Poética nebulosa – Cindy Martínez Martínez

Foto: Sally Mann. Southern Landscapes. (sallymann.com).
Foto: Sally Mann. Southern Landscapes. (sallymann.com).

Cindy Martínez Martínez *

Poética nebulosa


I

Uno a uno fueron saliendo despedidos en el aire y en el agua los espíritus peregrinos

de otros mundos, que se ocultan tras los hilos amurallados de la niebla.

Uno  a uno se fueron escondiendo en las noches y ya no puedo decir si son sueños o si son delirios.

Solo sé que cada cosa oculta un silencio y un susurro, que brilla como las cigarras

cuando danzan en penumbra.

Nunca he querido explicar ni saber el inicio o el fin de estas noches, solo naufrago

en las corrientes de lo indecible, de lo borroso, que ahora intenta llamarse poesía; ese animal taciturno que persigue feroz, que pregunta, que agita o aquieta las mareas de la vida.

Tras el eco de lo que creo vociferan en mi puerta, me dejo arrastrar por los peldaños solitarios de algunos barcos de salitre y vidrio molido, para acudir al abrazo de la nada;

ese abrazo fantasma, que casi choca con uno en las marquesinas de los callejones

o en las pequeñas salas de cine, cuando la ciudad es una maraña dormida.

En esas noches, siempre hay una música de fondo, siempre al fondo, que pesa en una

 de las esquinas del pecho, como mil piedras de mil ríos; hay también una fría exhalación suspendida ante lo que abarca la mirada y un olor…

Nunca son las mismas melodías, ni los mismos olores, todo varía, como cambian

los amores, los reflejos de la luna o las ventiscas en los desiertos.

De vez en cuando llegan los tiempos en que se evaporan las corrientes y el precio a pagar

al hombre de la barca es la ceguera ante la bruma, el quebranto de las brújulas y la sensación de la mentira ante un murmullo blanco, que tal vez nunca existió.

Queda en el vientre y en los huesos el recuerdo teñido de las voces y los abrazos

como pálpitos, escalofríos.

No hay más barcos, ni más luna.

El estado perpetuo el de fijar los ojos en el cenit… El cenit y la palidez de las miradas.

Un perro sabueso se detiene a revisar cada objeto, cada minuto, pero son sus huellas de humo y le late a los trenes que han parado en esta estación. Los persigue sobre los rieles, pero los vagones se desvanecen tras los túneles.

Hay hombres que son como los lobos y esta ciudad es como un puñado de esquirlas: amasijo de callejas, un caminante nocturno y solitario, como los días lechosos en donde no hay sol o luna visibles en la bóveda celeste.

Vuelve el rumor de los trenes, ladran los perros ciegos y azota en el puerto la contradicción de las mareas: notifican el regreso de los barcos que traen consigo el eco de los fantasmas, que continúan náufragos esperando llegar a algún lugar, a alguna calle, tal vez a alguna casa que existía en otro tiempo, cuando aun la nada no encontraba la forma de roer.

Con los trenes han llegado cenizas de periódicos viejos, noticias olvidadas de otros hombres, ahora reducidos a retazos de fotografías amarillentas y a paisajes nebulosos.

No hay rostro nítido, ni gesto afable, solo trozos de papel humeante que flotan en un lugar, en otro tiempo y ese olor.

Huele a sahumerio, huele al recuerdo de mi abuela, a estas noches que caben dentro

de la figura de una hoja; la perdurable queja de una sombra que trasparece.

Cada instante vocifera, muestra su desnudez, expele humedades, danza… y todo lo que puedo percibir, es mi propia ceguera extendiéndose entre nubes que se rehúsan a partir.

Cada tanto logro imaginar la geografía de los espíritus que aquí circundan por el olor que los delata… Van y vienen diciendo cosas, soltando carcajadas; pareciera que estos suburbios blancos, estas lluvias, fueran el espacio preciso para la existencia del delirio, la belleza huraña y la poesía.

Deambulo por el mundo como otro espíritu peregrino, como un náufrago que tal vez no llegue a ninguna parte; ausculto palabras, bisbiseos, resonancias que habitan

en el caparazón de la tierra.

II

Alguien decía recordar las palabras de otro hombre sobre la dificultad de sentarse frente

a la hoja en blanco y de forzarse a sí mismo para escribir en medio del vacío,

queriendo decirlo todo, estando habitado por la nada.

Y es que la hoja en blanco, giganta que se desborda del rectángulo invade:

escritorio, habitación, noche.

 Ahora se es tan solo una hoja, sentada frente a otra sospechosa que quiere tocar y olfatear esa nueva blancura.

En el escritorio, ecos se revientan contra las paredes, las ventanas, insisten en volverse líneas, tachones, dibujos, silencios. Esa blancura invasora impide iniciar.

Puedo imaginar la textura de las voces, la frescura o la fatiga y distinguirla de otras presencias; sin embargo, las formas son casi siempre ambiguas.

Sé que hay un tigre merodeando en el bosque, que de los árboles se desprenden largas y negras barbas, que al oeste ha llovido sobre una familia de pinos y que el suspiro de una larga condena, se filtra con la lluvia entre la tierra.

Sé que la tierra es negra y que sabe a ciruelas maceradas.

Sé que las flores caerán adormecidas y que al siguiente amanecer, los pájaros emprenderán su vuelo.

No he visto la nieve y no puedo distinguir los susurros del bosque, pero sé que el paisaje que percibo, no es más que un reflejo borroso.

Sé que lo espeso oculta la vida que espera ser vista, respirada o al menos inventada

por otras voces, capaces de hilar  puentes entre lo que aparenta no ser, no estar

 y lo posible.

Alguien decía recordar las palabras de otro hombre sobre la dificultad de sentarse frente a la hoja en blanco, de las tonalidades y los inciensos que le embargaban dentro, siempre adentro, del desbordamiento de las tinajas y la saturación en los ojos por el azul del cielo…

Alguien solía recordar un cinturón de estrellas y la sensación de vacío, de soledad, aún al estar acompañado por la tierra que se mueve sosegada bajo sus pies.


Cindy Martínez Martínez* Cindy Martínez Martínez, Sogamoso, Boyacá, 1990. Realizó sus estudios en Gestión Cultural y Comunicativa y la Maestría en Escrituras Creativas en la Universidad Nacional de Colombia. En 2010 fue Premio Nacional de Periodismo Orlando Sierra Hernández y ganadora de la mención honorífica en Poesía, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales Universidad Nacional. Autora del poemario “La niebla, el delirio” Bogotá- 2013. Participó como joven poetisa en el Festival Internacional de Poesía de Medellín 2014. Actualmente es docente de literatura en la Universidad Uniminuto.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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