
Por: Antoine Skuld
Para el hermanito que surgió de las letras y de los tintos.
Durante la primera mitad del siglo XIX, la figura más importante de la novela realista europea fue Honorato de Balzac, un hombre que siempre tuvo una desmedida propensión a la entrega, un esforzado galeote literario, un empresario frustrado, fue en últimas un hombre cuya propia humanidad, corpulenta, era la metáfora física de su enorme potencia creadora. Sus novelas se integran en La comedia humana, a la cual se dedicó hasta su muerte. En aquel vasto mural narrativo desplegó una humanidad sicológica, moral y espiritualmente compleja, convirtiéndose, sin proponérselo, en un descubridor de los mecanismos de la sociedad.
Hoy, segundo pradial del séptimo año de la República Francesa, se presenta ante mí Pierre-Jacques Duvivier, oficial del registro civil, abajo firmado, el ciudadano Bernard-François Balzac, propietario, residente en esta localidad, rue de l’Armée d’Italie, Section du Chardonnet número 25, con el fin de notificar el nacimiento de un hijo. El antedicho Balzac declara que la criatura tiene por nombre Honoré Balzac y ha nacido hoy a las once horas de la mañana en casa del declarante.
El escribano de Tours

Cuando tuvo lugar el nacimiento de Balzac, sus padres gozaban ya de una cierta posición económica y de un respeto entre la burguesía de la población de Tours. Existen determinados hechos que marcaron determinantemente la personalidad de Balzac y uno de ellos trae una pesada cadena de recuerdos de infancia. El que sin duda tuvo mayor trascendencia fue la falta de amor materno, del que él mismo dejó constancia: Nunca tuve madre. En cuanto me trajeron al mundo, me mandaron a casa de un gendarme quien me crió y permanecí allí hasta la edad de cuatro años. De los cuatro a los seis años la veía sólo los domingos. Cuando me aceptó en su casa, me hizo la vida tan dura que a los 18, en 1817, dejé la casa paterna y me instalé en una habitación, en la calle Lesdiguiéres…
Y así va pasando el tiempo e ingresa en el internado de Vendome cuya disciplina era fuerte, llegando hasta los límites de la crueldad. Este ambiente adolescente, escolar y altamente significativo en los momentos vivenciales de Balzac, lo encontramos descrito en “Louis Lambert”, aunque allí el protagonista infantil cuenta con un amigo confidente, mientras que él vivía alejado de los compañeros y profesores y se le veía deambulando solitario, ensimismado en sus pensamientos fantasiosos, es decir, ya estaba atrapado en su propia imaginación delirante.

A los 17 años se inscribe en la Facultad de Derecho y en la Sorbona siguió simultáneamente con una pasión que siempre lo acompañó en los delirios de sus actos, cursos de filosofía y ciencias naturales. Pero es en 1819 cuando decide ser escritor, profesión que en esa época estaba reservada a la aristocracia. Esta determinación escandalizó a sus padres y sobre todo a su madre, y fue ella quien no logrando disuadirlo, le impone la más dura condición con el fin de quebrantar su vocación y conducirlo de nuevo a los actos cotidianos en un despacho aburrido y notarial. Pero Balzac encuentra en su padre a un cómplice en su pasión por la escritura y se compromete a pasarle una cantidad de francos al mes por espacio de dos años, plazo que consideraba suficiente para que demostrara su talento. Viaja a París con su madre para conseguir una buhardilla y le consigue la peor. Balzac escribirá más tarde en “La piel de zapa”: No existía nada más horrible que aquella buhardilla de paredes amarillas y sucias que olía a miseria. El tejado se inclinaba regularmente y las tejas desajustadas dejaban ver el cielo. Había sitio para una cama, una mesa, algunas sillas. Durante tres años aproximadamente habité en aquel sepulcro aéreo, trabajando noche y día sin descanso, con tanto placer, que el estudio me pareció ser el mejor tema, la más feliz solución de la vida humana.
Durante este período, Balzac sufrió toda clase de privaciones, no tenía dinero para reunirse en un café con los literatos, simplemente los contemplaba desde lo alto de la buhardilla, procurando no gastar mucho el petróleo de la lámpara que le alumbraba las letras que su mente le dictaba. Y trabajaba sin desfallecer, su ambición era el triunfo. Escribía sin tregua y sin descanso, el tiempo no existía en día y noche. Para él no había diferencias de días, todos eran iguales. Y así pasaban meses sin salir a respirar el aire parisino. Los manuscritos llegaban a la imprenta llenos de correcciones: algunas novelas las rehízo hasta seis o siete veces.
La manifestación de Eros

