Un hombre viejo, solitario y silencioso, llamado Monsieur Hire -interpretado magistralmente por Michel Blanc- lleva una existencia enmarcada en la banalidad. Cuando no trabaja en la penumbra de su taller de sastre, juega bolos o frecuenta los cuerpos femeninos que cobran ratos efímeros de placer. A pesar de que hace todo lo posible por pasar inadvertido hasta el punto de evitar, por ejemplo, utilizar la luz eléctrica, Monsieur Hire se va a convertir en la víctima de la general animadversión de todos aquellos que viven en su entorno…

Esta obstinada aspiración al parecer distinto de lo que era y a forzar su propia inclinación le conducía también, a actuar sin necesidad, obedeciendo a unas abstractas y rígidas normas suyas, con las cuales se imaginaba poseer un amplio repertorio de reglas de conducta que, en realidad, le faltaban completamente.
Alberto Moravia
Después de Tandem (1987), la trayectoria fílmica de Patrice Leconte adquiere una verdadera “vuelta de tuerca” y se dirige hacia una cinematografía más grave y profunda, que se afirma con Monsieur Hire (1989), una adaptación de una novela negra de Georges Simenon (“Les fiancailles de Monsieur Hire”), ya llevada a la pantalla en 1947 por Julien Duvivier bajo el título de Pánico. Es la historia de un hombre ordinario dedicado a la sastrería y a la cría de ratones blanco, un hombre maníaco del orden y de la soledad. Perdidamente enamorado (¿obsesionado?) de su vecina, un crimen los involucra sentimentalmente. Ni el lugar ni la época serán definidos. Pero Patrice Leconte, respetando la labor de Duvivier, su maestro, sable planear visualmente su enseñanza: recordar el “realismo poético” francés de los años 30 y 40.
A ras del suelo un insecto sobrevuela a lo largo de un tallo de un diente de león. Llega a lo alto y se detiene. Algunos ruidos se abren paso sobre la hierba fría. A lo lejos, el rumor de la ciudad comienza a brotar sin que nadie lo espere. El día es bonito. El pie de un hombre descansa al lado de la planta dejando tras de sí una huella provisoria de hierbas quebradas. Diseminados por todos lados, los productos de la farmacia escapan de un tablero roto. Un libro, abierto, manchado de sangre. Un poco más lejos, un zapato de mujer abandonado. Una mano enguantada la toma con precaución y lo mete en un saco plástico. El otro zapato es encontrado. Las piernas inertes presagian la presencia de una joven mujer, extendida boca arriba en la hierba en un terreno baldío. La falda, recogida ligeramente, deja asomar una rodilla despellejada. La mano está abierta hacia el cielo. Las hormigas extraviadas se pasean sobre el antebrazo ensangrentado.
Este es el plano número 9 de la primera secuencia del guión de Monsieur Hire y así se ve con esmerada fidelidad en la pantalla.

La compulsión admirativa, que no es otra cosa que el ‘voyeurismo’, es la fuente de gran parte de la narrativa y, desde luego del cine. En cambio, no puede hablarse del voyeurismo ni en pintura ni en escultura, porque en estas artes falta movimiento: el voyeur no espía tanto el objeto como su movimiento, es decir, su comportamiento. Además, debe tratarse de un comportamiento tan íntimo, que nadie, excepto el voyeur, podría espiar sin ser consciente de cometer una indiscreción.

Un hombre viejo, solitario y silencioso, llamado Monsieur Hire -interpretado magistralmente por Michel Blanc- lleva una existencia enmarcada en la banalidad. Cuando no trabaja en la penumbra de su taller de sastre, juega bolos o frecuenta los cuerpos femeninos que cobran ratos efímeros de placer. A pesar de que hace todo lo posible por pasar inadvertido hasta el punto de evitar, por ejemplo, utilizar la luz eléctrica, Monsieur Hire se va a convertir en la víctima de la general animadversión de todos aquellos que viven en su entorno: niños y adultos. Pero ¿cuál es el reproche que le hacen? Sin duda, no parecerse a ellos, ni en su manera de ser, ni mucho menos en sus modales: su rostro lívido y mortal y su mirada apagada le dan un aire de espectro, mientras que siempre se le ve con el mismo abrigo negro que le hace resaltar la blancura congelada de su piel. Su contacto físico con el mundo exterior lo logra establecer con esa máscara ingrata e inexpresiva que disimula la existencia de un alma sensible y criminal.

