Por: Alejandro Herrán
Teatro Oficina Central de los Sueños, Tríptico de Van Gogh.
Actores: Andrés Castañeda, Arley Bedoya, Daniel Ocampo, Natalia Martínez, Carlos Ríos, Lorena Sierra, Nana Grajales, Elizabeth Ximena.
Dirección y Dramaturgia: Jaiver Jurado.
Tres momentos, un motivo: “El dormitorio en Arles”, 1889 (óleo sobre lienzo), 72 x 90 cm. La obra de teatro creada por la Oficina Central de los Sueños en Medellín, busca explorar desde tres escenarios la suma de posibilidades que la representación otorga: desde una hilarante y esnobista subasta de aquel cuadro en la ciudad de Nueva York, en donde el público se convierte en los oferentes ficticios del acto; luego, pasando a la sala de teatro, se presenta sobre las tablas, pendiendo del aire, con telas a su alrededor, el mismo cuadro, ahora creado con dimensiones que volumen, en donde cada objeto: sillas, pipa, cuadros, ventanas y la cama, tienen voz, se mueven cual marionetas; y, para continuar con un estilo de progreso teatral, se transforma el escenario y aparece en formato humano: el cuadro hecho cuarto, en él tristes estaban su hermano Teo, el cartero (que aparece en el cuadro), las bailarinas del bar que frecuentaba y su amigo Gauguin.
Dichos momentos de la obra ofrecen una transición desde la banalidad del arte hasta la más íntima relación del artista con la sociedad, con sus seres queridos. Particular es la segunda escena en donde se personifican las partes del cuarto, llegando a hacer comentarios sobre la forma de pintar de él, de existir en aquel lugar tan propio, en donde se llegaría a cortar la oreja. Mientras la obra se torna comedia en aquella subasta inicial, en el cuadro con volumen se recoge en tragedia: le piden al espejo cuente la trágica historia que ella había visto, la muerte del pintor. Llegada la tercera escena, en donde la tensión dramática, ha regresado por fin a ser humana, se narran al comienzo y al final dos fragmentos de sus “Cartas a Teo”. La muerte de Vincent es el evento que reúne a aquellos personajes, en una suerte de ficticia posibilidad. Toman absenta y whisky. Momentos melancólicos de cómo cada uno lo conoció, rememoran la vida en París: Teo cuenta la hermosa vista que tenía su pequeño cuarto, dando lugar a develar al hombre detrás de los cuadros. Llega, en un momento, una de sus amantes, las bailarinas de cabaret se van, el escenario frío, sórdido, pusilánime se recrudece.
El ascenso de la obra de su primero a su último momento el más elocuente, dramático y cargado de pequeños fragmentos de emotividad, hace de esta puesta en escena un acto extrañamiento. Jugársela por sorprender al espectador y dejarlo sin palabras, anonadado, es el ejercicio de los grandes teatros, del gran cine. Un bello cuento es ese que siempre da un giro inesperado y te proyecta más posibilidad, más fuerza. Teo se queda solo en el cuarto de su hermano. Tomando absenta, se pregunta si entenderán sus pinturas. “Es un místico” dice Teo… Baja los cuatro cuadros que contiene la pintura de Arles, se detiene tras tomarlo en sus manos, cada uno, abstrae su esencia, no hay palabras, largos instantes de gestos tristes: no habrán más pinturas, su problema mental del que tanto hablaban en el pueblo era falacia para él, “mi hermano no está loco”, les dijo. Toma asiento, abre la gaveta de la mesa, saca la paleta en que Vincent mezclaba el óleo, unta sus dedos y con un rostro impasible lo restriega con su mano, en un acto de fundirse finalmente con él.
Alejandro Herrán
9/05/2015