
Por: Rosalinda Mariño R.
Pasa el tiempo e ignoro el destino de los pensamientos perdidos. Qué pasa con tantas ideas que empujan, gritan, tiritan y un buen día se desvanecen. Acaso desaparecen, migran al olvido, fluyen o huyen a rincones sagrados. Acaso mueren un rato, se mudan a las afueras de la cabeza, u ocupan esquinas de la memoria. Acaso conforman las capas silentes de nuestra historia. Quizás nos controlan desde otro planeta… y nos vuelven poetas.
El hecho es que, como he dicho, se trata de pensamientos perdidos. Perdidos, sin rastro alguno de su paradero, sin averiguación policial. En algún lugar deben estar. Y quién los lleva de vuelta a casa, quién los alimenta, quién los abraza. Quién les dice que han nacido para luego morir de abandono. Quién les informa que en esta boca ya no tienen voz. Quién les da la mano para que no sigan vagando.
Y usted que ha causado tantos, cómo puede vivir así. Caminando alegremente y presumiendo de tanta paz. Cualquiera no es capaz de llevar la cabeza erguida, el paso firme, y la sonrisa perfecta después de curvar las rectas de mi vida. Le considero casi tormenta, casi caos, casi volcán de alto impacto, Popocatépetl en forma de gente.
Y yo que he creado tantos, debería sentir alivio y caminar alegremente al ver que han disminuido en su intensidad. Qué distinto el poema con la cabeza ligera. Me siento casi pluma, casi bruma, una hoja bailando en el viento. Parece cuestión de aleteo, pensar el colibrí y ser feliz.
Se supone, se supone, porque unos pensamientos se alejan y otros nuevos, recién nacidos, se superponen.