«El silencio de la ballena». Rómulo Bustos Aguirre

Rómulo Bustos. Foto tomada de delaurbe.udea.edu.co.

 

Texto introductorio a Rómulo Bustos Aguirre: poesía escogida, publicado en 2014 en el programa Leer el Caribe.

 

Por: Rómulo Bustos Aguirre * 

El abecedario de mi formación básica proviene de una modesta enciclopedia cuyo nombre seguramente resulta familiar a todos los de mi generación: El tesoro de la juventud. Con ella aprendí, literalmente, a leer el mundo. Pronto observé con inquietud que existía una extraña grieta entre el mundo vivido y el mundo leído. Y las palabras eran, al parecer, las causantes de este desorden. En las páginas de El tesoro de la juventud había labriegos u hortelanos, arreboles, otoño, encinas, bosques y lagos; mientras en el mundo de mi entorno inmediato solo gente de monte, matarratones, matorrales y simples pozas. En algún momento del mundo se había producido un error y había que corregirlo. Las verdaderas palabras parecían estar en otra parte. Y yo debía estar donde estaban las verdaderas palabras. Y la única manera que se me ocurría para ir a ellas era escribiéndolas. Así surgieron los primeros amagos de infancia, los primeros poemas y cuentos hechos para habitar con las verdaderas palabras. Fue mucho, mucho más tarde cuando comprendí que el asunto era más grave (se me había olvidado decirles, y debí de haber comenzado por ahí: yo soy un lento para todo), pues, no se trataba de algo meramente lingüístico, sino incluso casi ontológico, algo parecido al pecado original: no que las palabras no fueran reales, sino que tal vez yo, ustedes, nosotros no éramos reales sino una mera sombra de algo o como dirían los más pesimistas ─entre los cuales a ratos me incluyo─, algo peor: una especie de incorregible aberración histórica. En todo caso lo que he intentado con los cinco poemarios que he publicado, no es otra cosa que intentar habitar con las palabras verdaderas, en un proceso en el que simultáneamente he ido comprendiendo que las palabras solo son verdaderas si quien las habla es verdadero, no importa en qué lugar del planeta esté o en cuál de los tres o más mundos le haya tocado en suerte vivir.

Creo que a todo escritor colombiano, en mayor o menor grado le ha tocado lidiar con algo parecido, con las variantes del caso. Algunos lo habrán experimentado con mayor o menor traumatismo. Algunos lo habrán superado con mayor o menor rapidez, con mayor o menor fortuna. Yo soy un lento para todo, ya lo dije. Esto plantea en cada caso el problema de la relación de dudas, de deudas, tributos y rechazos con determinadas tradiciones culturales y literarias. Esto plantea el problema de ausencia o construcción y distanciamiento o asunción de tradiciones propias o “impropias”. Esto, en fin, plantea el clásico problema tercermundista de la identidad.

Si bien la identidad se construye en juego de espejos entre heterogeneidades y homogeneidades, creo ante todo que la identidad es ante una identidad en lo humano. Identidad en lo humano, lo demás vendrá por añadidura.

En este recorrido por encontrar las palabras verdaderas se me hace necesario, al menos, mencionar cuatro nombres: López, Vallejo, Borges y Rojas Herazo.

Luis Carlos López, en mi tradición poética más inmediata (que muchas veces resulta la más lejana) ─la tradición regional─ representaba, de alguna manera, el Padre que había que matar. Como toda relación con el padre es una relación ambigua. Me incomodaba su exteriorismo, su localismo falto de vuelo; me seducía su laconismo, su precisión. En mis últimos poemarios, creo haberme reencontrado con algunos rasgos de su poética. Pero en principio había que poner distancia entre sus palabras y las mías. Mi primera publicación El Oscuro sello de Dios si algo le debiera al Tuerto sería su impulso en la negación.

De Vallejo la dimensión religiosa en la visión de la orfandad de América Latina. De Borges su fina hondura metafísica y sobre todo su fórmula magistral: nos pertenecen todas las tradiciones porque no tenemos ninguna. De Rojas Herazo su aguda percepción del Caribe profundo. Estas serían mis deudas y mis deudos más cercanos.

