
La historia de nuestro tiempo no es ni la guerra ni la energía atómica, sino el matrimonio idealista y un gángster, la crónica de su vida conyugal y los hijos que han tenido. Martin Romaña.
Bugsy, Billy Bathgate, Los jóvenes gángsters, Hombres de respeto, Buenos muchachos, El padrino III, De paseo a la muerte…, confirman el auge readquirido por las películas sobre gángsters.
Cine urbano por esencia, ya que el hampa surge en la gran ciudad, como un submundo con sus códigos de conducta particulares, opuestos a los observados por la sociedad. Siempre vigente, el cine de gángsters remonta su origen hasta 1927, durante la época de la llamada Ley Seca, cuando Joseph von Sternberg filma La ley del hampa, una exaltación romántica del gángster como el rebelde que se enfrenta a un entorno opresivo, y a partir de entonces el género estableció sus elementos característicos: los sombreros sobre el rostro, las gabardinas con el cuello levantado, los diálogos lacónicos y los escenarios específicos: bares, casinos ilegales, billares, calles oscuras, solitarias y mojadas.

Actores como Edward Robinson, George Raft, Humphrey Bogart y James Cagney, se identificaron plenamente con este tipo de personajes.
El género alcanzó en los años ochenta, expresiones tan ambiciones y sugestivas como Érase una vez en América de Sergio Leone; con el brillo artificioso de El Cotton Club de Francis Ford Coppola y satíricas como El honor de los Prizzi de John Huston.
Brian de Palma incursionó dos veces en el tema, aunque de manera distinta. La primera de ella, Caracortada, pretendido homenaje que actualizaba con poca fortuna el guión original de Ben Hecht, trasplantando al camuflado Al Capone del Chicago de los veintes, al Miami actual en la persona del traficante cubano Tony Montana (Al Pacino). Para después reivindicarse con Los intocables, que recogía el enfrentamiento entre Elliot Ness y Al Capone con su identidad real.

Es el nacimiento de la nueva década cuando los gángsters encuentran el renacer en la pantalla, a través de la fascinante y compleja exploración de la naturaleza humana y los resortes que impulsan las pasiones, emprendida por los hermanos Coen en De paseo a la muerte; la historia real del ascenso y caída de un mafioso soberbiamente protagonizado por Robert de Niro, Joe Pesci y Ray Liotta en Buenos muchachos, de Martin Scorsese; la continuación de la saga Corleone en El padrino III con las notables ausencias de Marlon Brando y Robert de Niro, quienes le dieron sus mejores momentos al serial; la traslación que Hombres de respeto hace del “Macbeth” de William Shakespeare al ambiente del hampa en Nueva York, más satisfactoria en cuanto a guión que en su resolución formal; la curiosa visión retrospectiva de gángsters famosos como Lucky Luciano, Meyer Lansky, Bugsy Sisters y Frank Castello; y hasta la sorpresiva Oscar con Sylvester Stallone tratando inútilmente de hacer reír con su caracterización del ficticio “capo” mafioso Angelo Provolone; para llegar finalmente a dos películas como Bugsy de Barry Levinson y Billy Bathgate de Robert Benton.

Parece que entramos así al momento del renacimiento de un género que glorifica el ritual de la violencia, reñido con el puritanismo, instigador de una de las mitologías más extensas y singulares del cine, los gángsters perviven desde la llamada cinta de plata la plenitud del color, de los balazos silentes a las ráfagas de metralleta en sonido “dolby” y estereofónico, de la muerte al final de cada película porque son legendarios y por lo tanto inmortales, aunque sólo sea en la pantalla.
Ritos de iniciación
Billy Bathgate de Robert Benton: Un muchacho del vecindario, un joven audaz que se introduce en el círculo íntimo de la famosa banda de Schultz y se convierte en un amuleto de la buena estrella, aprendiz y protegido de este gángster que lo deslumbra:
Lo que ocurría con la señora Drew es que no era genitalmente directa, tuvo que besar mis costillas y mi blanco pecho de muchacho, me agarró las piernas y pasó las manos arriba y abajo por el dorso de los muslos, me acarició y me chupó los lóbulos de las orejas y la boca, e hizo todas esas cosas como si fuesen lo único que deseaba… Billy Bathgate.

