Claves IV. La guitarra y el cuchillo

Foto: Leo Montoya Guiral.
Foto: Leo Montoya Guiral.

Cuando el juego tenga reglas se acaba y se acabó. Tuviste que jugarlo hacia atrás, paso a paso, en la búsqueda del inicio, de la primera respiración, del aliento que se entrecortaba en el monte. Viste caer a los demás en la inexistencia repentina apenas sonaba un disparo, viste la ardilla caer y golpearse con las ramas y luego con el suelo indiferente, desangrarse sin necesidad, matada por nadie. Te quedaste a solas con él, y aunque acabase el juego en su inicio que era enfrentarse a la mirada, ojos de hoja,  y a la risa confusa,  labios difíciles, de tu compañero de abismo, no podrías eludir la pregunta  que venía formulándote desde que lo conociste: ¿quieres jugar conmigo?

Algo sobre ti  que te asfixia. Aúllas cuando quieres hablar, cuando quieres despertar duermes; cuando quieres dormir, una venda violeta se te aferra a los ojos y entras por un camino bordeado de antorchas, hasta un guadual en cuyo centro debería haber una guitarra atravesada por un cuchillo.

La cama se hace líquida. Eres un amasijo, eres un salivazo de leche dolorido entre las sábanas. Las espinas de la guadua, ocultas entre la hojarasca y las criaturas dormidas, te besan los pies como banderillas o sutiles estoques, te retuerces por el dolor. Quieres hablar, despertar, dormir de nuevo, pero aúllas, duermes, te vendan y entras a una repetición más de lo irremediable: el guadual sin guitarra agonizando y las espinas.

Se rumora entre los cafetales que no pueden darle más cuerda al reloj de tu enamoramiento, se dice que es fatal que estés enamorada  de algo que te asfixia en las noches sentándose en tu pecho, de algo cuya mera sospecha de vida es la sangre y el olor de esperma y de sudor que sacude el viento de los cabellos del guadual en cada amanecer, desde que te encerraste en la pieza y no toleras a nadie. Incluso un garitero se ofreció a comprar una guitarra de tierra fría, cruzó los páramos armado de una escopeta y escoltado de su perro flaco, la trajo, y con ella pavas y zarigüeyas para adobar con cebolla, ajos y sal.

Comieron los recolectores, salieron apenas las loras de la tarde se hospedaron en la noche; sembraron en los bordes del camino antorchas, emborracharon los tiples para que sonaran mejor y se sentaron a esperar que entraras en tu sueño. El garitero logró hallar el centro de la espesura, llegó cercenado por las espinas, ahogado por la pelusa, desnudó la guitarra, la acostó y le dio un beso profundo con el cuchillo.

En el guadual oyeron tu muerte aguda, mujer, se cansaron de su eco y fueron a dormir. Pero en la cama el placer te apretó con más fuerza, en un espacio moriste y en otro el orgasmo se sentó en tu cuerpo a mirarte con ojos de niño eterno.

Ya puedes salir de la pieza, báñate, recupera el color y la vivacidad de tus quince años; resulta que no había duende ni enamoramiento obstinado, resulta que no ha pasado nada: abre la puerta, alguien ha venido a verte, si te preguntan con quién hablabas di que con nadie, que contigo misma.

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@amguiral en Twitter.

Albeiro Montoya Guiral

Autor de los libros «Una vida en una noche», «Celebraciones» y «El aprendiz de tahúr». En Twitter: @amguiral.

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