Todo esto lo descubre y lo percibe Alice –la siempre hermosa Sandrine Bonnaire-, su joven vecina que vive en frente. A lo largo de una noche tormentosa, Alice se da cuenta, disimulando, con elegancia, de la mirada fantasmática de Monsieur Hire, de esas pupilas que atraviesan la ventana. Asustada al comienzo y después intrigada, la joven mujer intentará conocer a su extraño mirón. Descubriendo que la ama, Alice intenta servirse de él para salvar a su amante, un asesino del cual está intensamente enamorada. Por amor, Monsieur Hire callará el nombre del asesino y asumirá la culpa frente a la policía y los vecinos que ven en él al criminal perfecto. La historia termina en una caída –en el sentido propio y figurado- que le da a Leconte –el mismo de No molestar (2014), La promesa (2013), Le magasin des suicides (2012), Voir la mer (2011), Guerra de misses (2008), Mi mejor amigo (2006), Les bronzés 3: amis pour la vie (2006), Confidencias muy íntimas (2004), Dogora (2004), El hombre del tren (2002), Rue des plaisirs (2002), Félix y Lola (2001), La viuda de Saint-Pierre (2000), La chica del puente (1999), Uno de dos (1998), Ridicule (1996), Les grands ducs (1996), El perfume de Yvonne (1994), La maté porque era mía (1993), Bolero (Cortometraje) (1993), Contre l’oubli (1991), El marido de la peluquera (1990), Golpe de especialistas (1985), Desventuras de un policía (1983), Ma femme s’appelle reviens (1982), Viens chez moi, j’habite chez une copine (1981), Los bronceados hacen ski (1979), Los bronceados (1978), Les vécés étaient fermés de l’interieur (1976)- la ocasión de completar un trabajo cinematográfico novedoso y original.

