
Evelio Rosero Diago. Siete poemas *
Poemas enviados por el autor a Literariedad.
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FLAUTA
Desde mi silencio oculto, flauta,
como cuando llueve y las mujeres salen a mojarse con la tierra
para contemplar su pasado arcaico,
así yo me dispongo a rozar tu misterio
y escuchar tu oración de sangre.
Voy y comulgo contigo cuando cantas
cuando vuelas tus quejas, dulce madre sin territorio.
Por nuestro dolor antiguo te poseemos
y logramos pronunciar tus palabras, flauta
antepasada de la noche.
Palpita tu corazón en el mío al escucharte,
voz de milenios,
De los espacios insondables cuántas voces más nos traes,
cuántas memorias raudas haces sonar en nuestra sangre
Oh flauta mía inseparable, dolor mío, sueño
a Fernando Linero
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MUCHACHAS DE ALDEA
Por los caminos de mi casa cruzan
en tardes azules las núbiles muchachas de aldea
(un cerezo, algunos sauces, nos separan).
Transitan sus memorias de hijas y de hermanas,
de viudas y de esposas traicionadas,
de muertas de ceniza, de abuelas abandonadas,
caminan parsimoniosas detrás de sus vacas
y una ceremonia de aves las rodea
detrás del desnudo calor de sus axilas.
Las contempla mi alma en su silla:
Si extiendo hacia ellas mis manos solitarias
huirían como pájaras: sería un triste lobo entre corderas,
el alboroto espantaría el mundo,
me matarían sus padres, sus hermanos
sus hijos y sus viudos, sus traicionados.
De tantas muchachas sólo una
cada vez que me contempla me sonríe,
es la loca de la aldea, la llaman Delfina Grillo
hunde su rojo pelo entre los cielos
mientras baila su frenético delirio
ante mi silla
y sólo por ella vivo
hasta mañana por la tarde
cuando venga su sonrisa y me redima.
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LOS MONSTRUOS
Pero lo cierto es que los monstruos aburren.
Si bien hace años espantaban,
hoy es posible asegurar que los monstruos aburren.
De una u otra manera nos hemos acostumbrado a ellos.
No son imaginativos; los sustos se repiten. Incluso fastidian.
Oscuros, agazapados, todo un quejido, son finalmente una sorpresa efímera,
como la que puede depararnos un ser tan querido
como desanimado, en son de juego, para asustarnos;
como si se escondiera detrás de la puerta y saliera al paso y gritara: bú,
con la diferencia de que no se trata de un ser querido
sino de otro de los tantos monstruos que deambulan por la tierra,
de un lado a otro, con el firme propósito
de espantarnos. Y ya no espantan, eso es lo desalentador.
Desaparecen tan pronto queremos preguntarles algo
o simplemente continuar con ellos el camino.
Eso los hace aborrecibles, son unilaterales.
Absolutamente monótonos, en los colegios y hospitales, en los aeropuertos,
la calle y la selva, a cualquier vuelta de esquina, los monstruos esperan,
ya sin ocultarse. Llegan dos, tres monstruos, y los sigue una cantidad
como si poblaran el aire,
todos distintos, con distintos gruñidos, y se quejan, nos rodean,
pero ya nadie hace caso de ellos
para no perder el tiempo.
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TRISTEZA DE UN CARNICERO
Blanco de sangre entre sus reses muertas
entre las caras desnudas de las vacas que lo contemplan
los belfos de humo rozando su cabeza
las patas desnudas posadas en sus hombros
los ojos como huecos atentos atisbándolo,
el carnicero pensativo y lejos
muy lejos del establecimiento
sueña con campos de trigo
con la muchacha del domingo y un domingo de paseo
un río y una vaca viva
pastando su apacible corazón sin opinión alguna
el sol y la nube, el beso,
pero qué lejos, qué lejos que vive el sueño del carnicero
cuando la nube y el sol se ven tan lejos
a Iván Moreno
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SOLES Y LUNAS
Desciende la mañana sobre párpados de hombres acostados
como un beso helado, para ser elogiada sin demora.
Las ventanas se conmueven a su paso, reverenciándola,
las desnudas espaldas de las ventanas cerradas
donde el rocío suele acoplarse con largueza
se abren, iluminadas, se riegan de voces
cuando cae y alumbra la vida.
Ya nadie, oh Noche, transita tus caminos
tu país desconocido, de oscuro vino,
desaparecen tus sombras como alas que se fugan,
pero suave, en la crueldad de su quejido, en la blancura
cada mujer lleva con ella la noche femenina,
nuestra noche entera, su sigilo
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TEJEDORA
Tus manos no cesan de invocar signos y seres
Playas donde mi espíritu se arroja
cuando escucho mi corazón entre una alberca helada
cuando conmigo se aterra el universo
Redimidoras y largas, caricias iluminadas
se abren desnudas como agua
urdidoras de alma
Lejos del olvido, infinitamente más lejos
En la ciudad que tú tejes, de muros de piedra
y escaleras interminables, en la mitad del desierto,
la luna y el sol juntos,
en todas sus esquinas mi voz te ha llamado
por cada avenida mis pasos reanudaron
el transitar eterno por la ciudad que tú destejes
Tejedora
la soñada ciudad donde te sueño y me sueñas
a Beatriz Helena
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TAL VEZ
Su ausencia es otra fiesta a solas.
Una ventana sin que nadie te responda: “Llueve”.
Quien quiera que seas
disfruta, abandonado, del dolor.
No huyas.
Lento, lento, asomará
el sosiego, casi un barco, casi un canto
pero dura luz derribando estas paredes.
El dolor es otro vino, disfruta, abandonado,
del dolor. No huyas.
Goza la medida del amor desaparecido.
(De Las lunas de Chía, Chía 1988-1994).
Poemas enviados por el autor a Literariedad.
* Evelio Rosero nació en Bogotá, Colombia, en 1958. Cursó estudios de comunicación social en la Universidad Externado de Colombia. En 2006 obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Cultura, pero fue en 2007, con su novela Los ejércitos, ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela, cuando Evelio Rosero alcanzó resonancia internacional, pues se ha traducido a doce idiomas y se ha alzado con el prestigio so Independent Foreign Fiction Prize (2009) en Reino Unido y el ALOA Prize (2011) en Dinamarca. Tras recuperar en 2009 su novela Los almuerzos («la confirmación del talento del autor», La Vanguardia), Tusquets Editores publicóLa carroza de Bolívar, recibida como su obra más ambiciosa y desmitificadora: «Una demostración del talento verbalmente mágico de Rosero, que aquí llega a su punto culminante» (J.J. Armas Mar celo, ABC Cultural) y En el lejero(Tusquets México). Biografía tomada de tusquetseditores.com.