Pakula, conjugó su interés por los temas candentes y polémicos con una alta dosis de trucos hollywoodenses. Su interés por los entresijos del poder y, en particular por los trapos sucios de la Casa Blanca, fueron una constante en su trabajo.

¿Quién mató a Carolyn Polhemus? La enérgica, fascinante, sensual y ambiciosa ayudante del fiscal general, Raymond Horgan, ha sido violada y asesinada casi al final de la campaña de su jefe por la reelección.
Director teatral y productor de las mejores obras de Robert Mulligan, Alan J. Pakula (1928, 1998) se lanza a la dirección cinematográfica con The sterile cuckoo, una historia sobre un adolescente, donde Liza Minnelli descubre su mejor faceta como actriz. Pero Klute –en Colombia se presentó con el nombre de Mi pasado me condena-, un “thriller” que enlaza con la mejor tradición del género, obra rigurosa, minuciosamente realizada, enriquece el género en la medida en que deja ver un trasfondo sicológico, tanto en las relaciones entre la policía (Donald Shutterland) y la víctima (Jane Fonda) como en la personalidad de la víctima. Después realiza Los hombres del presidente en la que recoge los pormenores de la investigación periodística de Carl Bernstein (interpretado por Dustin Hofman) y Bob Woodward (Robert Redford), del Washington Post, tras las pistas que desembocarían en el caso Watergate, que acabó con la presidencia de Richard Nixon y La decisión de Sofía, sobre una judía polaca (Meryl Streep) que escapa de los campos de concentración con dos hombres muy distintos. O las más recientes El informe Pelícano, basada en la novela de John Grisham y La sombra del diablo en el que Harrison Ford y Brad Pitt crean un memorable dúo interpretativo. Pakula, conjugó su interés por los temas candentes y polémicos con una alta dosis de trucos hollywoodenses. Su interés por los entresijos del poder y, en particular por los trapos sucios de la Casa Blanca, fueron una constante en su trabajo. Él mismo confesaba cómo veía las relaciones entre el cine y la política en su país:
“En Estados Unidos hay un atractivo entre la gente del cine y los políticos. Creo que hay cierto paralelismo, no intelectualmente, pero sí desde el punto de vista afectivo. Una vez que has probado el enorme éxito público, puede resultar muy difícil, en muchos casos, seguir viviendo sin ello, por lo que necesitan que el poder se perpetúe y que se encuentren frente al problema de que el fin justifique los medios. Esto puede llevarlos a inmensas corrupciones».

Tuvo un triste y repentino fin en la autopista de Long Island, en Nueva York, cuando se estrelló contra su parabrisas una barra de metal, golpeándole fatalmente en la cabeza. Pakula, de 70 años, era considerado como uno de los grandes directores de Hollywood. Pero la carrera de Alan J. Pakula dentro de las artes del espectáculo se inició muchos años antes, a mediados de los años 40, como director y productor de obras teatrales. Su amistad con el productor de televisión Robert Mulligan los lleva a asociarse y se estrenan con Matar a un ruiseñor (1962), dirigida por Mulligan, Amores con un extraño (1964) y La noche de los gigantes (1966).
Para Se presume inocente se apoya en la adaptación de un homónimo best-seller escrito por Scott Turow, una figura en las letras estadounidenses. Graduado en el Amherst College en 1970, estudió Escritura Creativa en la Universidad de Stanford, de la que fue profesor, licenciándose en Derecho en el año 1978 en la Harvard Law School. Trabajó como fiscal hasta 1986 y continuó haciéndolo como abogado en un bufete del que es socio. Ha sido miembro del Senado y presidente del Gremio de Autores. Ha cultivado simultánea e ininterrumpidamente, la literatura y una brillante carrera jurídica. En 1977 publicó One L, crónica de su primer año en Harvard y se convierte en lectura obligada para todo estudiante de leyes. En 1979, cuando sólo llevaba tres meses como fiscal federal de Chicago, comenzó a redactar Se presume inocente.

