
La semana anterior el poeta Jorge Boccanera presentó en Buenos Aires su libro Monólogo del necio (Editorial Patria Grande). Nos complace publicar una selección de poemas de este libro hecha por el mismo autor para Literariedad.
De la contratapa de Monólogo del necio
«A la extensa obra poética de Jorge Boccanera, reeditada a lo largo de varios países latinoamericanos más algunos libros aparecidos en Italia, España y Francia, se agrega este Monólogo del necio que conlleva las marcas de su singularidad expresiva: una poesía abierta, de amplia gama tonal, imágenes restallantes, densidad conceptual y potencia comunicativa, merced a un lenguaje que se mueve entre lo grave y el sarcasmo.
Algunos de los ejes de este nuevo libro son la fugacidad y el tiempo como la esfera del reloj barrida por dos locas, el sacrificio de la espera al que han sido sometidos los familiares de los desaparecidos, el moribundaje de aquel que con va rozando con un pie la selva del despeñadero, la varia invención –del insomnio de una máquina oxidada a un ramillete de canciones necias. Un todo integrado en esos pliegues expresivos donde lenguaje y materia se abrazan, se confunden, se lastiman, copulan, se corroen o se besan.
Y siempre la indagación sobre la palabra. Esos animales borrosos que se entregan y se niegan en un paisaje espectral –el “fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo”– que desde obras anteriores de Boccanera– como Sordomuda– revelan una voz que escarba en el vacío».
OJOS DE LA PALABRA
a Octavio Pineda
La palabra,
fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo, viaja
sobre los hombros del enigma.
Estrellas que atraviesan usinas de ceguera, correntadas de nadie.
La palabra es iguana en la roca calcinada, una pata en el aire,
la otra en el infierno.
Su cuerpo breve da una sombra inmensa.
Quieta no se está nunca por el fuego cruzado de la sangre.
Un chasquido de lengua la echa a andar por baldíos donde
lo ruin humea y pudre el aire.
A horcajadas, con los ojos vendados, entre bolsas de estiba,
dientes de nicotina
y un corazón sin aparente anhelo que acampa en el vacío.
Esa palabra lleva en su aliento un viaje, un detenerse,
un continuar.
Sus patas diminutas lo tocan todo por primera vez.
LA TORRE ROJA
Avisos luminosos se encienden y se apagan.
Sobre la torre roja me toca vigilar:
cada chispa en la almohada,
la boca de mi madre con dos vueltas de llave,
las palabras que cuentan y los días contados,
las linternas que talan la noche de los sueños,
las vísceras al aire de la selva.
Se encienden y se apagan marquesinas.
Me toca resguardar:
la lengua en llamas de la sordomuda,
el camino salvaje,
las ollas donde hierve sus colores el bosque,
las cartas del exilio que te rompen la boca
y el que maquilla espejos con estrellas de talco.
¿Y los escombros que acarrea el insomnio?
¿Y el ahogado golpeándome la puerta?
¿La que busca en el horno la rosa de la muerte?
Sobre la torre roja yo vigilo.
El ojo del patrón engorda el ganado.
ANIMALES BORROSOS
a Juan Manuel Roca
Muñón obsesionado, cede el paso,
hay que entregar un sueño, muerto y alerta, tiritando.
Hurga entre los vendajes del aliento, respírale en la cara
al infortunio y acuéstate a dormir junto a los animales
borrosos del enigma.
Interroga despojos del silencio en los huesos quebrados
del poema, sube a los carromatos donde viaja la orquesta
con su tos de perro,
busca un trofeo de aullidos en el océano de la noche.
No alimentes palabras como plantas carnívoras ni
remiendes plegarias.
Calcula con navajas el azar y separa las hebras del deseo.
Luego, a lo tuyo:
escribirlo como la bestia, corregirlo como la bella.
Hacerlo y deshacerlo con tu puñal al cinto y el oído
en el polvo
donde murmura el rastro de la presa y habla una estela
de humo.
A esa ferocidad habrá que desollar, arrancarle colmillos,
arrebatarle el cuero, las aletas, desplumarlo y hervirlo hasta
que se consuma
y solamente quede al fondo de la olla,
polvo de una pregunta.
APAGONES
I
Apagones, pantanos. Me despierto empujando
cifras de la catástrofe, puertas cerradas, animales de
pelambre espesa.
Me levanto empuñando horas vacías, soles cuadrados,
muebles viejos. Lo mío es empujar
los troncos desmayados a mitad del decir,
los caracoles de la desmesura.
En un mundo de cosas,
al día hay que empujarlo como a un hogar en ruinas.
Apagón, pesadillas
que viven debajo del vendaje
y voces engrilladas a la pata de un barco.
Me acuesto tras ordenar el hielo
y despierto empujando
las altas torres de osamenta y furia.
ASTILLAS
¿A qué va uno al espejo?
A preguntar,
a inquirir el anverso, la faz, a investigar por uno,
a rastrear la fachada,
el asunto es el mismo: interrogarse.
Solo atiende preguntas el espejo,
abre ventanas solo a ese llamado.
Su respuesta es gruñido, un murmullo de noches
arrugadas.
Ese despeñadero te pisa los talones.
II
Entre cuatro navajas ondula un río de lava.
III
El espejo se pudre.
Lo vi con estos ojos que ya no son lo mismos.
IV
Quien observa al espejo visita una memoria.
Las brasas del que mira se hunden en el desierto.
V
El espejo reúne lo que el viento dispersa.
Jorge Boccanera (Buenos Aires, 1952). Poeta, crítico, periodista. Entre sus libros de poesía publicados en diversos países latinoamericanos y Europa, figuran: Contraseña (1976), Música de fagot y piernas de Victoria (1979), Los ojos del pájaro quemado (1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1991), Bestias en un hotel de paso (2001) y Palma Real (2008). Algunas de sus antologías personales son: Marimba (1986), Servicios de insomnio (2005), Tambor de jadeo (2009), Libro del errante (2009), Sombra de dos lugares (2009) y Cartas de nadie a nunca (2013). Obtuvo, entre otros galardones el premio Casa de las Américas (Cuba), Premio Nacional de Poesía Joven (México), Internacional de Poesía “Camaiore” (Italia), Casa de América (España), Premio Internacional de “Ramón López Velarde” (México) y Premio a la trayectoria “Rosa de Cobre”, otorgado por la Biblioteca Nacional (Argentina).