Sólo a los 22 años, Balzac conoce el amor al entablar una relación con una mujer, la señora de Berny, que contaba con 45 años, casada, madre de siete hijos, y abuela. Ella representaba la madre y consejera que él nunca tuvo y que había deseado hallar desde su infancia, hasta el punto en que encuentra en esta mujer la verdadera educación sentimental para el resto de su vida amorosa. Nunca se interesó por tener amigos, solo amigas, con ellas conseguía el tema de sus futuras novelas, amores fáciles, interesados, difíciles, a distancia o por correo, así amó Balzac a las mujeres y así las adoró.
En 1826 se hizo editor e impresor. Pero como una constante maldita, el fracaso fue inevitable. Todos los negocios que emprendió, desde la fundación de revistas literarias, hasta la dirección teatral de sus propias obras, fueron conducidas al fracaso rotundo. Las deudas, ese acoso eterno siempre le pesó en el alma a Balzac. Y en alguna medida escribió para poder pagar sus deudas, hasta el punto que tenía vendidas de antemano una serie de novelas que aún tenía en su mente. Y así comenzó a dividir el tiempo. Fragmentaba su labor creadora en la simultaneidad, ya no escribía una novela sino dos al mismo tiempo. En veinte años escribió noventa novelas, treinta cuentos, cinco piezas teatrales, colaboraciones en periódicos. Y siguió intentando nuevas especulaciones fantásticas cuya finalidad era la misma: unas minas de oro en Cerdeña, la adquisición de la finca Les Jardis, en las afueras de París para elaborar vino, todos estos propósitos se vieron reflejados en el espacio de la frustración.

A partir de 1829 empieza su verdadera vida fastuosa, frecuentando los salones de Saint-Germain, vestido como un verdadero aristócrata. En este período entra en la escena de su vida amorosa la marquesa de Castries, quien se convirtió en una hermosa obsesión para el alma enamorada de Balzac. Las inútiles tentativas para conseguir el amor de la marquesa, cuyo pasado romántico impresionó profundamente la imaginación del escritor, le ocasionaron una considerable alteración en su ritmo de trabajo. Por las noches, en vez de sentarse como de costumbre, obedeciendo a un ritual sagrado y mítico, ante su escritorio, envuelto en su túnica blanca, Balzac se dirigía hacia el palacio de Castellana donde habitaba la marquesa. Este fracaso amoroso tuvo su correspondiente desenlace: Balzac no cumplió con los contratos firmados con los editores, se le acumularon nuevamente las deudas, pero lo más grave para él fue el ver su orgullo herido y, posiblemente por primera vez, su voluntad quebrada. Como resultado de su dolor íntimo escribe a manera de venganza la novela “La duquesa de Langeais”.
Simultáneamente a este frustrado romance, en 1832, Balzac comenzó su famosa correspondencia con “La Extranjera”, seudónimo bajo el cual se escondía la personalidad de la noble mujer de Ucrania de Hanska con el fin de ocultar a su esposo estas relaciones epistolares. Sólo hasta 1850, después de 18 años de perseverancia amorosa, contrae matrimonio con ella y cinco meses después, en agosto, Honorato de Balzac fallece en su pequeño palacio de la calle Fortunnée en París.
El realismo en su obra

Uno de los problemas que siempre se ha planteado la crítica literaria consiste en fijar algunos límites de la relación existente entre la obra de Balzac y la sociedad. Balzac es realista en la descripción, en la verdad histórica que representa la sociedad de su tiempo. “La comedia humana” se centra a principios del siglo IXI, con una unidad de época, de ambiente y de espíritu que se potencian en la fuerza que los constituye. El proceso que sigue Balzac es el paso del análisis a la síntesis. El mismo Balzac afirma que la tarea del historiador de costumbres consiste en fundir los hechos análogos en un solo cuadro. No obstante, su realismo trasciende al realismo de los sentidos, resultando difícil concretar hasta qué punto Balzac se aleja de lo real, o si profundiza en ello más que los autores plenamente realistas. Balzac posee una metafísica del sentido de la vida y gracias a ella penetra en la esencia de los seres. Es como si mirara el mundo a través de un cristal de aumento y pudiera contemplar una profusión de hechos y contrastes que no son percibidos por el resto de la humanidad, llegando incluso a prever acontecimientos futuros. Su penetración del mundo, así como su visión del futuro, sobrepasan el nivel normativo, Balzac profetizó la sociedad plutocrática y burocrática francesa a partir del pasado siglo.
A Balzac no le interesan los hechos en sí mismos, sino en relación con los demás, por eso domina el ritmo de la vida en un sentido de colectividad. Su objetividad ante el mundo le permite un juicio y una contemplación del mismo desde un plano superior, consiguiendo de esta forma abrazar el conjunto como totalidad y escaparse de lo inmediato. Por eso jamás vemos a Balzac inmerso en los problemas vividos por sus personajes: él es un atento espectador. Baudelaire afirmó alguna vez que el mérito de Balzac consistió en ser visionario apasionado, ya que creó personajes a partir de una serie de observaciones. Con una mirada abarcó la realidad existente, pero la transformó de tal manera que sigue siendo la misma pero distinta, llegando a confundirse el mundo real con el mundo de la ficción.
Se le ha reprochado a Balzac el presentar algunos personajes exagerados, a lo que él mismo responde que si hubiera descrito a la gente tal como es no habría triunfado. Efectivamente, Balzac desproporciona intencionalmente la realidad. Su visión es profundamente abismal, está cargada de fuerza y grandeza, ya que en su vida diaria todo es desmesurado. Se podría decir que una vez creados, sus personajes adquieren vida propia, escapando al control de su propio carácter creador. Son titanes que mantienen constantemente una personalidad y carácter tan intensos que llegan a provocar intrigas y conflictos cuya complejidad llega a apartarse de lo que parecía posible. Sin embargo, se advierte un doble proceso. Estos titanes que escapan al control de Balzac, son titanes precisamente porque llevan el sello incuestionable del autor, es simplemente la exuberancia del genio que posibilita el desbordamiento de la realidad. En resumen, toda su obra no es más que la plasmación de su genialidad. Ha creado mucho más de lo que vio. Lo cierto es que Balzac, realista y visionario a la vez ha creado un mundo. Y en él estamos.
A los ojos de un biógrafo