A raíz de su participación en competencia en el Festival de Cannes 1989, Patrice Leconte ofreció una extensa entrevista para la revista francesa “Premiere”, de la cual presentamos la siguiente versión inédita.
P. -¿Cómo nació la idea de Monsieur Hire?
P.L. –La historia es simple. Finalizando la década de los 80 vi Pánico de Duvivier con Michel Simon y Viviane Romance, sin saber que era una adaptación de una novela de Simenon. Me gusta mucho el cine francés de los años 30 y 40 y Duvivier es un director que, particularmente, me encanta. Como un caprichoso egoísta, me dije: Un día haré un ‘remake’ de esta película. Durante la filmación de Tandem hablé con Phillippe Carcassonne de Gremillon y de Duvivier. Con placer lancé mi idea de hacerlo; más tarde, mientras buscaba un tema para un próximo filme, Carcassonne, el productor, me acordó y me aconsejó leer la novela de Simenon. La encontré mucho mejor que la película y pensé que podría realizar un filme personal que no fuera ni un ‘remake’ ni una ilustración del libro. Quería que Monsieur Hire me perteneciera tanto a mí como a Simenon y me obligué olvidar Pánico.
P. -¿Cuáles son los fragmentos tomados que Ud. adoptó en relación con la novela?
P.L. -Con mi co-guionista Patrick Dewolf leímos la novela más de una vez y la cerramos para no volverla a abrir. Lo que nos quedó de las lecturas –fragmentos, impresiones y momentos fuertes- constituyen la película. Simenon escribió novelas policíacas entre comillas. No quería centrar la historia en la policía, ella está ausente, así hubiera un asesinato y una investigación. Esto fue sólo el pretexto para registrar una historia de amor posible e imposible, para describir esta sensualidad, esas relaciones atormentadas y eróticas entre Monsieur Hire y Alice, la vecina de enfrente.
P. -Monsieur Hire ¿es su primera historia de amor?
P:L. -Es curioso que después de mucho tiempo, me haya encontrado con un interrogante: “¿Es que va a seguir haciendo comedias toda su vida?”. No creo, pero de lo que sí estoy seguro es que algún día, realizaré una historia de amor.
P. -La elección que ha optado por una dirección sobria, depurada, ¿es una manera de encontrar la escritura limpia de Simenon?
P.L. -No. De todas maneras no quiero pensar que soy un cineasta barroco. Mi temor era que una adaptación de Simenon y una reconstrucción de época, terminaran siendo un género fílmico televisado pasado de moda. De la misma manera, no quise actualizar a Monsieur Hire. Tuve un inmenso placer al realizar algo completamente atemporal, que escapara a toda época y también a toda localización geográfica.
P. -Para evocar un lugar o un punto preciso de la historia, filma secuencias enteras en planos cerrados, planos que encierran personajes o detalles del decorado.
P.L. -En un momento dado tuve miedo que esto se convirtiera en algo sofocante. Cuando verdaderamente se quiere poner el acento sobre un rostro, una mirada o un objeto, se filma naturalmente en planos cerrados. Por ejemplo, esa secuencia donde Monsieur Hire compra el perfume. Habría podido utilizar un plano general de la perfumería con la vendedora, un plano que dijera: “Aquí estamos”, como los que utilizan en los carteles en el cine mudo. Aquí, hay exactamente dos planos cerrados: uno sobre los frascos y otro sobre Monsieur Hire que respira el aroma del perfume. Así se comprende, en seguida, en dónde está. Es un rigor que apliqué a lo largo del filme y que no tiene nada que ver con mi experiencia como realizador de comerciales publicitarios.
P. -Esa atmósfera atemporal y esa puesta en cámara rigurosa, ¿necesitaron de una profunda preparación?
P.L. -No más que para la realización de cualquier película. Monsieur Hire es quizás mi película más terminada. No veo por qué tenga que retroceder. En todo caso sí soy más exigente, me tomo tiempo para reflexionar, para encontrar soluciones. Me pregunto cómo he podido ser tan laxo en mis anteriores películas. Para Monsieur Hire quise que la imagen tuviera una fuerte personalidad y lo logré como ese resultado del uso de la luz, de los colores, del vestuario, de la escenografía, de la música y de los planos. Para la luz, por ejemplo, con Denis Lenoir, habíamos ensayado bastante para llegar a ese terreno casi “desnaturalizado” de los colores, un poco apagados y sordos. Además, Monsieur Hire es un personaje en blanco y negro y retirando los colores se elevaban sus emociones. Monsieur Hire no tiene emociones aparentes.
P. -Monsieur Hire es todo menos un personaje simpático. Así, desde el primer plano se exalta la compasión de su mirada; de la misma manera, algunos de sus gestos parecen ser indicios que lo acusan rápidamente. Ud. nos lo revela como simples actitudes cotidianas.
P.L. -Quería que fuera un personaje impresionante e inquieto pero que se le quisiera. Para logar ese sentido se crearon momentos extravagantes, como cuando se descubre que es un buen jugador de bolos. Simplemente se piensa que hay que desconfiar del personaje y se le exige que se oculte en su pasividad. Perdería su credibilidad si se hubiera presentado como el típico personaje de una película policíaca. Monsieur Hire es justamente, imprevisible.
P. -¿Cómo escogió a los actores?
P.L. -Antes había realizado películas en donde, antes de escribir el guión y sabía quiénes eran los intérpretes. A Michel Blanc, porque era la ocasión de volver a trabajar juntos en un terreno diferente del de la comedia que habíamos trabajado. Esta película nos encontró “adultos”. A Sandrine Bonnaire no la conocía. Pensaba que era como en sus películas: sobria, torturada, sufriente y algunas veces desapacible. Alice es un personaje más cotidiano, sensual y simple, que le da la posibilidad a Sandrine de cambiar de registro. No aceptó inmediatamente el papel, había decidido parar el rodaje durante un año, pero antes dijo que aceptaba.
P. -Emile es Luc Thuillier, un personaje secundario muy presente, como el del inspector que está interpretado por André Wilms.
P.L. -Durante los ensayos, me impresionó Luc Thuillier. Emile es un personaje importante. No queríamos que fuera más importante y mucho menos que tuviera un cierto aire de tonto, pues habría ido en detrimento del personaje de Alice, quien está enamorada de él. Igualmente quería que el inspector fuera extravagante y barroco, que pareciera totalmente distinto a un detective. André Wilms tiene una composición perfecta para su personaje, con su mirada, su manera de sonreír y su voz.