Narrar desde la experiencia

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¿Es posible escribir una novela en tan solo 11 días,  una novela publicable que tenga una historia con gancho y que logre atrapar la atención de los lectores?. La respuesta es afirmativa y aunque no cualquiera pueda lograrlo, existe un precedente en la literatura contemporánea, se trata de Los Vagabundos del Dharma de Jack Kerouac  uno de los autores más influyentes de la generación Beat.

 A mi modo de ver, lo más importante para poder escribir una novela en tan corto periodo de tiempo reside en saber con claridad cuál es la historia que se va a contar, cuál es el contexto en el que se desarrolla y quiénes son sus personajes.

Me atrevo a suponer que antes de sentarse a escribir esta novela, Kerouac,  ya tenía claro lo qué quería narrar y esto se debe al vínculo directo que tienen sus ficciones con su historia biográfica; ya que es él junto a sus  amigos los protagonistas de historias que transcurren en su propio contexto histórico.

“El narrador toma lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida…”.(Benjamin, 1936)

Kerouac más que un escritor de la imaginación es un escritor de la experiencia. Con su estilo demuestra que el uso de la primera persona es además de una decisión narrativa, una decisión política; ya que rompe con la dicotomía entre autor y narrador y  es este aspecto, a mi forma de ver, lo que lo ha convertido en un escritor de culto.

De su libro se llegó a decir que era la biblia del hippismo y más allá de si es verdad o no, hay que reconocer que en su momento rompió las barreras  que demarcaban lo literario; su influencia es además filosófica y política.

Para dar cuenta de ello a continuación un fragmento de la novela en la cual el protagonista da su punto de vista sobre su contexto histórico.

“Negándose a seguir la demanda general de la producción de que consuman y, por tanto, de que trabajen para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitan, como refrigeradores, aparatos de televisión, coches, coches nuevos y llamativos, brillantina para el pelo de una determinada marca y desodorantes y porquería en general que siempre termina en el cubo de la basura una semana después; todos ellos presos en un sistema de trabajo, producción, consumo, trabajo, producción, consumo…”(Kerouac, 1998)

La novela es la historia de su propia vida, de sus búsquedas espirituales, artísticas y políticas. Y  en efecto pone en evidencia, las búsquedas de una generación entera, que desencantada por tanta realidad fatalista intenta encontrar en las experiencias trascendentales y en el arte  un motivo para vivir.

Existen escritores que narran historias sobre grandes viajes que nunca realizaron como es el caso de Julio Verne quien nunca salió de Francia, y otros como el autor de En el camino,  que se recorrió Estados Unidos y México haciendo dedo en varias ocasiones,  y es de estos viajes de donde él saca el material constitutivo de su obra. «Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo» (Benjamín,1936)

Lo anterior no niega que Kerouac recurra a su imaginación para ficcionalizar ciertos pasajes y así lograr que tengan mayor potencia narrativa; lo que quiero decir es que su obra está sostenida por una experiencia real, que le otorga verosimilitud. En este sentido me atrevo a decir que de manera no consiente el autor aplicó la teoría del iceberg desarrollada por Hemingway ya que no nos cuenta todo lo que vivió en sus viajes, sino que hace una selección de lo más relevante; pero lo que no narra es lo que le ayuda a sostener la historia.

Ahora bien, no cualquiera que realice un viaje puede escribir un libro que influencie a miles de jóvenes de distintos lugares del mundo a lo largo de varias décadas. Se necesita algo más que experiencia, imaginación, talento y disciplina.

Personalmente, creo que lo que hace que los lectores se sientan atraídos  por su forma de narrar, es su sensibilidad hacia el mundo la cual trasmite de forma vital en sus novelas.  Tanto el autor como el personaje tienen características en común: eran críticos al sistema, buscadores libertarios, y a la vez  personas  llenas de contradicciones atrapadas en una cultura atravesada por el consumo, en un momento de sincretismo global, que les otorgaba cierta información que usaron tanto en la realidad como en la ficción para tratar de resignificar  su existencia.

“Ni  la  cultura  ni  su  destrucción  son  eróticos:  es  la  fisura entre una y otra la que se vuelve erótica”. (Barthes, 1973)

En este sentido, la vida de los protagonistas de la historia, se encuentra influenciada por el budismo y el trascendentalismo: la primera es una  filosofía propia de Asia que en los  años cincuenta cuando Kerouac  escribió Los Vagabundos del Dharma no estaba de moda  en Estados Unidos como lo estuvo después de los sesenta. Por otra parte está el trascendentalismo literario norteamericano representado por Thoreau con su libro Walden la vida en los bosques; que narra la historia de un hombre que abandona la vida en sociedad y se refugia como ermitaño en el bosque  durante un año para encontrarse consigo mismo.

La búsqueda por un camino de conocimiento y libre de sufrimiento que los budistas denominan dharma, y la conexión con la naturaleza despojada de la visión antropocéntrica, son los pilares filosóficos que rigen la vida de los personajes del libro en su búsqueda por vivir la vida más allá de la superficialidad en la que el resto de la sociedad estaba sumida.

 Sin embargo estos pilares no están plasmados en la historia desde el  dogmatismo pues los protagonistas viven  su vida cotidiana como vagabundos, cargados de contradicciones que ellos mismos no juzgan ni analizan.  Así es como tienen prácticas que aparentemente son opuestas: meditan a la mañana y a la noche  hacen  orgías, leen textos sagrados orientales mientras se emborrachan con vino, hacen peregrinajes hacia la montaña y luego regresan a la ciudad y asisten a tertulias donde fuman marihuana.

Esta mezcla entre lo sacro y lo profano, entre una forma de vida marcada por el consumo, que tiene como polaridad la renuncia a lo material no es solo ficción; es el  testimonio de una época de profundo malestar social y de replanteamientos por parte de la juventud.

Creo que  Kerouac pudo escribir la historia en tan solo 11 días porque vivía intensamente cada instante en el que no estaba sentado escribiendo. Me atrevo a decir que para él,  la escritura no consistía solamente  en el hecho de estar sentado frente a la máquina sino también, en el tiempo que pasaba pensando en cómo  capturar la esencia de esos momentos que vivía y que luego quedaron inmortalizados en forma de libro. De alguna manera supo hacer de su realidad una maravillosa ficción.

Juliana Gómez Nieto

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