Greta Garbo: divina inmortalidad

Vivió en Nueva York casi todo su tiempo, recibió a muy pocos, paseó por las mañanas después de las 10, protegida por anteojos oscuros como una dama vieja que nadie reconoce en las aceras. Nunca cedió a ofertas desmesuradas para que hiciera cine de nuevo. Nunca concedió una entrevista. Supo labrar su propia estatua cuando su desaparición fue absoluta, a pesar de que siga fugazmente apareciendo, en cualquier rincón del cielo y de la noche…

La vida sería tan maravillosa si tan sólo supiéramos qué hacer con ella.
La vida sería tan maravillosa si tan sólo supiéramos qué hacer con ella.

Por: Juan Guillermo Ramírez

Soy una mujer que le soy infiel a un millón de hombres. Greta Garbo.

Quién puede ignorar su existencia. La llamaron divina, le ofrecieron los más frenéticos homenajes. En 1990, año de su muerte, llevó su frase: Quiero estar sola hasta los más intangibles bordes del pronunciamiento. Fue víctima no sólo del tiempo, sino del éxito, de su belleza intrigante, de Hollywood, de su propio sentimentalismo. Hoy, a los 25 años de su ausencia, sólo queda su recuerdo convertido en leyenda, ese sabor ajeno de la fama, esos atributos propios de un talento, la muerte misma, Greta Garbo.

Hay intérpretes cinematográficos que conozcan de antemano que su muerte será registrada en la primera plana de los diarios o en las portadas de las revistas. No puede haber mucho. Charles Chaplin pudo tener esa desagradable anticipación de la gloria, no sólo porque la conoció en vida, sino porque de alguna manera se formó, y él supo, el consenso de que su trabajo no había sido efímero.  Hace algunos años su compatriota Sir Laurence Olivier tuvo que saberlo, simplemente porque ha sido un maestro supremo del teatro y del cine de habla inglesa.

Lo que uno ve en otra mujer cuando está borracho, lo ve en Garbo cuando está sobrio.
Lo que uno ve en otra mujer cuando está borracho, lo ve en Garbo cuando está sobrio.

Y así tuvo que saberlo la actriz que todos recuerdan aunque se retiró de las pantallas desde 1941, Greta Garbo. Nació el 18 de septiembre de 1905 en Estocolmo, en hogar de obrero venido del campo y de campesina. Pasó su infancia con tres hermanos, en un barrio humilde y comenzó a soñar con ser actriz, así la realidad la llevase a los catorce años a ser enjabonadora en una barbería y días después manicurista en otra. Con pase de cortesía logró ir al teatro a escuchar a un cantante que le cautivaba. Su hermana Alva, empleada de la cadena de almacenes PUB, logró que la admitiesen  como vendedora de sombreros. En el almacén donde trabajó se mostraron, el día de su muerte, a los curiosos visitantes, el lugar en que ella atendía al público. Y en donde se inició en el cine. Efectivamente, la eligieron para mostrarla en dos cortos de propaganda de PUB y para posar, con destino, a fotos publicitarias, luciendo modelos nuevos de sombreros.  En 1962, el director Erik Petschler, que había visto estos registros visuales de su belleza, la contrató para un pequeño papel en una comedia cinematográfica, Pedro el vagabundo, y la gente empezó a decirle a Greta Lovisa Gustaffson, su verdadero nombre, que tendría provenir en el cine sueco. Ella comprendió que debía prepararse y se matriculó en la Real Academia de Arte Dramático. Conoció a Mauritz Stiller, austriaco de nacimiento y nacionalizado sueco. Este que gozaba de renombre, la aceptó para protagonizar un largometraje La leyenda de Gosta Berling, inspirado en la novela de una sueca ganadora en 1909 del Nobel de Literatura, Selma Lagerloff. No se desanimó Stiller cuando los suecos recibieron con apatía esa película y la actuación de Greta Garbo, nombre más afónico que él le había dado.

Partió para Berlín con la cinta y con la actriz, y organizó la presentación basada en el necesario exceso de publicidad. La crítica aplaudió. El austríaco Georg Wilhelm Pabst, que iba a dirigir una producción en Alemania, negocia con Stiller, y así Greta Garbo brilla en su segundo largometraje La calle sin gloria (1925), aunque desempeñaba un papel secundario. Esa fue una película importante porque, como lo anota Siegfried Kracauer, sirvió para que Pabst mostrase por primera vez desde el ángulo de un observador realista, el afiebrado final del mundo de posguerra.

