Todo lo que hemos visto hasta ahora nos habla de él de un modo indescifrable. El camino que hemos recorrido es como un viaje imaginado, no real, escrito o soñado por alguien más, que además ni siquiera conoce realmente estos pueblos, estos caminos, estas montañas.

Por: César David Salazar Jiménez
II: Cliché de literatura y vida
No estamos perdidas. Nos han querido confundir, que es distinto.¿Quién? No sé. El mismo Augustin, quizá, que mezcla todo el tiempo la vida con la literatura y se imagina que somos personajes de algún relato policíaco, que ni duermen ni sienten hambre ni se desesperan como lo hacen las personas en la vida; desesperarse más allá del pensamiento, más allá del lenguaje, quiero decir. Todo lo que hemos visto hasta ahora nos habla de él de un modo indescifrable. El camino que hemos recorrido es como un viaje imaginado, no real, escrito o soñado por alguien más, que además ni siquiera conoce realmente estos pueblos, estos caminos, estas montañas. Es Augustin, o Agustín, que nos engaña. Estará lejos de aquí, riéndose de nosotras, planeando a dónde iremos después de llegar a Girón.
Si tuviéramos una sola pista cierta, una fisura en su plan, un indicio que nos permita desviarnos de la ruta que nos traza y conectar con la suya… Algún paso en falso tendría que dar, algún descuido que nos ayude a encontrarlo. Pero luego, si lo encontramos, ¿qué iremos a ver? Un manojo de huesos entre un montón de hojas emborronadas, tal vez. ¿Seguirá escribiendo, al menos? No, no. Si ha decidido desaparecer como lo ha hecho, y conociéndolo, seguro ha renunciado ya a dejar algún rastro suyo sobre la tierra, empezando por sus escritos y continuando con su rostro, con su apariencia. Por eso lo del bigote y el sombrero no nos sorprende, aunque sea un cliché. En todas partes nos muestran fotos, siempre de gente reunida: asados, paseos, cumpleaños, bodas; los protagonistas en primer plano y en el fondo, siempre más o menos desenfocado o entre tinieblas, un personaje de sombrero y bigote que nos dicen que bien puede ser Augustin, o Agustín, y nosotros les creemos, o decidimos creer, aunque bien podría tratarse de cualquier matón en escapada o trashumante olvidadizo; nos muestran esas fotos y nos dicen que se fue al siguiente pueblo o ciudad y hacia allá nos vamos, sin pensar, sin esperanza alguna, sólo porque nos lo dicen.
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