
Por: Martín Echeverría.
En una reunión social una señora se entera de que mi mujer canta, que es artista. ¡Oooohh artista, cantante! Pero qué bien y ¿dónde cantás, en los casamientos y eventos? Intervengo, raspante. Existen dos tipos de artistas, señora. Los que sirven para pasar el tiempo y los que logran que el tiempo se detenga. Su cara desencajada no dio lugar a mayores explicaciones y partimos para el lado del vino blanco helado.
Es que me da bastante bronca cuando la gente tiende a mezclar el mundo del entretenimiento con el del Arte. Las actividades pasatistas que se realizan con los lenguajes artísticos como la música, la pintura o la escritura están muy bien, pero las pretensiones verdaderamente artísticas son harina de otro pozo o sapo de otro costal, como le gusta confundir a un amigo mío.
Por mi actividad de comunicador me tocó entrevistar a un gran maestro de la plástica, Quesada de Mendoza. En la charla surgió el tema del arte y el daba la explicación clásica de que “el arte es como un grueso muro que no se puede saltar ni rodear y que igualmente hay que atravesar”. Lo paradojal está presente como desafío artístico, “mostrar sin nombrar” en la poesía, por ejemplo.
Detener el tiempo, descubrir el ritmo ancestral que tenemos informado en los genes que, como una bandera en el lenguaje de la sangre, vamos tomando para atravesar los siglos. Detener el tiempo, es decir, hacerse uno con el ritmo del cosmos, volver a casa.
Quebrar todas las máscaras de lo real y entrar en “una burbuja de poético contra tiempo”. Crear el poema, la melodía, la imagen capaz de atravesar el muro infranqueable de lo real, apoyarnos en nuestra propia espalda y pasar de largo, caernos hacia afuera de nosotros, con-movidos. Me parece que este es el tipo de búsquedas del verdadero artista, el que siente y provoca esta conmoción con su obra.
Hoy más que nunca necesitamos del arte para que cumpla su misión urgente y nos lleve, por eternos instantes, al lugar ese donde el tiempo se muerde la cola y todo es más real, híper-real y al mismo tiempo irreal.
En este reino de la fugacidad, la virtualidad, la soledad digital, las relaciones líquidas, la navegación superficial sobre la vida, necesitamos morder la carne marfil, salada, crepitante de los poemas, que nos nutra, nos alucine, nos haga despertar de esta pesadilla llamada “realidad”.
INMORTALES [1]
Hacemos poesía para espantar la muerte
ganarle la espalda siempre
morder su sombra
pintarle colores
que aún no se inventan
el poema transcurre en un tiempo propio
un tiempo fuera del tiempo
por eso en ocasiones
escasísimas ocasiones
cuando la poesía nos traspasa en un abrazo
nos estremece los huesos
entremos en una burbuja
de poético contra tiempo
y por un instante sagrado
sospechamos
que somos
en verdad
inmortales.
“Hacemos poesía para espantar la muerte…”
[1] Martín Echeverría: #Pezrioluna
@echeverriapoeta en Twitter. En Facebook; y aquí su blog personal.