
Por: Martín Echeverría.
A llega a un aeropuerto lejano. Observa a un cartelero, entre varios, que espera con la cejitas altas, así, como dos parapentes suspendidos en el viento. Se miran. En el letrero que abre entre sus manos dice claramente el nombre de B. A sonríe sin pensar y escucha sus propios pasos y las rueditas de su valija siguiendo al hombre del cartel hasta el auto largo, color azul noche.
Vive la vida de B.
Todo esto sucede en un invisible pliegue del tiempo. Nadie lo nota. O todos disimulan a la perfección, quién sabe. Al fin y al cabo, si se trata de viajes imaginarios ¡¿Por qué nos vamos a limitar, no?!
He conocido gente que ha vivido eternos romances imaginarios de un segundo.
El chico le da su asiento en el bus (micro, colectivo o camión del transporte público según la latitud en que te encuentres). La chica se sienta, sonríe imperceptiblemente. Apoya los cuadernos sobre su falta y pasa la mano como alisando las flores dibujadas. Eso es todo. Pero el chico no la olvidará nunca, jamás de los jamases. Sabe que, por la fatalidad de su timidez de piedra, se bajará en su parada como si nada.
Llego hasta aquí y no sé cómo se sigue escribiendo esto. Las ideas y las palabras se atropellan torpemente ante una especie de pánico, como el de las vacas cuando se angostan los corrales que van al matadero. El cursor en la pantalla de la computadora se impacienta. Me mira distraídamente, como un japonés tuerto caído en la nieve. Me guiña así, como diciendo “Dale, no pasa nada, seguí escribiendo”, pero en idioma japonés, claro. “Alimenta el espacio con letras, bien, así…” Nada tiene sentido, pero el japonés está contento, casi puedo ver que sonríe. ¿Lo vieron? ¡Es Verdad! Sí, sonríe.
¡Cuatro párrafos y ya tres viajes imaginarios juntos! Gracias por seguir el juego de leer y viajar hasta aquí. Sólo quería intentar una vez más (una en millones, desde Moby Dic hasta La Elegancia del Erizo, desde Las Mil y Una Noches hasta La Invención de la Soledad de Paul Auster) la comprobación de que ciertas complicidades en torno a un texto, que hemos dado en llamar literatura, no son más que esto, un complot de soledades contra el aquí y ahora.
Gracias por soñar con nosotros. Vuelva pronto.
Hace menos de una semana que llegamos de México, de un viaje “real”, digamos. Y no ha pasado una sola noche en que no soñemos que seguimos viajando. Vamos de un lado a otro, alguien sostiene una sonrisa como un paraguas bajo el que llueve para arriba. Tickan nuestros boletos y nos parecemos a los guardias. El movimiento es continuo, como si toda la ciudad estuviera a su vez dentro de un tren antiguo que va con su cadencia de tren, su tracatrac tracatac. A veces, nos despertamos cansados de tanto ajetreo. Eugenia y yo nos miramos con los ojos cerrados y lo sabemos de antemano… “soñabaqueseguíamosviajandoyotambién”.
No hables con extraños

Así como el viaje sigue y seguirá, empezó también mucho antes. El día en que un e-mail confirmó la invitación. Antes tal vez. Pero desde ese momento el cerebro empezó a desempolvar imágenes, lecturas, películas de Cantinflas, El Zorro o Rondamón por supuesto, todos revueltos. Qué difícil es, a veces, abandonar la falsa seguridad, los estereotipos, despegarlos como una pintura vieja, para ver debajo la realidad.
El viaje empezó también en los temores de los fantasmas TELEdirigidos. A medida que los días iban avanzando hacia el momento de hacer las valijas, iba sintiendo en el cuerpo el acomodamiento de los músculos como si una coraza se fuese formando por partes. Una extraña armadura subcutánea construida de las miles de voces que nos han advertido sobre los peligros de salir de la cueva ancestral. Una bandada de pájaros que opinan posados en las ramas de mis sienes cuando atardece la sangre. Viajamos una multitud en cada cual. No hables con extraños, dicen.
Atravesarlo todo
Tal vez por esto terminamos tan cansados, porque además de atravesar latitudes, topografías, altitudes, saltar horarios de paralelo en paralelo; además de todo, debemos enfrentar el tupido o árido paisaje de nuestro interior. Donde mover un pie puede ser leve como inventar el aire que nos rodea o lo inverosímil de un pez fósil pretendiendo nadar hasta aquí desde las montañas milenarias.
