
Hago constar que ha muerto en mí
aquel que se pintó en la cara una nariz de poeta
para hacer reír al mundo.
Se entregan, para cumplir su última voluntad,
el ritmo de una canción,
el bullicio desenfrenado de un amor,
la camisa de rayas infinitas de su padre,
las manos musicales de la mujer
que lo puso en la tierra
como quien arrojara una flor en una tumba,
la foto de un perro amarillo
(de fondo unos muchachos sonrientes
antes de que se los tragara la montaña),
el sombrero de un hombre que murió
a la primera luz de un día aletargado toda una vida,
y el discurso ignorado de las horas untadas de vacío.
@amguiral en Twitter.
Más que un acta de defunción, es para mí un muy feliz inventario. Gracias, Albeiro.
Lo bueno fue sentirlo, vivirlo… Y así, nunca podrá morir.