Poesía: Christian Torres Hurtado y Ángela Suárez Tovar. Por: Juan Manuel Roca

carátula ópera prima

Por: Juan Manuel Roca


RELATOS SIN CALIBRE, DE CHRISTIAN TORRES

Tengo entre manos la primera publicación de óperas primas de poesía que realiza la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. Me complace saber que los dos autores publicados han logrado un mundo personal, pues no otra cosa intenta la Maestría en Escrituras Creativas que ayudar a encontrar una voz, un tono y un registro que no entran necesariamente en un recetario habitual, en un modo unívoco de expresarse.

Christian Torres Hurtado y Ángela Suárez Tovar nos entregan dos cuerpos de su poesía, dos muestras de sus aparatos verbales creados con rigor y pasión. Tienen en común, desde matices bien distintos, un alto grado de despersonalización de un yo poético centrado en la introspección, en el “yo sufro” o “yo gozo” propios del ensimismamiento, de la esfera sentimental, de lo puramente auto-referencial.

Y no es que no haya en sus textos un sujeto vivo, de carnadura humana, acosado o festejante, sino que en la adopción de máscaras, como bien se sabe desde los inicios de la lírica moderna, con el Gaspar de la Noche y Baudelaire hasta la alta expresión de un yo que se desdobla como lo hace Pessoa, existe un despojo de un yo privativamente romántico, poniendo de presente lo que Bertolt Brecht llamaría el distanciamiento. Esto, en verdad, se agradece pues nos involucra ya no solamente como lectores pasivos,  desvaneciendo el concepto de los otros para trocarlo en nosotros.

Vale la pena recordar un aserto de Auden en “Las manos del teñidor”: “nuestros sufrimientos y debilidades, en cuanto son personales, carecen de todo interés literario. Sólo interesan en cuanto podemos observarlos como típicos de la condición humana. Un sufrimiento y una debilidad inexpresables en forma de aforismo no deben ser mencionados”.

En el caso de Torres Hurtado se hace explícito su deseo de migrar del poema al pequeño relato y viceversa, acudiendo a ese lenguaje anfibio y liberador del poema en prosa, que permite cantar y contar a un mismo tiempo, como bien lo ejercen desde un anómalo poeta como Henri Michaux, hasta un gran narrador poeta casi olvidado, como Julio Torri.

Un ingrediente reiterado y eficaz en sus aparatos verbales tiene que ver con la ironía, con un sesgo filosófico que atiende al absurdo, no entendido como los patafísicos y la ciencia de las soluciones imaginarias, sino como recordando la alta dosis de humor que ronda cualquier tragedia, como alguien que se empeña en construir ruinas, en levantar espacios vejados por el tiempo. Y acá vale la pena recordar a Oteiza, el gran escultor vasco que afirmaba que el espacio es visual y el tiempo es verbal, pues éste se puede contar y pertenece a la aritmética. Y sí, en su texto “Defectos de la monotonía”, Torres afirma que “de vez en cuando pareciera que el tiempo pasa. Mas sólo se trata de una falsa impresión. El tiempo, en estos casos, es un defecto de la monotonía, es decir un anhelo”.

Hay en sus poemas narrativos una galería de seres que se atedian, que viven como en la periferia del lenguaje, que parecen más enamorados de la espera que del arribo, de los inventarios que de los hechos. De ahí que algunas veces haya personajes que cuando piensan en la mujer de sus sueños no contemplan que también ella pueda ser la de sus pesadillas. Siempre muy dispuestos a que todo conduzca a un neblinoso recuerdo. Los sujetos a los que llama “los figurantes” por momentos padecen de una cruel autofagia: “poco a poco se van devorando todo: las mujeres, los amigos, la familia, el mundo”. Su llamado “Relato con big band” suscita un mundo gris y calcáreo donde las gentes aprenden el arte de devorarse a sí mismos y coronar el vacío, rey y vasallo al mismo tiempo. De ahí proviene quizá su “amor caníbal”, sus ganas de engullir muchos saberes.

Me agrada que la ironía, la burla de sí y de los otros, inhiba cualquier tipo de mesianismo, como ocurre con su escrito titulado “Los zapatos del delincuente” donde elude el giro popular que habla de ponerse en los zapatos del otro para entenderlo. Más bien percibe que nadie camina con botines ajenos, sobre todo si se piensa bien en el camino trágico del delincuente que deshace el camino al andar.

Habrá quienes digan que sus textos, a los que he querido llamar aparatos verbales, escamoteando una expresión de Auden, resultan más mini-ficciones que poemas, pero la verdad es que el carácter migratorio de su escritura no atiende a compartimentos. Al hablar de Cristhian Torres Hurtado creo estar frente a un poeta-narrador y frente a un hacedor de dudas dueño de su propio y estrábico catalejo. Y de alguien que quizá ama más las ruinas que las rutinas, el riesgo que la inacción.


PARECE QUE PREFIERES EL TREN A LAS PLANTAS DOMÉSTICAS,

DE ÁNGELA SUÁREZ

La ópera prima de Ángela Suárez invita desde su título al nomadeo, a migrar y buscar la intemperie luego de ser pasajera de sí misma y de recorrer y reconocer antes que nada su casa, su estructura secreta y sus espacios. Son las suyas palabras-bumerang que van y vienen del adentro al afuera en un espacio verbal, como haciendo de bisagra entre el mundo interior y un orbe que se niega a mirar de manera pasadista el lenguaje y sus caminos, pues parece saber que una fijación al pasado solo levanta estatuas de sal.

