
Por: Samuel Vásquez [1]
A María Fornaguera
1.
Cuando se habla de poesía visual y observamos los ingenuos juegos tipográficos que algunos presentan como tal, o vemos la imaginación obvia que otros exhiben en sus plantillas de palabras repetidas formando un perfil que remeda el objeto que la palabra designa, no dejamos de pensar que un artista como Chagall, con esa bella evocación de su pueblo y de su infancia y su visión sincrética de niño, es, él sí, un Poeta Visual. Pensamos que, en general, la poesía visual se ha dado con más naturalidad y menos ostentación en las artes plásticas. En Colombia artistas como José Antonio Suárez y Juan Antonio Roda en sus grabados, han hecho algunos de los más genuinos poemas visuales en Latinoamérica.
Con el inicio de sus series de grabados, en 1971, Juan Antonio Roda rompe con su obra anterior: asume una poética generadora y abandona las estéticas ya establecidas a las que se había adherido. Desde ese momento no representa, no repite lo visto, no es objetivo. En sus grabados imagina, crea una visión, construye una nueva sintaxis con formas reconocibles. Y su imaginación nos hace ver. Esta visión es una función activa que agrega algo «que no estaba antes el mundo», y difiere sustancialmente de la percepción, función receptiva, propia del espectador.
Esta capacidad de mirar lo que no ha visto es una potencia creadora, y hacerlo visible a los demás, mostrarlo, es un talento artístico.
La palabra fue urgencia reveladora de la primera caída del hombre. El verbo primigenio, el verbo del Paraíso es el silencio. Sólo después de la expulsión emerge la palabra, producto exclusivamente humano -que Dios ignora y sospecha- como una necesidad de los desterrados para decir lo no evidente. Más allá del nombre diferenciador de las cosas, el lenguaje busca descifrar el canto que las cosas callan cuando las estamos mirando. Aceptar la representación es asumir una distancia con lo real, es poner un vestido a la naturaleza. Pero la realidad continúa pidiendo palabras; pero la verdad sigue esperando palabras. (Por eso la verdad hace más parte de la esperanza que de lo real). Donde la representación sí tiene una función fundamental es en su capacidad de mostrar lo invisible.
Esta visión de Roda no es caprichosa, no ha sido inventada para montar un presuntuoso espectáculo alegórico. No. Esta es una imaginación encarnada: nos proporciona placer visual, reflexión mental y un sentimiento almal. Esta sintaxis inédita de las imágenes produce, de manera simultánea y consistente, una experiencia fisiológica, una experiencia inteligible, y una experiencia espiritual, que son indiferenciadas e irreductibles: vivimos una emoción poética.
Si en el poema la palabra es una verdad sobre lo verdadero, aquí, en el grabado de Roda, la imagen es un estar, sin palabras, en la verdad misma del sueño, es aceptar esa certeza analfabeta de la forma. Aquí se elude la traducción del sueño a palabras, y aquél, siempre figurativo, es transferido figurativamente, sin traiciones, al alba inmaculada del papel. Aquí no hay interpretaciones: aquí está el sueño en bruto: es materia deseante.
En los grabados de Roda es manifiesto el desplazamiento, la condensación, la figuración sensible, la regresión a través de una sintaxis libre, que más que remitirnos a un significado preciso, sustenta el sentido cifrado del sueño.
Estamos, pues, ante una puesta en forma de un sueño. Y no se trata de reproducir en la vigilia las imágenes del sueño que tuvimos la noche anterior. Se trata de suprimir la vigilancia de la vigilia para, así, soñar en la obra. Roda crea una noche en la plancha y nos devela los sueños escondidos del metal. El verdadero grabador empieza su obra en un sueño de la voluntad, dice Bachelard. El grabado es el tatuaje del sueño de una mano. Por eso decimos que Roda es el poeta de la mano.
2.

Un sueño nos turba por su obscuridad. Todos lo sabemos. El sueño, aún el diurno, está colmado de noche. El sol y el ojo se eclipsan para permitir el sueño del durmiente. Ojo y sol son hermanos en la luz que proyectan sobre las cosas.
Estamos tan interesados y asombrados, que nunca hacemos del sueño un espectáculo. Estamos tan inmersos y comprometidos, que no cabe aquí hipocresía alguna. Estamos tan en él, que lo peor que podría pasarnos es que el sueño no nos reconozca. ¿En qué antigua noche Roda se ha hecho monja para soñar como monja? ¿Cómo saber de los deseos de la monja sin que resulten trasvestidos? El sueño y la poesía saben las cosas sin haberlas aprendido: El artista tiene la edad de lo que es capaz de ver, de decir. No gobernamos nuestro sueño, nos entregamos a él. Hay un secreto en el sueño que ni al mismo soñador le es dado conocer.
