Brooklyn Follies: vidas que se esfuman

Paul Auster
Paul Auster. Foto tomada de eblogtxt.wordpress.com.

Por: Camilo Alzate

Nathan Glass, ese viejo descreído, recién jubilado, sobreviviente del cáncer, cree que “cuando alguien logra rodearse de un aura de misterio siempre le resulta fácil manejar al público”, y yo creo que Paul Auster encontró una fórmula mucho más difícil, una que no muestra el aura de sospecha o el juego con los detalles ocultos que le dieron estilo consistente a sus obras más conocidas (Leviatán, Trilogía de Nueva York). Será por eso que ahora tiene que sudarla para manejar un lector que suele husmear las páginas con ganas de aquello que ya le conocemos, entre lo policíaco y lo psicológico, entre el misterio y la casualidad, ese método tan suyo de plantear acertijos que no se resuelven. Auster era un maestro del enigma, y la verdad, no necesitaba descifrar nada; con insinuar posibilidades, con trazar puntos de fuga sus historias lograban el brillo de lo majestuoso y la sombra potente del creador genial.

Auster era. Brooklyn Follies no es ese Auster pero sigue siendo. El relato del jubilado que renace en la Nueva York donde no vivía desde la infancia no se sitúa ya en la ciudad de cristal, enigmática y amenazante, sino en un Brooklyn parroquial (si, parroquial a comienzos de 2000), pueblerino, donde sin duda pasan cosas. Por ejemplo, pasan señoras maduras en bicicleta, como la señora madura Joyce que más adelante hechizará con su fenomenal trasero al viejo Nathan. Pasan transeúntes a la librería del antiguo estafador Harry Dunkel, un homosexual todo corazón, hábil con los negocios pero demasiado ingenuo en las pasiones. Allí trabaja Tom, el sobrino de Nathan gordo e intelectual sin mayor apego por el mundo. Pasan mujeres con sus niños hacia el autobús escolar y otra cantidad de postales habituales. Y de pronto pasa que los fragmentos de una familia desintegrada van encajando a pedacitos por un suceso nada creíble. Aunque inverosímil, no tiene ni pizca de misterioso: Lucy, la sobrinita de 9 años de Tom, cae de repente en casa sin saberse por qué, cómo, de dónde o quién la envía. Y empieza esa maestría sorprendente de manejar vidas cruzadas, coincidencias, encuentros y desencuentros, que surgen con una espontaneidad y una naturalidad elogiosa. Como Auster no es estúpido, se cuida bastante de que la novela gravite sobre la aclaración del vacío problemático (se llenará adelante, sin detectives ni pistas truculentas) y más bien dedica el grueso de la historia a problematizar la relación de la niña con el par de solterones en que andan convertidos tío Nathan y tío Tom, una relación extraña con visos de lucidez, que toma fuerza inesperada.

Esta novela sin sobresaltos despliega una potencia subterránea, dando fe de la destreza narradora de Auster lejos de sus esquemas originales. Nos asomamos a la vejez y a la madurez (en todo sentido) con una mirada digna, sin arrepentimientos, sin vanaglorias inútiles, quizá con el único deseo del personaje de arrojar el impulso vital hasta el último minuto de existencia. La voz narradora de Nathan Glass explica en detalle el propósito real del libro; captar la intrascendencia y la cotidianidad que se esfuma:

“¿Quién se molesta en publicar biografías de gente corriente, de esos olvidados que van a trabajar todos los días, con quienes nos encontramos por la calle y que apenas nos molestamos en observar? En general, las vidas se esfuman. Una persona muere y poco a poco todo rastro de la vida desaparece” (pág. 352).

Al final, corridas trescientas y pico de páginas habitadas por personajes completamente normales que desarrollan situaciones comunes y corrientes, el curso de esas vidas sin importancia continua mientras nuestro narrador cuenta, en el último párrafo, que sobre las ocho de una mañana de septiembre, desde alguna esquina de Brooklyn, observa al avión explotar contra la primera de las torres gemelas. No es el comienzo de una novela. Es el final y es también una confesión de intenciones. Interesa lo que hubo antes, no la Historia en mayúsculas, sino la narración viva del día a día, que logra envolver en su magia aunque no contenga nada emocionante.

Camilo Alzate@camilagroso.


Paul Auster, Brooklyn Follies, Seix Barral, Bogotá, 2006.

Más textos del autor aquí.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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