La realidad reposa en el misterio; la mesa de Macedonio Fernández

Por Juliana Gómez Nieto

mesa

«Desconfío de lo nuevo, y no se trata sólo de obsolescencia programada; lo viejo está atravesado por un relato  que le otorga un alma”. Paula Constante, poeta argentina.

Siento fascinación por los objetos viejos, que no es lo mismo que las antigüedades, debido  a que estas tienen un valor monetario que las representa. Hablo de esos que tienen historias ocultas como una fotografía de gente que una no conoce que se encuentra tirada en la calle  luego de que un perro rompiera la bolsa de la basura o aquellos objetos que han pasado guardados décadas en un cuarto polvoriento, los que se venden en ferias de pueblos y ciudades por dos pesos.

Cachivachera me decía mi mamá desde niña y a medida que fui creciendo se desarrolló ese hábito de hurgar en la calle que en Argentina  se dice cirujear. Pues déjenme decirles que  se puede encontrar cosas muy útiles que alguien más desechó vaya una a saber por qué razón.

En mi adolescencia, los fines de semana tenía por costumbre visitar junto a mi maestro en el  arte de coleccionar maricaditas, David Castro Castrillón, una zona de Pereira  donde la gente de la calle vende lo que recicla y algunos también cosas robadas:  el Shopping under de la carrera décima bajo los puentes amarillos. Confieso que lo que más me gustaba de ese paseo era la interacción con la gente; el tire y afloje por un precio.

El secreto consistía en cambiar un billete de 10.000 pesos (a veces todo nuestro presupuesto) por monedas de 50, 100 y 500. Si el señor vendedor que tenía una manta sobre la calle y en ella artículos de todo tipo  te decía que la boina de cuadritos valía 1500 es porque bastaba con que le des 1.000.

Digamos que mis gustos se han ido constituyendo en relación a estas experiencias y sin saberlo inconscientemente cada que algo me llama la atención  y lo manifiesto, como por ejemplo un neceser, una cartera o un collar; resulta ser un objeto con historia.

-Me encanta tu vestido.

-Era de mi abuela que vino  en barco huyendo de los nazis y lo único que alcanzó a echar en la maleta fue un par de trapos.

Es como si cada objeto estuviera atravesado por las historias de vida de quienes lo usaron y en  su textura y su olor se desprendiera información imperceptible que para mí es la entrada a un túnel de conexión con el pasado y por ende con la historia universal y particular. Ya sé que mucho es imaginación,  pero aun así,  esos objetos son disparadores de ficciones que me entretienen.

Quiero aclarar que no todo ha sido imaginación, a veces salta mi  perfil periodístico, ese que me permite intuir historias donde solo hay objetos que aparentemente son corrientes pero que yo percibo con cierta maña y sensibilidad patafísica.

Les voy a dar un ejemplo concreto y noticiable para que este texto no sea solo una enumeración de mis excentricidades. Me encontraba en el  departamento de mi amiga Julia de La Plata un día primaveral de noviembre;  mientras ella preparaba “unos mates” que es lo que se toma en Argentina cuando se hace visita, yo contemplaba su casa con curiosidad  escuchándola hablarme de su abuelo Jorge Calvetti,  escritor originario de Jujuy, quién  además de poeta, narrador y periodista, fue vicepresidente de la Academia Argentina de Letras en 1984 y miembro de la Real Academia de Lengua Española.

Aquel día  Julia y yo nos habíamos reunido para musicalizar algunas de mis poesías; desde que nos conocimos me habló de su abuelo, que para ella era  su conexión con la poesía y  el misterio; ese día como siempre que la veo, Calvetti, estuvo presente en nuestra conversación. Luego,   mientras ella afinaba su violonchelo,  yo me quedé observando el objeto de madera que sostenía una lámpara y sentí una sensación de misterio inexplicable, aunque era evidente que se trataba de una mesa, yo sentía que me encontraba frente a una nave; fusión  extraña entre un soporte y un medio de trasporte.

-Qué linda mesa.  -Aunque eso no era lo que quería decir con exactitud-

-La heredé de mi abuelo; era su lugar de creación. Pero antes esa mesa fue de Macedonio Fernández, era su escritorio.

-¿De verdad?