Siempre empiezo así:
-Yo soy el fiscal. Represento al Estado. Estoy aquí para presentar las pruebas de un crimen. Juntos considerarán estas pruebas. Ustedes tendrán que deliberar sobre ellas y decidir si ha quedado probada la culpabilidad del acusado. Este hombre…
Así comienza Se presume inocente, una de las más vigorosas y singulares novelas en su género, trata sobre el bien y el mal, la corrupción, el poder político y, principalmente, las limitaciones para aproximarse a la verdad de los hechos. Lo que en lenguaje técnico se conoce como verdad-formal y verdad-sustancial: al Derecho sólo le importa la primera, la que encaja perfectamente en su ordenado mundo constituido por normas y sanciones. Y resulta cautivadora esta novela porque pone al descubierto el insondable abismo que a veces separa una verdad de otra. Aquí, la debilidad humana, la ineficiencia, el egoísmo y la cobardía se conjugan para impedir que se haga justicia en el estremecedor caso de Carolyn Rolhemis. En efecto, Raymond Horgan, fiscal jefe del condado de Kindle se prepara para unas disputadas elecciones en las que aspira a ser reelecto por cuarta vez. Sin embargo, su imagen y su campaña resultan ensombrecidas por el enigmático asesinato y violación de su atractiva ayudante Carolyn, mujer ambiciosa, sensual e inescrupulosa.

De la urgente investigación se encarga Rusty Sabich, también ayudante de Horgan y de quien todos ignoran que ha sido amante de la mujer asesinada. La ardua y laberíntica indignación revelará una sociedad tortuosa y enfermiza que sólo puede afrontar la realidad engañándose a sí misma. Y llevará a que Rusty se replantee una profesión poco gratificante y una desgastada vida matrimonial con Bárbara, su esposa y pieza clave en la resolución de un enigma que poco a poco, lentamente va envolviendo uno tras otro a todos los personajes del relato en un espiral de suspenso y de inconfesables verdades.
La espada de la justicia –como la de Damocles- es de doble filo y está sobre nuestras cabezas, como así lo descubre el procurador Rusty Sabich (interpretado por Harrison Ford) cuando revelaciones provocativas le exponen como primer sospechoso en un misterioso caso de asesinato. Sabich es designado a investigar el asesinato de Carolyn (la hermosa Greta Scacchi), una bella mujer colega suya con quien había tenido una ardiente aventura extramatrimonial. Según se va descifrando la investigación, a su vez se descubre la vida de Sabich. Su jefe, el Procurador General, Raymond (Brian Dennehy) le cree culpable; Barbara (Bonnie Bedelia), la esposa de Sabich está destrozada también por los celos; incluso su abogado defensor, Alejandro Stern (Raúl Julia), tiene sus dudas acerca del caso de su cliente, que se presenta en el juicio ante el juez Larren Lyttle (Paul Winfield). Sabich descubre que el sistema de justicia al que una vez él mismo se encomendó, le está persiguiendo agresivamente, haciéndole descubrir su pasado y amenazándole a la total destrucción de su carrera, de su familia e incluso de su vida.

Se ha visto una reiterada preocupación por parte del cine estadounidense que tiene que ver con la puesta en cámara de la farsa de la justicia. Sospechoso de Peter Yates, Mucho más que un crimen de Costa-Gavras, Culpable o inocente de Joseph Ruben y ahora con Se presume inocente, la justicia es tomada bajo nuevos parámetros dramáticos. Es posible deplorar que los adaptadores del “best-seller” homónimo de Turow no respetaron la construcción del relato contado en primera persona y en “flash back”. Si lo hubieran seguido fielmente, la película hubiera contado con la total complicidad del espectador y la convertirían en un presunto implicado. La narración y su puesta en imagen, el tono casi documental (¿noticioso?) detienen considerablemente el interés que podría tener la investigación. Toda la progresión dramática está filmada en un estilo neutro, frio, impersonal. Voluntariamente en la distancia, el espectador se siente implicado a la fuerza en ese ritual de la falsa e ilusoria sospecha.