El poema es la palabra verdadera. Tu verdad más tú. «Escribir un poema es dejar caer un pequeño balde a nuestras aguas más profundas, allí donde mutuamente se invocan la pezuña y el ala. No es agua fascinada para la gozosa contemplación de Narciso lo que de allí emerge, sino espejo turbio para el diálogo con tus propios fragmentos, con tus maltrechas costuras. Estoy hablando de mi balde, de mi pequeño balde, pero sospecho que todos somos aguateros del mismo pozo. Lo cierto es que esta despojada mirada al fondo de ese espejo, donde Alicia es también Medusa, es el punto de partida de toda poética» [1]. Y de toda ética .Y de toda identidad.

Conversando recientemente, con una pareja de buenos amigos. Ella, que acababa de hojear algunos poemas míos, me preguntó, muy seriamente, si yo era creyente. Él, le contestó por mí, entre en serio y en broma: “no, él no es creyente, pero él hace que los otros crean”; yo, en cierto modo, corroboré, está ocurrencia, y añadí ─riéndome─ con el eco de una frase de cierto personaje de García Márquez que es la menos garciamarquesca de las frases: “Yo no soy un creyente. Yo soy un desconcertado de Dios”.

Yo creo que el desconcierto es la madre de la poesía. Brota del no entender y la perplejidad que eso genera. Job, en ese sentido es, sin duda, un precursor de la poesía moderna. Job, el que pregunta, no el que al final acata la majestad y el poderío divinos. El Job que se atreve a preguntarle a Dios por el sentido.

Misteriosas, inescrutables y casi malvadas, a fuerza de gratuitas, pueden resultar las razones divinas, desde la perspectiva humana (que es, después de todo, la única perspectiva posible para el hombre). No hay que olvidar que el Dios de Job se dignaba contestar a su criatura, y esto, desde luego, hace una diferencia. De ahí la hybris del capitán Achab ─otro emblema de la poesía moderna─ ante el insultante mutismo de Dios. Achab no logró matar a la Ballena blanca, ciertamente. Pero sobre eso, como dice cierta conocida guaracha: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó yo no estaba ahí”; quiero decir: yo no sé quién dio muerte o propició la larga agonía de la ballena, lo cierto fue que una buena tarde la encontré sobre las piedras del malecón en Marbella. Yo fui de los que merodearon alrededor del monstruo y finalmente corté un pedazo de su cuerpo, y aún sigo preguntándome “si valdrá la pena/ comer de un alimento que ha estado tanto tiempo /expuesto a la intemperie”.

Volviendo a la expresión del amigo. Sospecho que cierta dosis de contradicción hace parte de mi poesía y acaso es esencial en ella. En cierto modo, digámoslo así, utilizando la terminología del taoísmo, el poema en general opera Yang, para que en el lector genere un efecto Ying. No estoy muy seguro, en realidad, de que este sea rigurosamente mi caso. No sé cómo funcionará la cosa en los otros, pero en todo caso, en mí mismo, siguiendo las palabras del amigo, bien podría ser así: el yo lírico de mis poemas no cree, para el otro que vive en mí crea, y/o viceversa.

Ese diálogo ying-yang del lector en el poema y su fuerza, o más bien, debilidad transfiguradora, es lo más cercano a lo que Rojas Herazo en su teología de la novela llama “la comunión de los santos”. El poema es así, pues, un precario espacio sacramental. El pequeño acuario verbal donde, a pesar de todo la ballena sigue viva, emitiendo el infinito canto del silencio de Dios.

[1] Rómulo Bustos. El Orfeo afónico: poesía y globalización. Ponencia leída en el marco de la feria del Libro del pacífico 2.004.


* Rómulo Bustos Aguirre (1954). Nació en Santa Catalina de Alejandría, pequeña población del Caribe Colombiano. Realizó estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Cartagena y Literatura Hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Se ha desempeñado como profesor de literatura en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena. Ha publicado: El oscuro sello de Dios (1988), Lunación del amor (1990), En el traspatio del cielo (Premio Nacional de Poesía Colcultura 1993) y Palabra que golpea un color imaginario (1996) en la colección Encuentros Iberoamericanos, de la Universidad Internacional de Andalucía. Otros libros suyos son: La estación de la sed (1998) y Antología de poetas costeños (1993). La obra reunida de Rómulo Bustos Aguirre fue publicada en 2004 por la Universidad Nacional de Colombia con el título: Oración del impuro. (Biografía: Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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