Ni una sola lágrima para Cioran

Al igual que Jorge Luis Borges, Cioran nos conmueve e interpreta, justamente por no haber sido nunca moderno y haberse ocupado con soberbia solipsista de lo que lo preocupaba desde siempre: ni el sexo, ni la política, ni el inconsciente, como no sea para disminuirlos por paradoja, con aire de negligencia, asoman en sus ensayos y aforismos.

La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. ¡Qué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia. Cioran.
La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. ¡Qué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia. Cioran.

Por: Antoine Skuld

Para Átropos

Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan. Cioran.

Emil  Magnus Cioran nació en Rasinari, Rumania, el 8 de abril de 1911 y murió en París el 20 de junio de 1995. Hijo de sacerdote ortodoxo, realiza estudios clásicos e ingresa, a los 17 años, a la Facultad de Filosofía de Bucarest. Allí se dedica al estudio de Kant, Fichte, Schopenhauer, Hegel y Bergson. Por su dedicación al estudio de este último filósofo obtiene su diplomado de licenciado. Su primer libro que reagrupa sus numerosos ensayos aparece publicado en 1933 con el nombre de “Sobre las cimas de la desesperanza”.

A partir de esta época, Cioran se aleja del sistema de pensamiento de Bergson y se acerca a Nietzsche. En 1935 publica su segunda obra: “El libro de los desprecios”. Durante 1936 y 1937 trabajó como profesor de filosofía en un colegio. En 1937, tras una marcada y profunda crisis religiosa, escribió “De lágrimas y santos”. En este mismo año obtiene una beca del Instituto Francés de Bucarest para hacer un doctorado en París, y allí se quedará para siempre. Durante nueve años siguió escribiendo sin publicar nada. Recorrió Francia en bicicleta y asistió a la Sorbona únicamente a los cursos de inglés. En 1946 renuncia a su nacionalidad y adopta el estatuto de apátrida. En 1947 entrega a Ediciones Gallimard el manuscrito de su primer libro escrito en francés: “Breviario de podredumbre”, pero en 1949 aparece la versión definitiva. A partir de entonces publicó ocho libros más: “Silogismos de la amargura”, “La tentación de existir”, “Ensayo sobre el pensamiento reaccionario y otros textos”, “La caída en el tiempo”, “El aciago demiurgo”, “Del inconveniente de haber nacido”, “Desgarradura” e “Historia y utopía”. Hasta el año 1950 vive como estudiante, aprovechando todas las becas que se le presentan y comiendo en los restaurantes universitarios. Durante la guerra y como no tenía libros, leí toda la biblioteca de la iglesia rumana en París; llegué a conocer perfectamente esa lengua de iglesia, que es muy bella, a causa sobre todo de su extraña mezcla de latín y eslavo.

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos. Cioran.
Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos. Cioran.

A partir de 1950 intenta vivir como escritor y lo logró, no muy bien que digamos. Rechaza el nombre de filósofo y prefiere el de simple escritor: Yo quise ser filósofo y me quedé en aforista; quise ser místico y no pude tener fe; quise ser poeta y sólo llegué a escribir una prosa poética bastante dudosa.

 

Reiteraciones de desasosiego

Adelantado en el tiempo, el presente despunta muy poco en sus páginas y sólo vago, indistinto y lejano. Cioran se ha excluido voluntariamente de la acción, inclusive y sobre todo de la publicidad, rehusando integrarse al desfile de máscaras de la conciencia moderna con sus vehemencias y arrepentimientos. Enemigo de la plaza pública, sus libros ganan con el secreto y con la discreción de su figura al margen del debate público. Al igual que Jorge Luis Borges, Cioran nos conmueve e interpreta, justamente por no haber sido nunca moderno y haberse ocupado con soberbia solipsista de lo que lo preocupaba desde siempre: ni el sexo, ni la política, ni el inconsciente, como no sea para disminuirlos por paradoja, con aire de negligencia, asoman en sus ensayos y aforismos.

La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza. Cioran.
La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza. Cioran.

Rumano de nacimiento y educación, vivió en Francia más de cincuenta años y a los 37 decidió cambiar de idioma y emprende, luego de renunciar arbitrariamente a una traducción de Mallarmé, su conversión al idioma de La Rochefoucauld, Pascal y Josep de Maistre, al cual lo une una empatía de estilo, y estas palabras de un estudio sobre Maistre, casi se podrían considerar para él mismo: La amplitud y la elocuencia de su rabia, la pasión que desplegó al servicio de causas indefinibles, su obstinación en legitimizar más de una injusticia, su predilección por la sentencia asesina, hacen de él un espíritu desmedido que, no dignándose a persuadir al adversario, lo aplasta por entero con un adjetivo. Fue en el francés del siglo XVIII, sin desdeñar al barroco del XVII, a donde, como una extravagancia más, fue Cioran a adueñarse de un estilo para verter su ensañamiento de viejos principios iconoclastas, su maniático ataque escéptico. Su anacronismo es una preciosa terquedad de poeta. Nadie como él, en el mundo de la filosofía actual, ha hecho de la preocupación literaria el inexpugnable fantasma que lo habita. Sus temas son puras reiteraciones de desasosiego que atormentan la brevedad de la obra: Cioran se considera, ante nosotros, como escritor de impulsos, ajeno a la disciplina profesional. El gran orgullo, casi infantil, que siempre vuelve en sus conversaciones con presunción típica balcánica, es no haber trabajado nunca, haber logrado sobrevivir sin oficio ni profesión. La honorabilidad social es para él una de las manifestaciones del escarnio. Escribe cuando quiere, cuando lo necesita, absteniéndose de sistematizar. Le horroriza imponer la creación de una obra:

Creo en el dios fragmento. Creo que el fragmento expresa lo que uno es en un momento, pero también en términos de absoluto. No hay que buscar la coherencia, nunca la he buscado. No busco la verdad, pero sí lo verdadero. Soy el secretario de mis sensaciones. Tal texto lo escribo en un estado definido, tal otro en otro. No puedo ponerme a arreglar las cosas para lograr un conjunto coherente. No escribo libros profesorales, no trato de crear un sistema. El sistema es siempre la voz del jefe: por eso todo sistema es totalitario, mientras que el pensamiento fragmentario permanece libre. Soy el tipo más asistemático. Tres personajes salen casi honrosamente recuperados de su cadencia de anatemas: el místico, el poeta, pero sobre todo el fracasado. Es algo que remonta a mi juventud. Sentía inclinación por los que uno llama fracasados, ¿pero qué es el fracasado? Un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos y no los explota. Que destruye su vida. Debo confesar que me marcaron. Puedo hablar de su influencia decisiva. Acudía a ellos como uno se acerca a un sabio. Imponiéndome sus amarguras me prepararon para las mías. Provistos de gran ambición, partieron a la conquista de yo no sé qué gloria. El fracaso los esperaba. ¿Delicadeza, lucidez, pereza? No sabría decir qué virtud había transido sus designios. Pertenecían a esa categoría de individuos que pueden encontrarse en las capitales, que viven de expedientes, siempre en busca de una colocación que rechazan en cuanto la encuentran. De sus opiniones he sacado mis enseñanzas que del resto de mis conocidos. Casi todos llevaban en sí mismos un libro, el libro de su revés; pese a estar tentado por el dominio de la literatura, no cedían.

Sin embargo a E. M. Cioran le subyugaba sus derrotas.

Se llamaban “fracasados”. Forman un tipo de hombre aparte que me gustaría describirle a usted, a riesgo de simplificarlo. Voluptuoso del fracaso, busca en todo su propia mengua, nunca supera los preliminares de su futuro ni franquea el umbral de ninguna empresa. Rivalizando en abulia con los ángeles, medita sobre el secreto del acto y no toma más que una iniciativa: la del abandono. Su fe, si la tiene, le sirve de pretexto para nuevas capitulaciones, para una degradación vislumbrada y deseada: se desploma en Dios… ¿Qué reflexiona sobre el ‘misterio’? Es para hacer ver a los otros hasta dónde lleva su dignidad. Habita sus convicciones como el gusano el fruto; cae en ellas y sólo se repone para soliviantar contra sí las tristezas que le quedan. Si ahoga sus dones es porque con todas sus fuerzas ama su cansancio; avanza hacia el pasado, desanda el camino en nombre de sus talentos.

Yo podría, si acaso, mantener relaciones verdaderas con el Ser; con los seres, jamás.

 

Una teoría del suicidio diferido

Patrice Bollon, una estudiosa de Cioran, publica en la revista francesa “Magazine Litteraire”, un artículo dedicado al suicidio en la obra de Cioran, y por considerarlo de especial interés para celebrar sus 20 años de muerto, he realizado la siguiente versión abreviada al español:

Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir... Cioran.
Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir… Cioran.

A los ojos de algunos comentaristas, la obra de Cioran está percibida como una especie de variación que gira alrededor de la idea del suicidio, con verdaderos contenidos apologéticos. Es natural pensar que el tema del suicidio ocupe un lugar no despreciable en sus aforismos e igualmente cuando no está señalado de manera evidente. El suicidio es el telón de fondo y de la comprensión que ocupa una buena parte de “El aciago demiurgo”, publicado en 1969. Sería por lo tanto un contrasentido  total, el ver en el autor de “Breviario de podredumbre”, un apóstol de un pesimismo activo que conduce irremediablemente, al suicidio. De hecho, aquello que para Cioran es muy claro, una idea, no tiene más valor real si esta idea permanece única y verdadera en la disolución del acto: es la posibilidad de poner un término en su vida cuando se desea, cuando se vuelve soportable; esta es la idea del suicidio. Por reflexiones que ella misma suscita, puede llegar a dar un premio. O en su defecto, un sentido a la vida. Yo vivo únicamente porque tengo la posibilidad de contar con mi misma muerte. Sin la idea del suicidio ya me hubiera matado.; escribe Cioran en su “Breviario”.