Ya han pasado cuarenta y siete años después de que Robert Benton escribió el guión de Bonny and Clayde, esa famosa pareja de bandidos conformada por el joven Warren Beatty y por la sensual Faye Dunaway, amantes del amor, del juego, del peligro y de la muerte. Ahora dirige una historia centrada en las aventuras iniciáticas de un joven bandido de los años 30 en los Estados Unidos. Billy Bathgate es el nombre de la película y es el nombre conocido de este adolescente ambicioso y obsesionado con el oficio de su “maestro” el famoso gángster del Bronx, Arthur Flegeneimer, más conocido como Dutch Schultz. Este hombre de “negocios” forjó un imperio mafioso durante los años 20, época de la prohibición, del destilamiento clandestino, del wiskhey, de las calles oscuras y mojadas, del póker, del jazz y de la ausencia casi absoluta de los prejuicios morales. Dutch Schultz (interpretado por Dustin Hoffman) acaba su vida bajo las balas del siciliano Lucky Luciano, el jefe de una pandilla rival, cuando ya su prestigio enraba en los umbrales de la decadencia.

Billy Bathgate es el nombre de un muchacho del vecindario, un joven audaz que se introduce en el círculo íntimo de la famosa banda de Schultz, y se convierte en un amuleto de la buena estrella, aprendiz y protegido de este gángster que lo deslumbra. Un joven espíritu que se dedica a acompañarlo a todas partes, a serle útil, hasta que lo convierte en su protegido. Como un espíritu parecido a Tom Sawyer, pero bajo un contexto marcado por la familiaridad de la muerte y el horror, Billy ha llegado desde las calles de barrio a vivir en el centro del corazón del hampa en el período de la Depresión. Es un mundo de agitadas travesías en remolcador pro la oscura noche del puerto de Nueva York mientras un miembro de la banda, Bo Weinberg (Bruce Willis) está a punto de ser ceremoniosamente ahogado con los pies clavados en un bote de cemento endurecido, pagando con su vida su alta traición; de los limpiadores de ventanas de la Séptima Avenida cayendo misteriosamente de los andamios; de fiestas de tres días en los burdeles alegres del West Side; de las visitas a los mal afamados clubes nocturnos en donde se dan cita periodistas de Brodway, mafiosos, banqueros, abogados y clérigos; de hombres armados cubiertos de gabardinas negras y de miradas marcadas por la rabia y oscurecidas por la sombra de sus sombreros.

La historia está basada en una prestigiosa novela de E. L. Doctorow, un escritor nacido en Nueva York en 1931, autor de Welcome to Hard Times (1960), Big as Life (1966), The book of Daniel (1971), Ragtime (1975) –magistralmente llevada a la pantalla en 1981 por Milos Forman, registra a los Estados Unidos de los años 1906, en donde todo giraba al compás del “ragtime”, de la hermosa Evelyn Nesbit y de su escandalosa vida, escándalo también de una familia respetable de New Rochelle ocasionado por un hombre de color; todos los conflictos de comienzos de siglo surgidos de la riqueza y la pobreza, de la inocencia y de la corrupción, de la democracia, justicia y racismo, se hacen nuevamente presentes en Norteamérica con Look Lake (1980), Lives of the poets (1984) y World’s Fair (1985).

