Luis Fernando Mejía (Pereira, 1941) ha sido un viajero incansable tal vez por la angustia que le producen los relojes, su voracidad sin límites. Como si hubiera dedicado su vida a reinventar el tiempo. Sus poemas son una ventana a una plaza sembrada de palos de mango donde cada tarde asesinan a Dios. Asómense ustedes por esa ventana y escuchen el ruido de una ciudad que nunca envejece.
Cuando la ciudad me sobreviva
A Pereira
Cuando la ciudad me sobreviva
para olvidarse de mi nombre;
la llamaré desde el fondo de la tierra
con mi voz de raíces.
Serán de tierra mis palabras.
Recogeré mi cuota de sangre entre los árboles.
Me improvisaré de viento
de silencio horizontal a las seis de la tarde.
Renegaré mi muerte.
Me negaré a olvidarme.
Gritaré mi silencio
entre el ruido de las fábricas.
Me levantaré a recoger la angustia
de los domingos de lluvia
y los años que pasaban buscándome
entre los niños del parque.
Exigiré que me devuelvan
los días perdidos,
y las noches perdidas
y los besos perdidos,
y el Dios que asesinaron entre las bibliotecas y las aulas.
Cuando la ciudad me sobreviva.
Cuando me niegue sus calles.
Nadie podrá imponerme una muerte
que yo no escogí nunca.
Continuaré negándome a negarme.
En mis palabras de lodo reventarán las flores.
Mi garganta se hará de raíces
que arañen la lluvia.
Cuando la ciudad se olvide de mi nombre,
yo estaré entre los niños que crecieron
para jugar a la guerra.
Estaré con un libro impidiendo la muerte.
¡Gritando desde las bibliotecas!
Toda la humanidad pasará sobre mi olvido
y yo seguiré negándome al silencio
desde mi metro de tierra,
desde mi silencio aturdido de protestas.
Continuaré creciendo en los incendios de hierba
y en las hormigas que bajan a mi cuerpo.
Nadie podrá obligarme a que desaparezca
Si he dejado la vida sobre todas las cosas.
Mañana será lo mismo
Mañana será lo mismo:
silencios naufragados
y palabras molidas en hélices de sangre.
Un río de horas arrastrando la muerte
y siempre la misma tarde
con sabor distante.
Mañana será lo mismo:
una procesión de rostros sin rostros por la calle.
Un hijo que me espera
izado a media asta en el territorio maduro de tu carne,
y cada vez más lejos el reloj de la infancia.
Mañana será lo mismo.
Y cuando ya no nos quede
ni una sola sonrisa en que gastarnos
entonces será preciso
cambiar este silencio por un grito de barro,
recoger las palabras caídas en la calle
y hacer una canción.
Mañana será preciso
que los rostros sin rostro recuperen su cara.
Que Dios no agonice en la lluvia del parque.
Y que el hijo le arranque al reloj de mi infancia
los punteros que herrumbran de saudade mi sangre.
Mañana será preciso
que el futuro regrese
y empezar a cantar.
Domingo
Hoy
es domingo
en todos los rincones del parque.
El día
me reconoce
y mi hija
juega sobre sus horas
por entre corredores de palomas.
Yo le pago a la vida
por semanas
el derecho a vivir.
Y no pregunto
a la usura de las horas
cuánto pago en espera
por un pan.
Hoy
es domingo
hija mía
y podemos jugar.
Poemas tomados de: Luis Fernando Mejía. Poemas. Editorial Gráficas Olímpica. Pereira, 1989.