Son los suyos poemas como ventanas, en viaje si se trata de un tren o de un auto, en vigilia si recordamos que todas viven asomadas al paisaje y que solo en momentos de caos interior podemos llegar a pensar, con pesadumbre, que las ventanas siempre parecen a punto de lanzarse al vacío. De ahí que una de las palabras fundamentales en sus versos, una voz que ella misma señala clave de su poesía, sea entre otras que atienden al fisgoneo del mundo como ocurre con la palabra rendija,  la ya aludida palabra ventana. Porque la ventana es algo más que “una abertura en la pared que sirve para dar paso al aire y la luz”, según la forma de diseccionar las palabras que tienen los diccionarios. Ella está hecha más que de batientes, de travesaños, de marcos, fallebas y durmientes, de un material que tiene una fuerte relación con los ojos, con lo visual, en una suerte de voyerismo arquitectónico. De ahí que siempre que derrumban una casa persista la ventana, porque ella es un espacio escamoteado al aire, un espacio suspendido en el viento.

Creo ver en la poesía de Ángela Suárez una suerte de enamoramiento de los espacios abiertos, de ahí que sus versos sean ajenos a cualquier deseo de claustro, de cerrazón introspectiva. Ella se busca con la llave del lenguaje tanto en el adentro como en el afuera. Y me hace pensar en María Zambrano cuando afirma que “filosofía es encontrarse a sí mismo, llegar por fin a poseerse”. De algo similar nace el deseo que tiene esta joven escritora por el viaje, por la migración y el deseo de tocar la lejanía, pero sin negarse al retorno, a la raíz y a su centro. Lo dice mejor un poema en prosa que ella titula “Poética con rumor”:

“Del que vuelve, se dice que tiene la habilidad para conjurar toda señal de humo detenida y dispuesta en el rabillo de sus ojos crecidos hasta su boca. Que se empeña en seguirle por fuera de la lógica de la línea recta, que luego insiste en rastrearla aferrado a todo rumor libertino por dentro de sus pies. Del que vuelve se dice que algún día se convierte en señal de humo detenido y dispuesto en el rabillo de los ojos crecidos de otro que está a punto de volver”.

Es como si nos dijera que todo camino conduce al regreso, que hay una Ítaca de ida y otra Ítaca del regreso, como si el fruto caído volviera a la rama. Son las suyas una suerte de pinturas de itinerancia, de señales de humo que esconden la hoguera. Una suerte, también, de un diario de movimiento perpetuo. Hay en sus textos diálogos elusivos y a la vez claros con Yoko Ono, la bruja de Oriente que se empeña en subvertir cotidianidades, o con la infancia de Godot, es decir con una niñez fabulada y solo recuperada desde la ficción de la espera.

Si fuera cierto lo expresado por Luis Cernuda, aquello de que “la poesía fija a la belleza efímera”, me parece que la poesía de Ángela Suárez anda por esos predios, que de ida o regreso de paisajes sin nombre, convertidos en abstractos por su poco deseo de crear mapas geográficos específicos, atrapa la fugacidad de una belleza anómala y la hace nuestra. Ella se dedica a “buscar instrucciones en los pies”, a dejarse conducir por el anhelo de tantear el mundo, como si fuera su propia lazarilla.

Me alegra y emociona presentar la ópera prima de dos autores de quienes he tenido el privilegio de compartir la gestación y el impulso irrefrenable de sus libros, una pulsión, dirían los lectores de Freud, por encontrar en la poesía una forma de explorarse, de traducirse y fusionar en sus espacios continente y contenido, de crear un diálogo sin artificios consigo mismos.

Juan Manuel Roca

Bogotá, agosto 14 de 2015.


POEMAS

FRUTOS MUERTOS

Cristhian Torres

Un hombre cultiva muertos

Les riega agua para que se pongan más grandes

Lo hace con esmero

con amor

Amontona flores que se arrimen

Ara la tierra,

esparce semillas

moja el tallo,

las primeras ramas,

las hojas


Hay que ver las ramas negras,

los gusanos gordos,

el olor

En su mejor momento

el árbol se llena de frutos ahorcados,

a punto de reventar

Los más maduros caen del árbol

y si nadie viene a recogerlos,

ruedan hasta descomponerse

sobre la tierra


Qué lindo el árbol de muerto.

El hombre se sienta y observa su cosecha,

su bosque.

Espanta los gallinazos con piras

de otros muertos secos.


Al otro día es igual

Se levanta temprano,

riega sus muertos

y encuentra siempre

otro fruto más.


RELATO ITINERANTE

Ángela Suárez Tovar

Bailarina: Sustantivo. Dícese de la mujer que no sabe usar su voz, y sin embargo usa sus pies. Relativo a quien no sabe esperar y mucho menos atrás de la entrada de la casa. Se refiere al personaje de género femenino que baila y al mismo tiempo tiene miedo: comúnmente se mueve en redondo hasta las antiguas ciudades de arcilla y en algunos casos viste de falda. Apareció por primera vez en los vecindarios viejos y circulares que suelen sobrevivir desde la primera infancia. Se puede conjugar en tres tiempos: baila, bailaba, bailará.


Más artículos de Juan Manuel Roca aquí.

Biografía del autor.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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