No hay nadie que quisiera tenerme... no sé cocinar.
No hay nadie que quisiera tenerme… no sé cocinar.

El productor estadounidense Louis B. Mayer, llega a Alemania por ese entonces y ve La leyenda de Gosta Berling, en consecuencia contrata a Stiller por tres años y le pide que marche a los Estados Unidos. Stiller pone una condición, que Mayer acepta: contratar  también a la Garbo. La pareja viaja a Nueva York a mediados de 1925 y nada ocurre durante algunos meses. Pero todo cambia cuando Irving Thalberg elige a Greta Garbo para ser protagonista de una adaptación al cine de la novela El torrente, del español Vicente Blasco Ibáñez. Estrenado ese film en febrero de 1927, llueven los aplausos. Para repetir la fórmula, la Metro decide acudir de nuevo a Blasco Ibáñez, y se adapta una novela suya de ambiente argentino, La tierra de todos. Stiller tendrá la oportunidad de dirigir a su protegida. Pero enseñado a hacer cine en otro medio, Stiller se enreda, la casa productora se aburre y lo reemplaza por Fred Niblo, consagrado con Ben Hur. Amargado, Stiller se refugia en la penumbra y no tarda en morir, en 1928.

La dirigirá ahora Clarence Brown, con el astro del momento, John Gilbert. La película también de fuente literaria, un relato de Herman Sudermann, es El demonio y la carne, y algo sucede que la vuelve memorable. Manuel Villegas López lo cuenta así en su texto “Los grandes nombres del cine: La película es simplemente discreta, pero las escenas pasionales van a cambiar el rumbo del cine: ha nacido el amor en la pantalla. Garbo es la vampiresa, la mujer fatal. El éxito colosal en el mundo entero y la consagración definitiva de Greta Garbo representan el gran mito de la mujer como ídolo. En las postrimerías del cine mudo, Garbo deja a su paso piezas de antología: Ana Karenina (1928), dirigida por Edmundo Goulding; La mujer divina de su compatriota Victor Sjostrom, La dama misteriosa de Fred Niblo; y La mujer ligera de Clarence Brown, las tres en 1929.

Aparentemente hay una ley que gobierna todas nuestras acciones, por eso nunca hago planes.
Aparentemente hay una ley que gobierna todas nuestras acciones, por eso nunca hago planes.

Otras estrellas se opacaron al llegar el universo sonoro a su medio; ella triunfó de nuevo. Protagonizó catorce películas sonoras antes de resolver que no haría más, y cumplirlo. No todas sus películas son estupendas, y todos saben que las buenas deben su fulgor a ella y no a otro factor. Con otra intérprete probablemente no seguirán dándose, sin apagamiento previsible, sin agotamiento, obras como La reina Cristina (1933) de Rouben Mamoulin; Ana Karenina (1936), esta vez de Clarence Brown; La dama de las camelias (1936) de George Cukor; María Waleska (1937) de Clarence Brown; y sobre todo Ninotschka (1939) de Ernest Lubitsch.

¿Cómo pudo suceder, después de tantos éxitos, que fracasara La mujer de dos caras (1941) su última película? Víctima del ataque de organizaciones católicas que la juzgaron inmoral, la película fue recortada inmisericordemente por los productores. Y no gustó. Greta Garbo tenía apenas 36 años de edad, era millonaria y resolvió desaparecer. Tenía esta tendencia desde que la convirtieron en estrella. Quiso ser dueña de su vida privada, y rechazó que se hablase tanto de sus relaciones con Stiller, con John Gilbert, como el príncipe sueco Sigvard, quien le propuso matrimonio. Pero su desaparición fue bastante relativa. Ni los críticos de cine, ni los espectadores que pueden verla renacer cada noche, en cada función, en algún teatro del mundo, quieren olvidarla.

Cualquier persona que tiene una sonrisa perpetua en el rostro, oculta una rudeza que asusta.
Cualquier persona que tiene una sonrisa perpetua en el rostro, oculta una rudeza que asusta.

Vivió en Nueva York casi todo su tiempo, recibió a muy pocos, paseó por las mañanas después de las 10, protegida por anteojos oscuros como una dama vieja que nadie reconoce en las aceras. Nunca cedió a ofertas desmesuradas para que hiciera cine de nuevo. Nunca concedió una entrevista. Supo labrar su propia estatua cuando su desaparición fue absoluta, a pesar de que siga fugazmente apareciendo, en cualquier rincón del cielo y de la noche, en cualquiera de sus tantas películas, en esas variadas mujeres en un solo cuerpo interpretadas con mucho Garbo.


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Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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