En algo más de 500 páginas, el gran escritor Stefan Zweig logró reunir la vida de Balzac, bajo el estilo casi confidente y necesario para conducirnos a los momentos más diversos e íntimos de un verdadero maestro y genio de la escritura. De esta extensa biografía hemos reunido algunos extractos que alumbran su personal posición frente a este escritor:
Para Balzac era axiomático que la pluralidad influía por modo tan decisivo en la unidad cono ésta sobre aquella; que el individuo era un producto formado por el clima, el medio social, las costumbres, el acaso; es decir, por el destino; que todo individuo absorbía una atmósfera ya creada antes de irradiar de sí otra nueva: este condicionamiento universal del mundo interior y del entorno era para él artículo de fe. Esta transposición de lo orgánico a lo inorgánico, la auscultación de lo vivo en lo conceptual, este sintetizar en el ser social un patrimonio espiritual momentáneo, dibujando en él la fisionomía de épocas enteras: tal era para Balzac, la misión suprema del artista.
En su mundo sólo tienen cabida los sentimientos que ante nada deponen su fuerza e integridad; sólo son grandes los hombres que se consideran una aspiración, que no se disipan en varias direcciones, aquellos cuya pasión absorbe toda la savia: la suya y la reservada a otros afanes, enriqueciéndose así por el despojo y la crueldad, como esas ramas que florecen y fructifican monstruosamente cuando el jardinero apunta o estrangula las ramas humanas. Balzac pinta esos monomaníacos de la pasión para quienes el mundo sólo gira en torno a un símbolo, que en la maraña indiscernible se estatuyen un sentido de vida.
Balzac, que suspende sus estudios y experimentos en los años de producción –y esta es la nube que flota como un misterio inescrutable en torno a su figura-, no era un hombre que observase la vida, como otros novelistas; como Zola, que antes de sentarse a escribir una novela abre una carpeta a cada personaje; como Flaubert, que revuelve bibliotecas enteras para escribir un libro menos gordo que un dedo. Balzac se aventuraba rarísimas veces en el mundo ajeno al suyo, viví encerrado entre los muros de sus alucinaciones como en una cárcel, clavado al potro del trabajo, y cuando volvía de sus fugaces incursiones a la realidad: de luchar con el editor, de llevar a la imprenta una galeras, de comer con algún amigo o de revolver en las prenderías, el viaje le había servido más bien de confirmación que de información.
Para sus contemporáneos, Balzac no era –y así es todavía para muchos hoy- más que un simple autor de novelas. Juzgado de este modo, a través del vidrio estético, su magnitud no es tan sobrehumana. Sus ‘standard works’ no son muchas, ciertamente. Pero no hay que juzgarle sólo por su obra entera, contemplarlo como se contempla un paisaje con valles y montañas, con la lejanía de lo infinito, con sus abismos traidores y sus corrientes despeñadas. En él comienza –y sino no hubiese venido luego un Dostoievski podríamos decir que comienza y acaba- la idea de la novela como enciclopedia del mundo interior.
Balzac traspone a un campo nuevo la pasión amatoria. Para él hay dos clases de ansiosos –y ya hemos dicho que sólo los ansiosos, los ambiciosos le interesan-: hay los eróticos en sentido estricto, que son, con un par de hombres, casi todas las mujeres, para quienes no alumbra otra estrella que la del amor, bajo la que nacen y habrán de morir. Pero estas fuerzas desencadenadas en la amatoria no son las únicas: hay hombres en quienes las peripecias de la pasión, sin perder un punto de intensidad, en quienes las fuerzas propulsoras elementales, sin dispersarse ni estrangularse, se proyectan bajo otras formas, bajo otros símbolos. El haberlo sabido ver y encarnar en sus personajes es lo que da a las novelas de Balzac variedad tan intensa.
Un comentario sobre “Balzac: tragedia de una vida a los 165 años de muerto”