Anacronismos de Alice Munro

Alice Munro. (Foto tomada de http://therumpus.net/).
Alice Munro. (Foto tomada de http://therumpus.net/).

Por: Camilo Alzate

Alice Munro, Las lunas de Júpiter, Random House, Bogotá, 2013.

Las elogiosas alabanzas que siguieron al Premio Nobel de literatura, situaron a Alice Munro a un costado de los grandes maestros del relato breve, aduciendo que tal premio reconocía una de las voces más puras y originales del cuento contemporáneo, apreciación no del todo ajustada.

Munro sorprende, claro, porque sus narraciones no cuentan, en el sentido estricto del término, sino que vagabundean hacia la intimidad de los personajes, por lo común de modo errático, en ausencia de un plan evidente, sin esa “precisión” y “puntería” absoluta en la economía del lenguaje que le atribuyen a todo cuentista curtido, tampoco cifrando el canon repetido y machacado de las primeras tres líneas determinantes como las tres últimas, en fin, sin molestarse que sus relatos cortos sean elaboraciones herméticas, cajas de relojería perfectas donde no sobra una coma y hasta la última conjunción obedece al propósito secreto del texto. Nada de aquello tiene Alice Munro. O eso cree uno. O eso quiere hacer creer ella.

El entusiasmo con la narradora canadiense conlleva una explicación natural, señalada profusamente por la crítica. Munro practica el regreso a unos orígenes decimonónicos, al cuento tal como se concebía hará siglo y medio, y aquello resulta sano, incluso renovador (vaya paradoja para una pluma de formas conservadoras) cuando han corrido tinta y décadas de autores que no se despegan de la influencia de Carver o Cortázar; escritores contemporáneos obsesionados en fórmulas con que impresionar y confundir a toda costa, usando moldes cada día más trillados, predecibles con facilidad. Entonces emerge una cuentista sosegada, observadora, fascinada con los detalles inocuos, escribiendo historias traslúcidas que le caben enteras, por repetir el lugar común, a Chéjov. Alice Munro es en esencia una narradora anticuada, un bonito anacronismo. No viene al caso, pero cito un pasaje contenido en Las lunas de Júpiter (pág. 196):

“Creo que quizá ya estemos destruidos. Creo que quizá seamos anacronismos. No, eso no es lo que quiero decir. Quiero decir reliquias. De algún modo ya lo somos. Reliquias.”

Mentira, si viene al caso. Los relatos incluidos en Las lunas de Júpiter se compendian en esa idea, que abrevia además la literatura de Alice Munro, reliquia de antaño, bella y de alguna forma, conservada a pesar de tiempos turbulentos y vanguardias multicolores.

Las derivas de los personajes se van desarrollando, a veces en retrospectiva, otras en un presente entremezclado con sucesos remotos, con la idea implícita de encaminarse, sin juicios de por medio, a la disolución. Sobresale así una fuerza centrífuga desintegradora, no obstante nunca está manifiesta, debe intuirse en detalles muy sutiles, en rupturas amorosas, en un trasegar de épocas pasmoso, a veces banal, llegando a lo insustancial, un transcurrir casi inmóvil, donde la parsimonia no es obstáculo; suceden muchas cosas. De eso están poblados los relatos: de cosas que pasan en los sujetos -sobre los sujetos- hechos íntimos intrascendentes, sin importancia, pero que logran transfigurar las personalidades. Si hubiera que reducirla, diría uno que Munro se consume en la forma como el tiempo perturba sus personajes.

Son historias también desprovistas de alcances épicos, sin grandilocuencia o motivos trágicos. No quieren impresionar. Terriblemente normales,  sorprende lo común de las circunstancias y lo natural del drama, así se desenvuelven viajes al extranjero, rupturas matrimoniales sin bombos o algarabías, pequeñas disputas entre ancianas en un asilo, recuerdos de infancia que no explican nada (ni tienen porque hacerlo).

Sobra aclarar, Alice Munro no elabora algo así como una tensión o suspenso del relato. Si uno la sigue es por voluntad expresa, y acostumbrado como está el público a las fábulas de factura detectivesca cuyo propósito es sobrecoger, a muchos les cuesta seguirla.

Después la insignificancia puede ser una metáfora de la profundidad, lo cotidiano una ventana a paisajes no sospechados, lo común y corriente un espejo de la vida. Eso es Munro, la vida pura y dura. Y una capacidad de bosquejar lo trascendente en una colección de sucesos insustanciales. Y también la existencia en su compuesto más frecuente: el tedio.

Camilo Alzate – @camilagroso

Más textos del autor aquí.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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