Ese azul de todos los colores

Fernando Vallejo, Los días azules, Alfaguara, Bogotá, 2003.

Por: Camilo Alzate

 “Todos los crepúsculos son iguales, un lugar común. Y sirven para un carajo: para pedir deseos que nunca se han de cumplir.” Fernando Vallejo. Los días azules.

De Fernando Vallejo se pueden decir atrocidades. Que es un resentido miserable. Que por desgracia extravió la vocación de cura. O de monaguillo. Que ejerce la inconsecuencia nitzcheana, lapidando ferozmente, luego contradiciéndose entero a la siguiente página. Que es un monárquico sin rey, un godo disfrazado de iconoclasta, un fascista enmascarado de poeta maldito, un antioqueño cabal muy homosexual. Que su profundidad literaria deslumbra sólo porque debajo está la nada, algo así como un destello de prosa que estalla, que incendia, y así mismo, que enceguece. Cuando se quiere entrar en Vallejo, abordar sus temas y aristas, aparece algo semejante al vacío.

Los días azules es una de las novelas más personales de Vallejo, lo que ya es bastante. Demasiado para el autor en “primera persona” cuyo estilo es por definición la autobiografía. El maldito regresa al cielo de su infancia. Allí la ternura, allí la ingenuidad, con inusitado tono de candor, despojándose del odio que gotea a chorros el resto de su obra. ¿Habrá un escritor, uno sólo, que no vaya consciente o inconscientemente a la infancia perdida? Escribe el autor:

“Como cajitas chinas que salen unas de otras, el mío es un recuerdo de un recuerdo” (pp. 53).

Recuerdos que se deleitan en la Antioquia parroquial anterior a la violencia política, de matronas recias y regañonas, la Antioquia de la doble moral y los buses escalera, de las fincas ganaderas metidas más allá de esas montañas (disipadas, como el paraíso), un paraje que derrocha hermosura y una cultura rica en coloquialismo. Medellín, todavía un pueblo ultraconservador, no subía ni a Manrique. Calles de piedra y quebradas desbordadas (“la loca”), casas con chambrana y muchachitos que orinaban desde el balcón encima del borracho liberal de la cuadra. Vallejo fue uno de esos muchachitos.

Percibo con admiración que Fernando Vallejo es precursor de una generación de autores contemporáneos como Héctor Abad o Tomás González que, sin abandonar el provincialismo antioqueño, consiguen superar la simple anécdota coloquial en su narrativa. Escribe el autor en uno de sus continuos raptos de lucidez:

 “La novela le fue un género negado a Antioquia. Éramos demasiado nosotros mismos para mentirnos en ficciones. De paso nuestra realidad tenía una luminosidad meridiana, que excluía toda atmósfera. El rojo era rojo rojo y el blanco era blanco blanco y basta” (pp. 104).

Parece que toda la obra de Vallejo cargara la condena de desmentir esta afirmación. Si tiene un mérito –y bien grande- es escribir novelas muy antioqueñas. Se revela, pues, como el heredero más digno de Efe Gómez en ciertos cuadros costumbristas. O de Arango Villegas al desplegar perfectas exageraciones de tremendismo paisa con un humor delicioso. O del maestro Tomás Carrasquilla. Vallejo convierte el alegato, que aprendió de su madre Lía, en género literario. En son de sátira inofensiva se notan las lecturas de Jorge Robledo Ortiz y Epifanio Mejía; Antioquia, paraíso entre breñas, montes y cantinas, donde en la noche “reina el aguardiente y el cuchillo”. Antioquia. La infancia. La felicidad. Ese azul de todos los colores, para plagiar a Aurelio Arturo.

En algún pasaje cansado de nostalgia nos confiesa que la vida, su vida entera, pudo haber sido otra cuando se enamoró la primera vez de una muchacha hoy olvidada. Lo que pasa es que “en amor y en música lo que no se da de una vez que no se dé” (pp.143). Vallejo es lo que es.

Resulta extraño por estos días encontrar una novela dedicada a la alegría, a la felicidad. Más si viene del recalcitrante gruñón que tiene por estilo el regaño, la joda, la perorata y el sonsonete. Este de los días azules es un Vallejo fresco, casi un crío, inquieto y travieso, pero cariñoso, dulce, ingenuo. La infancia es el más bello de todos los colores. Tarde se aprende (pp. 80) que “el futuro todo está en el pasado, y la absoluta tristeza en la absoluta felicidad”…

Fernando Vallejo, Los días azules, Alfaguara, Bogotá, 2003.


Camilo Alzate – @camilagroso

Más textos del autor aquí.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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