
Por: Martín Echeverría.
Alto, bien alto, levante su mano quien ha tenido hambre.
De peces, de reparación, de tibieza.
Levante la mano a quien lo llueve el mundo.
A quien la intemperie lo nombra.
Levanten la mano los que tienen tormentas entre las sienes.
Y quienes ya no pueden sentir el viento.
¿Y si un día el día llega? Asolados, los hombres van marchando a las orillas del mar y se dejan morir en la arena. El eclipse se detuvo en medio del sol y fue una noche gris por siempre jamás. Nadie advirtió las plumas de los peces hasta que emigraron hasta el fondo de la garganta de uno, triturados por dientes de cristales amargos.
Levante la mano al que le esté germinando un Caín en la mirada. Quién empuñó una palabra y metió puntazo y puntazo a niño, mujer, abuelo, pobre, extranjero, hereje, ateo, blanco, gris, marrón, pecoso, gordo, cuatrojos, linda, religioso, negrodemierda, maricón… malditodistinto.
Para ellos escribo, mis hermanos muertos y asesinos. Los pobres malditos matadores hermanos tragados por la noche. Enterrados y enterradores caídos de lo humano. Tallo de furia y odio, los árboles de mi pecho. Y luego me duelen los violentos con su verbo pestilente. Me huelo a mí mismo y también destilo odio al odio.
La bolsa de granos donde se cotiza el hambre de hoy y el hambre que vendrá, me subleva. Ayotzinapa y todo lo que está debajo, me quema de dolor. Charlie Hedbo, me mata de bronca. Palestina es una yaga. Y pienso cuáles serán las malas nuevas de mañana. Quién golpeará la puerta esta noche para decirme “hoy te toca a vos morir”.
Tengo miedo al odio, a la venganza de la venganza, a la ceguera de la piel. Miedo de que la poesía, finalmente, no pueda salvar a ningún agonizante.
Estrés de guerra en medio de una plaza verde y fuentes iluminadas. Un vértigo inmóvil en la normalidad.
Los autos con los vacacionistas que se van para la playa siguen cruzando la noche y la carretera parece un ciempiés luminoso e infinito. De los edificios sale olor a comida. Un tipo con un bolso pasa en bicicleta hacia la nada. En el semáforo de la esquina un colectivo espera, el chofer fuma, el único pasajero se ha dormido al fondo. Todos inocentes parecieran.
Quisiera preguntar: “a ver, a ver, levanten las manos… ¿quiénes quieren volver a hacer de la palabra nos-otros el territorio más ancho de todos?”
Pero me aterra la respuesta.
***
No hay marea que nos salve
vamos a contrapena del río este
que se aleja del mar
que trepa a la nube en alambres de olvido
se va armando un vendaval al revés
que lloverá en el patio del cielo
para que dios aprenda
la soledad de uno
nadie sabe dónde irá a parar esa tormenta
y no es que yo no quiera quererte
como vos decís
sólo pasa que a veces
mi cabeza
es una chapa de zinc.
El Mono Armado Ediciones – 2014
Martín Echeverría