Como sea el viaje real resultó de muchas maneras mejor, más abundante, más tierno, más sorprendente que los viajes imaginario desplegados. La gente real era buena gente. Nos ayudaron, guiaron, protegieron, nos ahijaron.
No verificamos en las calles la violencia que viaja por el mundo en las pantallas nutriendo semanalmente una imaginería interesadas en sembrar temor, la desconfianza en el otro e insidiosamente seguir separándonos, cercándonos en nuestros propios nichos.

Si hay una revolución, pareciera estarse gestando en otra parte. Tal vez en la pena, en el indignado silencio de los invisibles, en las miradas de hartazgo, en las palabras dolorosamente masticadas y tragadas como si uno se comiera diariamente su propia lengua. Esta revolución invisible empieza a atravesar muros, a resquebrajar ideológicos diques de contención del discurso dominante. En los ecologistas, ruralistas, en los que luchan por un acceso a la Salud y la Educación libres y gratuitos como derechos humanos inalienables, a los que apagan la tele y encienden un libro, a los que dejan el auto y toman la bici, los muralistas que gritan sus colores, a los artistas no domesticados que no aceptan ser incluidos en “la industria del entretenimiento”. A los miles y miles y miles que están formando una nueva conciencia. Una marea que empieza a moverse en el corazón del mar.
Y según puede uno alcanzar a vislumbrar, si suma dos más dos, no está sucediendo sólo en México. Miremos al norte, miremos España, miremos al Sur. Miremos adentro.
Algo está sucediendo, lo presiento, lo sé. No me pidas explicaciones ni teoremas. Sólo tengo mis diáfanas contradicciones. Mis bandeas de mar picado entre sueños. Hace ya bastante tiempo, lo estoy viendo venir claramente en el agua oscura de mis versos.
De PEZRIOLUNA / Ediciones el Mono Armado. Buenos Aires. 2014
Llueve entre las costillas del pez
que se escabulle de la vida
antes de ser inquilino en una lata
que evade la muerte
para no terminar siendo
el espinazo
de un ángel furioso
en este puerto anclado en la niebla
se le teme más a vivir
que a morir
por ese raro prestigio de la muerte
armado por los que le rezan
bailan con ella
comen
sus monedas
Cada vez que se mira en los ojos del lobo
arden
las estrellas
del Sur de su espalda
hasta incendiarla
no le alcanzan los ríos
para apagarse los ojos
y a través del fuego mira
el bosque negro
le presiente la sombra
apretando el círculo
por el que respira
en sueños
el lobo le sabe las grietas
pero ella
no baja la vista
un día
piensa
le asestará el golpe perfecto.
No hay marea que nos salve
vamos a contrapena del río este
que se aleja del mar
que trepa a la nube
en alambres de olvido
se va armando un vendaval al revés
que lloverá en el patio del cielo
para que dios aprenda
la soledad de uno
nadie sabe dónde irá a parar esa tormenta
y no es
que yo no quiera quererte
como vos decís
sólo pasa que a veces mi cabeza
es una chapa de zinc
Los Invisibles y otros Secretos / La Aldaba Ediciones. Mendoza – Argentina 2012
Agosto
Agosto quiere decir que aún no
pero pronto
Es esa diminuta flor celeste que
les crece a las cosas por dentro mientras
más oscuras parecen por fuera
No es setiembre, no
con su querella del verde reclamando
su lugar frente a todo lo viejo
Agosto es agonía esperanzada
la ilusión expuesta como una herida abierta
la respiración contenida ante la llegada inminente
del aire nuevo
Sienten en el aire cuando llega agosto
los ciegos y los presos de todo tipo
La sangre estira los hilos del fondo del viento y
galopa dormida la sangre
por las pampas de agosto
y a las niñas les florece la mujer en la mirada
y todos los árboles sueñan con ser viajeros
y todos los viajeros sueñan con volver a casa
Dame la mano ahora
en las ondas cerrazones del agosto
y conjuremos las sombras
y procuremos lo tibio
y descifremos lo eterno.
Dame la mano y caminemos este agosto
que el día no es hoy
pero pronto.