El secreto nos conmueve por su opacidad, por su singularidad, por su unicidad, por su imposibilidad de repetirse, de difundirse, de discutirse. El secreto, siempre impar, mate, obscuro, rechaza la luz del espectáculo. El secreto es el negro cofre que guarda la verdad. Pero la verdad guardada allí no espera ser descubierta, penetrada, elucidada, traducida: es verdad en lingotes cuyo valor se cuantifica por su inutilidad.
El símbolo no se complace con la superficie y penetra la realidad condensándola, y al condensarla abandona el lenguaje común, se extraña, se extranjeriza, y se exilia en el único lugar posible: la poesía. Dice Jung que los símbolos oníricos son, a menudo, tan sutiles y complicados que no se puede estar seguro de su interpretación.
El grabador sólo sabe qué hizo después de imprimir el grabado. El soñador sólo sabe qué soñó después de despertar. Grabador y soñador ya han dejado de serlo cuando el grabado y el sueño empiezan a existir. Cuando despierta, el soñador recoge trozos de lo soñado y trata de enmarcarlos en un espacio no onírico. La noche se le ha colado entre los dedos. Es que la auténtica actividad artística es la que realiza el autor durante la gestación y formación de la obra, plena de libertad y de dudas, de elecciones y abandonos, de encuentros y fracasos. Y es por la libertad y las dudas por las que deseamos seguir haciendo arte, y es por los encuentros y los fracasos por los que tenemos que seguir haciéndolo. Y como el grabado y el sueño sólo existen después de realizados, grabador y soñador nunca pierden su libertad.
Roda al proyectar su inconsciente destruye su objetividad. Estos grabados son más de lo que son capaces de encontrar los ojos. «¿Y podemos amar otra cosa distinta del enigma? […] Una obra de arte cuenta algo que no aparece en su forma visible», dice De Chirico. No se trata, aquí, de copiar el manuscrito de la naturaleza y su orden cósmico. Se trata de liberar el inconsciente para encontrar nuevas sintaxis, caóticas, que producen un desconcierto en la mente superficial, pero que, a través de los símbolos que propone nos muestra que un sentido primordial duerme bajo el mundo de las apariencias, como bien lo sabía Arp. Si la lengua se crea para facilitar la comunicación, el lenguaje gana su verdadero sentido en su capacidad de decir lo incomunicable. El símbolo es algo conocido que sugiere algo desconocido, es la precaria manera que el hombre ha encontrado para ofrecer lo inexpresable.
En Roda, sueño, secreto y símbolo se funden creando una nueva preciosa aleación que nos deja en el papel entintado su testimonio cierto e incitante.
3.
La obra de arte es anterior a las palabras del ensayo que se anima a acercarse a ella. El análisis descriptivo de una obra es sólo repetición menguada de su temática, de su técnica, de su entorno social y estético. La obra de arte es más completa y más misteriosa que las palabras que tratan de explicarla o de replicarla. La más ruín y estéril tarea es aquella que algunos cruzados estéticos acometen como su misión redentora: despojar de misterio a la obra de arte. Desdichados. Ignoran que ella es, a la vez, «el misterio y la llave que abre el misterio» que permanece como misterio aún después de abierto.
La obra de arte prevalece sobre su explicación, como elevado hontanar que propicia múltiples fuentes, y cada fuente arrastra su secreto en el agua profunda.
Así, toda gran obra de arte hace parecer superfluas y excesivas las palabras, pero sólo una gran obra de arte es capaz de suscitar una palabra que camine sobre el abismo, de provocar un ejercicio de la exactitud y la obscuridad. Las palabras sobre el arte son exactas y obscuras porque son la sombra que ese mismo arte proyecta.
[1] Samuel Vásquez
Poeta, dramaturgo, ensayista, músico, artista plástico. Cofundador y Curador de la Bienal de Arte de Medellín. Comisario de la Bienal de Montevideo, Uruguay. Fundador y director del Taller de Artes de Medellín que congrega teatro, música, literatura y artes plásticas. Sus obras de teatro han sido escenificadas por grupos de España, Venezuela y Cuba, así como algunos grupos colombianos. Dirigió 17 obras teatrales y ha participado como miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Es, además, cofundador de la revista Prometeo. Poemas y ensayos suyos aparecen en libros y revistas del país y del exterior. Su poesía ha sido traducida al rumano, portugués, francés e inglés.
Los sigo siguiendo, los pienso pensando.