Foto detalle: Julie Méndez Ezcurra.
Recordamos a Jorge Luis Borges a los 120 años de su nacimiento, un hombre cuyos ojos no pueden deletrearnos, pero cuyas palabras son en nuestra cabeza un camino, un vaso, una enciclopedia, oro felino, conformadas por un alfabeto que siempre es abril, trémulas en las ondas del sueño. Inolvidables, repetibles sin cansancio. Sagradas.
Ya nada lo refleja y su miedo a la repetición de la humanidad está saldado, para él, porque como máquinas se repiten los hombres, la maldad y los espejos.
Recordémoslo con sus versos.
1964
I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.