pareciera que a mí fuera a quien hubieran arañado con un puñal, pareciese que mi mujer fuera a quien hubieran pasado con sierra vulgarmente.

¿Quién nos ha jodido la vida de esta manera?

No me voy a mover por nada del mundo de aquí porque podrían venir a rematarlo, pues creo que antes que vuelvan a tocarle tendrán que matarme a mí. He oído que una vez se metieron en la funeraria a mirar si el muerto estaba muerto. Lo sacaron ante los ojos de la familia y le dispararon muchas veces en su cuerpo sin espacio ya para balas. Las pandillas son así. No sé si esto se trate de pandillas, pero hay que pensar en todo. Si viniera un sacerdote, el hecho de ser desconocido lo haría sospechoso ante mis manos vengativas. Si viniera un ciego a pedir limosna, le mataría, si viniese un fotógrafo imbécil de la prensa local, le mataría, si viniese un policía…Si usted, señora, se acercara al quirófano…, no vaya al quirófano, tenga la bondad. Disculpe que le hable así, usted entenderá que estoy adolorido, usted quizá se imagine que hay cosas que duelen más que los dolores de parto. Ya no sé ni cómo hablar, ¿qué puede esperarse de alguien nacido en las montañas?

Mi hijo, señora, es periodista de tres pesos en Manizales, me parece. Jamás se ha metido con nadie, se la pasa escribiendo versos que, esto se lo digo en secreto, no tienen por qué afectar a nadie pues no tienen ningún valor, son palabras enamoradas de los ríos de su pueblo, cosas sin importancia. Su mujer era una niña apenas, catorce años. Yo la llamo su mujer porque sé que aunque la robó de un hogar de los más adinerados de Antioquia, era una muchacha seria que se sonrojaba cuando le hablaban, y no salía de la casa sino era a la iglesia. Pensaban casarse pronto, ¿entiende lo que le digo? Nadie tiene porqué habernos jodido la vida.

Nunca he matado a nadie, pero si hoy me toca matar, mataré por todos los días de mi vida, hoy no habrá Dios ni persona que me lo impidan. A veces pienso que nunca ha habido Dios ni nadie que nos puedan impedir nada. Estaré aquí sin comer ni dormir, con la misma idea de matar a cualquier desconocido que se acerque a mi hijo, estaré aquí con la misma cara de sorpresa cuando vi en el andén que da a este lugar los las huellas de sangre, cuando vi a los amigos aterrados que se acercaban a explicármelo todo.

Matar a alguien debe ser igual a matar un cerdo. Yo he matado cerdos, su corazón está debajo de la axila izquierda. Dicen que a la derecha no hay nada, que si clavas ahí el puñal el pobre animal se lanza en chillidos agonizando con lentitud. Yo he matado cerdos, una puñalada a la izquierda y ni un solo chillido, yo sé cómo matar a alguien.

Si mi esposa viviera… No, mejor así, qué tal si aún viviera la vieja, qué tal si me viera aquí enceguecido con este puñal en la mano. Señora, usted se parece a ella, no sé cómo me tolera estas palabras. Ella se enfermó y se fue muriendo, de eso: de intolerancia.

¿No le parece extraño que esta mañana no haya pasado por lo menos un vendedor de tintos? Increíble que uno esté triste y no pueda tomarse un tinto siquiera, comerse una arepa con sal. Es increíble que uno esté triste y la vida no permita siquiera que un tintero asome la nariz por una miserable sala de Urgencias, donde espero a no sé quién para hacerle escupir sangre de su páncreas en defensa de mi familia.

¿Sabe lo fácil que es morir? Mentira: morir no es fácil, lo fácil es perder todos los sueños. Uno de sus hijos se resbala en el jabón al bañarse y ahí terminan todos sus sueños, queda apenas su cuerpo inerte en la fría baldosa, el agua cayéndole en su cuerpo convulsionante, el champú vaciándose, escurriéndose como sangre verde y olorosa. Qué bella estaba la ciudad esta mañana, qué cercano su cielo a nuestras cabezas, parecía que caminar erguidos fuera arriesgarse a salirse del mundo, mi hijo recibe una noticia trágica, me llama a contármela, unas horas más tarde es apuñalado violentamente, cuando se disponía a reclamar una bolsa de basura llena de los huesos de su mujer en la morgue. Ahora está ahí anestesiado, pero su memoria no está anestesiada, su memoria, aunque dormida, siente el dolor que causa el bisturí, las pinzas, las mordidas del metal, las agujas, el hilo zurciendo sus intestinos. Perder los sueños es fácil, yo he perdido todos los míos sin morirme, es peor: cuántas personas como yo hay en este pueblo de mierda, muertos de sueños, vivos sin razón.

Ya era hora de que terminara la cirugía. Veo que sale la camilla del quirófano, señora, muchas gracias por escucharme, luego nos volveremos a ver. Necesito, usted sabe, hablar con el doctor, saber cómo salió todo, alcanzarlos antes de que entren a cuidados intensivos. Tengo que quitarme esta angustia de encima. La vida de uno siempre estará llena de remordimientos, pero hay ciertas cosas que no pueden dejarse pasar. Usted podrá entender que esta es la mejor oportunidad que he tenido en todo el día para rematarlo.

2011

Albeiro Montoya Guiral

Autor de los libros «Una vida en una noche», «Celebraciones» y «El aprendiz de tahúr». En Twitter: @amguiral.

6 comentarios sobre “Introducción al asesinato

  1. Este relato me recuerda los cuentos de Edgar Allan Poe, es intenso y aunque se acerca tanto a la realidad es desconcertante.
    Un abrazo.

  2. Estoy de acuerdo con el primer comentario: muy Poe…Y como obsesivo que eres del tema de lamuerte, te quiero compartir una obsesión mía y propia:la de las fascinantes visitas a los Cementerios, en donde todas sus verdades finales son indiscutibles…

    1. Sí, don Julio. No sé por qué en una época fui obsesivo con ese tema, bueno… Aún lo soy, pero no ya con el mismo tratamiento. De las visitas a los cementerios tenga por seguro que hablaremos pronto. Muchas gracias por pasar por aquí y dejar tan buenas opiniones siempre.

  3. «Ella se enfermó y se fue muriendo, de eso: de intolerancia.»
    ¡De eso nos morimos en este país!
    Algo así sucedió en Santuario.

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