Por: Alejandro Herrán
La Mosca Negra Teatro, Medellín.
Dramaturgia y dirección: Victoria Valencia.
Actores: Diego Jaramillo Taborda (principal), Maria Isabel Naranjo (instaladora), Andrés Felipe Giraldo (música).
Música en vivo. Raúl es el actor que representa un monólogo desvariante durante la obra. El escenario está ensangrentado, las paredes, el suelo. Una vez entra el espectador en la sala, la obra ya está en curso: el monstruo (Raúl), con un vestido femenino y una máscara en forma de machete, reposa en el centro del escenario, agónico. La mujer que durante el acto se pasea por el escenario y con cemento seco y pintura intenta ocultar los rastros de sangre que manchan todo, pareciera no tener que ver nada con aquel. Ella no habla. Es la impunidad vívida, andante: su silencio oculta, la pintura secuestra el recuerdo de la barbarie. Su labor es no dejar rastro. La mujer, usando un tapabocas, vestida de albañil, tapa su rostro, sus palabras. Es solo ojos. A nada mira.
El argumento se enuncia a lo largo del monólogo: Raúl, teniente del ejército colombiano en Tame, Arauca, violó y asesinó una niña. El ejercicio teatral cobra sentido al rescatar la memoria, del olvido que son los hombres y la razón, y plasmarse en la conciencia del victimario. Allí, el monólogo tendrá intersticios en donde el carácter, la entonación del discurso y la postura de Raúl, se disolverá y aparecerá la niña: pueril, frágil, danzante. Acontece la ridiculización del monstruo: tiembla, imita animales, su monstruosidad recae en su des-individuación, la nulidad de un mismo espíritu, el conflicto a que se somete por medio de la palabra. La delicadeza de la niña se postra en su figura cuando elimina la máscara de su rostro y queda solo su esencia (la disparidad masculina-femenina): “Llevo a Dios en el rostro”, son las palabras con que deviene otro, con las que se deslíe su entereza.
De unas representaciones intempestivas, de crueldad e infantilidad, el monstruo es deformado en una especie de sujeto romántico-melancólico. La discontinuidad es acorde a la música, porque ella ayuda a entender qué presencia (el teniente o la niña) está frente al público. Los tres actores que hacen la escena son una unidad mental: la música relata la tensión, la distención del monólogo, lo somete a una pausa, le indica el frenesí de un joropo, de un ritmo llanero, de un vals.
Se sucederán escenas en donde Raúl contará, como victimario, el crimen, el monstruoso abismo a que llegó tras él: describirá sin asco pero con insania, y se transformará en la niña, bailará, llorará y en crisis melancólica, registrará cómo el fortuito pasado no desaloja su presente. El cuerpo en este estado, salido de sí, revela la cercanía de un hombre superior, se cree Dios, mientras habita un animal en los adentros… La sangre desalojada del espacio por la pintura blanca es la culminación de todo: el monstruo seguirá viviendo en tantos otros hombres frágiles.
Alejandro Herrán
Muchas gracias Alejandro por tu visión del horror a blanco. Nos hubiera gustado conocerte.