-Si, mi abuelo la heredó de él, eran amigos.

Callamos  mirándola  con atención

-Ahora es mi escritorio; mi lugar de creación.

El objeto que hacía un momento había llamado mi atención ya no era una mesa; era una historia. Sentí que la euforia me inundaba y comencé a reír a carcajadas con algo de incredulidad; no porque pensara que Julia me estaba mintiendo, sino porque efectivamente había desarrollado una capacidad excepcional, lograr comunicarme con los objetos y percibir que tienen historias impregnadas que uno puede develar con preguntas sobre su procedencia o con observarlos simplemente.

Por suerte, Julia es una amiga que entiende este tipo de delirios místicos que a veces me agarran y que trato de exorcizar escribiendo.

-Es increíble toda la magia que puede tener un objeto.

-¿Te imaginas todo lo que se ha escrito en esa mesa?

-Para mí es como un platillo volador, o no más bien es una máquina para viajar en el tiempo.

-Me gusta mucho esa imagen: Un escritorio para un escritor es su máquina del tiempo, allí viaja al pasado y también crea el futuro; cuando se cansa de tanto movimiento vuelve al presente. Para alguien que trabaja con  su imaginación es muy importante tener un objeto que lo vuelva a la realidad, a ésta, la concreta.

A veces en nuestro apuro cotidiano olvidamos la magia que tiene lo material, claro está que no pasa con todo: un chelo es más poético que una silla o siempre depende de quién lo mire y de que se imagine.

En la literatura los objetos son muy importantes para construir historias ya que caracterizan a los personajes, le otorgan verosimilitud. Y en la vida real pasa lo mismo; un viejo zorro del periodismo que también era novelista me dijo una vez.

-Cuando vayas a entrevistar a alguien a su casa, pídele el baño prestado y sin que se dé cuenta abre los cajones y observa con atención si hay pastillas para dormir, si usa shampoo anti caspa, si tiene estropajo. Todos esos datos son importantes ya que te ayudaran a conocer mejor al entrevistado a través de información que él nunca diría o que sería absurdo preguntar.

Al fin y al cabo la escritura se construye a través de temas universales pero se define en relación a los datos finos que otorga cada narrador, esos detalles son las puntadas que unen el tejido que deviene en texto. Este texto más que un tejido es un  collage de anécdotas personales y de confesiones; la verdad es que también yo soy una trama y para hacer explícita mi subjetividad qué mejor que hablar de mi pasión por esos objetos en los que se mimetizan las historias.

Además estoy convencida tal como escribió Jorge Calvetti, quizás sobre la misma mesa que fue de Macedonio Fernández, de  que: “La realidad reposa en el misterio”.  Para dar cuenta de ello quiero contar que hoy, 4 de agosto, día en que se publica esta historia, es causalmente el cumpleaños número 99 de Jorge y digo es, porque considero que los poetas solo mueren cuando ya nadie los lee, mientras tanto serán inmortales.

En la celebración de su natalicio número 99  Los dejo con este poema suyo.

 

Habla el desconocido de la columna de Trajano

No preguntes  quien soy.

Hijo de un trueno o del instinto, eso qué importa.

Sería lo mismo si dijeras:

lo ha creado un dios cuya memoria se ha desvanecido

o la noche

y los devastadores sueños de la eternidad de los

mortales.

Lo cierto es que fui un hombre,

respiré el aire libre, hollé la tierra,

me resistí a los siglos

que lamen y que gastan como el mar y los perros,

y ahora estoy aquí, mirando

un vano discurrir de tardes y generaciones.

Pero he vivido.

Fui valiente y soez y miserable y generoso y bueno.

Conocí, esclavo, la invasión del miedo

que cunde como una tempestad;

conocí la pasión que es adorable

y golpea el alma como una piedra, y pasa.

He muerto muchas veces

en las batallas y los terremotos,

en los vastos pantanos donde Ovidio lloró

y los dioses lo olvidaron,

en las legiones, en las catacumbas.

No preguntes quien soy. Yo he de decírtelo:

soy el que hace la vida y la conquista.

Yo soy el numeroso, el simple, el olvidado y el

humilde.

El que sabe que un día

llegará a ser el dueño de los días.

Juliana Gómez Nieto

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