El suicidio es para Cioran una afirmación de la libertad frente a la tiranía de los conceptos escritos siempre en mayúscula: el Destino, la Providencia, Dios. Pero si Cioran antepone el valor, es porque va a trazar los límites: “Ella sola, es decir, la misión de la muerte voluntaria, propone un intento abismal, un abismo liberador”. Cioran señala aquí el adjetivo, pero habría podido también señalar el término de “abismo”. Porque si la muerte es escogida, ella misma no es un escándalo ni una debilidad, habita por lo tanto en ese fondo inadmisible del abismo, pues ella encarna muchas ilusiones: No se suicidan más que los optimistas, los optimistas que no pueden serlo más. Los otros, no tienen ninguna razón de vivir, ¿por qué no habrían de morir?

Aquello que Cioran refuta en el suicidio, tal y como es concebido hoy día en Occidente, es que ha quedado reducido a negación. Es una ilusión engañada cuando justamente la filosofía es para el suicidio un ejercicio de pensamiento encarnizado, que nunca termina de desencantar al mundo. No resuelve nada salvo su ausencia. No toma el problema, simplemente lo hace desaparecer. Porque Cioran niega la realidad pero conserva la idea. Es la confrontación incansable con la idea de un “fin” que se pueda fijar y que da origen a la pregunta: ¿Por qué no me mato? Si supiera exactamente aquello que me lo impide, no tendría más preguntas que formularme porque ya las habría respondido.

Para Cioran, es la familiaridad con la idea del suicidio que explica el surgimiento de lo pensado. Llevarlo a cabo, realizarlo sería el haber escogido aquello que es imposible de creer: la ruptura de la ilusión. Es creer que existe algo más que el presente: es vivir enteramente preso de esta ilusión que la filosofía, si ella tiene un verdadero sentido, debe extirpar. Es abandonar toda esperanza de pensamiento libre, fugaz. En esta seria amenaza del “fin” nace la reflexión. Sin duda, es necesario comprender este aforismo que aparece en “Del inconveniente de haber nacido”: Un libro es un suicidio retardado, demorado, aplazado, dilatado.

El único suicidio que, en el fondo, podría Cioran recomendar, sería el suicidio en “frio”, el suicidio estoico en el sentido puro y limpio del término: no aquel que nace del duelo fúnebre y doloroso de una creencia, de una fe, sino más bien de aquel que nace de ese desgano reposado, asco sereno, de esa repugnancia tranquila que lo conduce a una lucidez total. Pero Cioran sabe que no sólo se trata de una meta imposible sino que es algo inhumano. Toda su reflexión se dirige apuntando hacia el desprendimiento, hacia la indiferencia; pero al mismo tiempo, todos sus aforismos explican la dificultad, la imposibilidad del suicidio como algo que no se puede realizar sino sólo llevándolo a cabo, persiguiéndolo, importunándolo. Toda su obra gravita alrededor de esta contradicción indisoluble y apodíctica, entre la necesidad de lucidez y de creencia. El suicidio, al resolver esta contradicción, queda convertido en “un nirvana para la violencia.

  El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida. Cioran.
El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida. Cioran.

Por esta razón, el suicidio para Cioran no está muy lejos de constituirse en una “falta de gusto”, en una intrusión deplorable de seriedad allá mismo donde debe estar proscrito. El suicidio es una pasión, y como todas las pasiones, es ciega. La ironía, en el fondo, es la única respuesta verdadera que se le puede ofrecer al desencantamiento del mundo. Ella constituye, sin duda alguna, el corazón de la visión del mundo o de la filosofía, si es que acaso hay alguna en Cioran. Más cercano a Schopenhauer, este melancólico rumano se ubica  al lado de los ironistas a la mejor manera de un Kraus o de un Lichtenberg, a quienes es necesario darles una nueva lectura. Igualmente los aforismos más “negros” están ante todo presentes en las piruetas propias del ejercicio de la provocación y del humor nunca excluidos. Los cantos más desesperados son igualmente los más dolorosos: no es pesimismo, es elegancia. Y es en este punto, evidentemente, lo que hoy día le confiere a Cioran su sorprendente actualidad. Ocupa el lugar apropiado de las esencias y de la dialéctica, enfrenta la elegancia de las apariencias con esa “levedad” que lo seduce y lo irrita simultáneamente y que se encuentra en los moralistas franceses.

De un romanticismo adolescente de la negación a una política desengañada del artificio, ese fue el itinerario al que nos invitó (y aún nos sigue invitando) a recorrer Cioran. El nihilismo del autor de Ese maldito yo, De lágrimas y de santos, Cuadernos (1957-1972), entre otros, viene de muy lejos. Se podría decir que le antecede y ese es su postulado. Nada tiene importancia ni sentido, así en la vida como en la muerte, como el devenir individual de la historia. Solo la pasión del absurdo justifica que se intente vivir. Esta es la única razón que valida el suicidio, pero cuando se pospone, se difiere, se aplaza.

Breve y cortante, lo que dibuja Cioran con sus sentencias es una especie de moral de la urbanidad, una estetización de la vida. ¿Y qué puede haber más falto de estética que un hombre ahorcado?


Antoine Skuld

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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