Un saludo para Viki Valencia ,su equipo de trabajo y a Alejandro Herrán.Agradeciendo esta lectura aproximativa que hace Alejandro ,en la cual recoge parte de la polisemia con las que se manifiesta la dramaturga y a la vez directora Valencia,me permito(descaradamente)insinuar alguno que otro punto de vista.Como muchos he seguido con interés la dramaturgia propuesta por Viki( esto de Viki es por el cariño que le profeso)y aún más,sus arriesgadas puestas en escena-permítaseme utilizar todavía tan añejo término-donde no ha escatimado aproximaciones provocadoras tanto plasticamente como en la parte de la interpretación actoral;aquí las actrices-registro preferente-y los actores se las han tenido que ver con un entramado físico y psiquico que los pone en un nivel de delirio y azarosa presunción grotesca,tensionante que rezuma algo de lo que la misma creadora supuestamente congestiona y alquimiza en su interno,propulsor de nuevas»vidas» escénicas.Registro que por mucho tiempo sostuvo pero,a mi manera de percibir,ha ido variando y dejando tras esto un intersticio al desnivel,al desbalance entre sus textos escritos y los textos escénicos o textos espectaculares que llaman.Habría que ahondar en las razones para que esto ocurra pero eso sucedería en un posible encuentro con la susodicha amiga presurosa de siempre. Desbalance,digo,que ocurre cuando la potencia escénica de algunas y algunos de sus interpretes -y no hablo ya de la llamada presencia escénica-no alcanza a esclarecer,desde los actos de habla,la densidad linguística.el guiño prosaico de su fraseo urbano y el gesto «monstruoso» de una realidad decodificada por la misma autora;el monstruo,el bestiario de sus últimas producciones exigen un trabajo más profundo y no sólo una supuesta emocionalidad no se sabe extraido bajo qué parametros que desdicen de sus efectos espectaculares.Las violaciones,los abusos sexuales,el asedio,los desplazamientos forzados,los linemientos hetero normativos,la gama de expresiones del poder unívoco y otros tantos items que se alcancen a esclarecer en los subtextos de sus obras piden una otra mirada,visión de quienes cordialmente se aventuran a trabajar con la directora Valencia.Es así que percibo lo que acontece ,en DE MONSTRUOS Y MARTIRIOS;OTRAS RECITACIONES DEL HOMBRE FEROZ .EL novel actor,Diego Jaramillo,no alcanza a visualizar y entramar semejantes paradojas,contrastes,virulencias,disimiles sentidos de la dramaturgia «bola de nieve» que intenta arrasar con clichés rétoricos y escénicos de nuestro medio teatral y artístico.La posible contundencia de la ambiguedad Niña(violada y asesinada)-Teniente(violador y asesino) no alcanza a «materializarse» ya por las tensiones neuro musculares de él mismo,ya por su poca experiencia para encontrar el tratamiento emocional propio para el montaje o bien,por un desliz desde la misma dirección de percibir en su cinestesia-kinesis ese andrógino extraviado en sus manifestaciones cotidianas.Revestirse de NIÑA no basta para sostener tan apabullante signo de fragilidad ante un poder psicótico y diezmador como el del TENIENTE,más aún,cuando esta discordancia no es en blanco y negro,no sólo es causa efecto sino que son variables de un estado de cosas enfermizas y degradantes para poblaciones enteras envueltas,adobadas,mancilladas en una ya larguísima guerra bélica y de intereses económicos,político-religiosos,y otras subsecuentes variaciones sobre el tema.Es decir,se pediría más un fabulador signo homínido de la catástrofe nacional.Bien lo insinua una parte del nombre de la obra:Otras recitaciones del hombre feroz.Acepciones inteligentes del Recitar,del Relatar,del dejar acontecer como citación,como texto conocido,vivencia atravesada o,estrategia escénica,experiencia velada para desentrañar,reconstuir el caso o exorcisarlo.Es sabido que este,nuestro conflicto interno,nuestra propia guerra, nuestra propia violencia nos ha permitido «turistiar» por lugares desconocidos de nuestra geografía ,nos ha permitido desimaginar un mapa de escuela oficial,atravesar virtualmente suburbios inimaginables,solidarizarnos con otros humanos invisibilizados .Estos territorios Re-citados deberían movilizar otros imaginarios y aquí,también,percibo,sucede en el acontecimiento plástico sobre el espacio escénico un nivel desleido en su resolución(resolución por su factible físico,presente)ya que se queda como un supuesto»paisajismo» donde como actantes no alcanzan a interactuar actor,artista plástica y músico.Sólo se va conformando como paisaje agradable,»estético», no como topografía deshumanizada,arrebatada,violentada para desestabilizar aún más el volver a este mundo de nuestras NIÑAS-MUJERES para reconsrtruir su historia de sangre y martirio como lo ha expuesto la dramaturga desde sus siempre presentes registros de memorias textuales y escénicos.Estos elementos,así,de aproveche de lector,los remito a los MOSCAS NEGRAS,agradeciendo su «presunta» atención(en Colombia todo es «presunto»,hasta los presuntos genocidas de todas las calañas) a este «presunto»itinerante espectador de las -mínimo-poéticas escénicas medellinenses.Un abrazo,Viki.