En Billy Bathgate se presenta a Schultz como una figura mítica, una especie de Zeus Olímpico de los Bajos Fondos capaz de producir la muerte de un momento de rabia. La novela está narrada a través de los asombrados ojos de Billy que capturan los detalles cotidianos, las juergas en los costosos burdeles, los robos llenos de riesgos, las balaceras indiscriminadas con ametralladoras Thompson y los convierten en sagas míticas de la vida urbana en esos tiempos de la “Prohibición” y el crimen. El mismo E. L. Doctorow señala: Billy Bathgate no es una novela criminal, es más bien la iniciación de un adolescente sumergido en el universo del crimen. El héroe es un inocente, un niño, un malabarista innato, un mendigo, un hijo de la calle. En el relato literario la historia ni aparece, no existe la tradicional intriga policíaca, no se vislumbra la mecánica de los efectos así como tampoco el método deductivo. Ninguno de sus personajes –el inculto y despiadado pistolero Lulu Rozenkrantz; el minucioso y perfeccionista Irving, ese hombre racional en sus planteamientos; el genio de las finanzas Abbadabba Berman, ese hombre que inventa un método para cambiar el número ganador de la lotería clandestina en el último momento; la señora Preston Drew, una mariposa que se posa, según los dictados ambiciosos de su corazón y de su voluntad, en los hombros de Schultz y del mismo Billy-, tomados, tramados y esbozados como una maquinaria que le da el impulso a la acción, encuentran su certeza en la psicología, en ese continuo encadenamiento de actos y gestos. Una psicología exudada por los recuerdos de Billy, por sus sueños, sus miedos y temores, sus recuerdos y sus penas, ese deseo de acurrucarse frente a la sombra de un asesino que hace de él más un pájaro que un coyote. El suspenso viene de la acústica misma de la novela que es lo que constituye su estilo. Todo pasa a través de los ojos de Billy, taciturno cuya ingenuidad será la única virtud de comportamiento que lo salva de la muerte.

Entre Lulu y Mickey, los ejecutores implacables; Berman, el enamorado de los números; la señora Preston, la sensual novia de Schultz; Billy observa al invencible “holandés” zozobrar desde lo alto de la cima; verbo que lo acompañará justo hasta la muerte. Aquí, Doctorow recoge la cita del verdadero Schultz, publicada por William Burroughs en Las últimas palabras de Dutch Schultz: -Ah, mamá, mamá,- decía. Ah, basta, basta, basta. Por favor, hágalo rápido, de prisa y con rabia… Estoy recobrando el aliento… ¿Qué número es ese que tienes en tu agenda, Otto? ¿13780? Ja, ja, galletas para perros. Cuando es feliz no muerde… ¿Qué quién me disparó? El mismísimo jefe. ¿Quién me disparó? Nadie. Por favor, Lulú, y después va y me pone la zancadilla? No estoy gritando, soy un alma de Dios… Soy un hombre honrado… Ten la amabilidad de quitarme los zapatos, tienen encima unas esposas… Voy a dar la vuelta… Dale la vuelta, Billy, por favor, estoy muy enfermo. Cuida de Jimmi y Valentine, ese amigo mío. Cuida de tu mamá, cuídala… Policía, por favor, sáqueme de aquí… Quiero pagar… Estoy dispuesto. Toda mi vida he estado esperándolo. ¿Me oye? Que me dejen en paz.

Deconstruído, laminado e insertado en los códigos y diluido en los juegos de palabras, aplastado por el tono serio, sumergido en el aburrimiento, asfixiado por la ideología, matado, asesinado una y más veces, difunto certificado, en la película se rescata el valor narrativo de una magnífica novela en donde las fuerzas de lo imaginario renacen en una necesidad literaria, en donde lo mítico y lo moderno se reconcilian en la locura del existir. Doctorow afirma: Lo imaginario es un objeto no identificado que ha caído del cielo. Es el resultado de una inspiración lanzada en la historia, aferrada en todos los misterios de los orígenes. Esto sólo puede pasar en el terreno de la novela. R. L. Stevenson ya lo había confirmado en el pasado: Las obras cuya influencia son las más durables, son las obras de ficción. Como toda novela, Billy Bathgate retoma a su manera la epopeya de nuestros altercados con el universo.