
Hay alguien detrás de mis ojos que lo ve todo mientras, paradójicamente, yo no; apenas si veo unos metros hacia adelante, sin contar con el gran ángulo de visión que perdí junto con mi niñez y que disminuye con la cercanía de la vejez. A veces creo que los viejos ven menos pero mejor y me consuelo. Ese alguien me usa como telescopio para ir hasta donde no van mis ojos o, mejor dicho, yo convertido en mi cerebro y mi cerebro convertido en dos ojos que ven lo mismo como si fueran uno solo. Ese alguien, imagino, tendrá a su vez a un alguien tras sus ojos y así, uno tras otro, hasta llegar a los ojos de un dios, un primer dios que no tendrá a nadie más que a él mismo adentro.
Recuerdo que de niño lo vi todo pero no tuve tiempo de prestarle atención. Vi cómo se creó y se destruyó la materia que yo mismo inventé, vi a los hombres más fuertes de mi generación llorar en los brazos de sus mujeres como niños frágiles. Vi a mi madre siempre, y eso me enseñó que el universo entero se postra ante la mirada de un niño esperando ser visto, pero no es tan divertido como para distraerlo. Se dice que un ojo de niño lo puede todo, pero no se le permite fraccionar. Recuerdo que creé un alfabeto propio y autónomo que no se regía por las normas de la lengua que nos enseñaba la maestra en la escuela. Con él nombré de nuevo todo el mundo y a los que lo habitaron. Creé nuevos hombres, más compasivos y duraderos. También nombré un nuevo mundo en el que los niños nunca se convertían en adultos porque pagaban sus deudas con inventos y con tierra.
Buen post.