
Para El supino
Ahí está el problema, un símbolo del sexo se convierte en un objeto. Y no me gusta ser un objeto. La fama tiene un peso especial que será mejor que explique. No me importa la obligación de ser encantadora y sensual. Pero lo que va con eso es cargante. Pienso que la sensualidad es atractiva sólo cuando es natural y espontánea. Marilyn Monroe.
89 59 89 no es un número telefónico. Son las medidas de Marilyn Monroe y sobre las cuales se fueron construyendo un mito, una leyenda, una mujer ideal, un personaje múltiple y complejo, una mujer ligera, pero en algunos casos, racional; una víctima de Hollywood y una mujer extremadamente arribista. Yo sueño lo más fuerte, lo más duro, decía ella. Bomba sexual. Marilyn fue también una bomba política. Su relación con el presidente John F. Kennedy, después con su hermano Bob, entonces ministro de Justicia, Marilyn estaba también en la mira de la mafia; es en este contexto que ella muere el 5 de agosto de 1962 a la edad de los 36 años. ¿Suicido, asesinato, accidente?
Norma Jean nació el 1 de junio de 1926 en Los Ángeles y murió en la misma ciudad como Marilyn Monroe. Fue el rostro más seductor de la historia del cine y el que mejor interpretó el papel de rubia tonta. El día en que murió Marilyn Monroe, éramos niños y no comprendíamos el hecho de que ella se quitara la vida. Hoy, hace 53 años, no solo lo comprendemos, sino que extrañamos que no haya más actrices o actores “made in Hollywood”, que recurran a tan drástico final con tal de no aguantar esa estafa que les venden como vida.

Y es que el dolor no se puede objetivar. Cuando alguien siente el dolor le duele más, que tiene más razones para sentirse desdichado, que su soledad es más insoportable. Pero, ¿cómo se miden los sentimientos ocultos detrás de esas palabras insensatas? Dolor, desdicha, soledad, desamor, nació Norma Jeanne y ya desde aquel día de 1926 su identidad sufrió el primer cambio: hija ilegítima de su propia madre, sin un apellido concreto, pues fue Baker, como su madre la demente, y fue Mortenson, como el marido de su madre, a la que había abandonado poco después de casarse con ella. Como fue después Monroe, como abuela materna, muerta también, como su hija, loca en un manicomio, no sin antes haber tratado de asesinar brutalmente a su nieta, la pequeña Norma Jeanne, por el expeditivo método de asfixiarla en su cama con una almohada. Y no era la primera vez que, en tan corta vida, había recorrido los lindes de la extinción: su madre, de soltera Gladys Baker, había tratado de abortar infructuosamente, su nacimiento con la dedicación que sólo los orates ponen en sus actos.
Nació en 1926 en Los Ángeles, California, ciudad sin calles, ciudad sin cementerios –con la excepción del Westwood Memorial Park, donde están enterrados sus restos-, ciudad en la que aparentemente, todos son actores, todos son felices, todos son rubios. Y allí debió crecer. Dicen sus biógrafos que fue de casa en casa, recogida a cambio de 2 dólares mensuales que el condado de Los Ángeles, a cuyo cargo quedó tras la certeza de la condición psíquica de su madre, ofrecía a aquellos que le daban un “hogar”. Nos preguntamos si ella sabría, si conocía aquel precio que alguien pagaba por ella para recibir algo de amor, de calor familiar, de refugio en aquella primera soledad. Nadie dice nada. Sólo dos hechos parecen recabar la atención de esos biógrafos al narra su infancia. Cuando vio cómo asesinaban a tiros a su perro Tippy, hecho del que quedó como secuela una insuperable tartamudez que le duró el resto de sus días, tras perder completamente el habla por algún tiempo. El otro hecho truculento, pues parece que su vida no fue sino una sucesión de hechos más o menos truculentos, es la presunta violación sin consumar, y sin probar, de la que fue objeto por uno de los innumerables padrastros con los que convivió.

Y sin duda debió pensar angustiosamente en tener un padre como tenían los otros niños con los que vivían esas almas felices de los hogares normales. Un padre con quien pasear. Y es que su azarosa vida amorosa no fue otra cosa que una infructuosa búsqueda de esa imagen paternal reconfortante para esa niña solitaria que nunca dejó de ser. El cálido James Dougherty, obrero, embalsamador y policía en retiro. El fuerte Joe DiMaggio, musculoso beisbolista y triunfador, que la amó pero que los celos lo alejaron de la que más amaba. El frío Arthur Miller, ese intelectual con el que nadie simpatizaba, quien para ella debió ser algo así como la inaprehensible representación de la sabiduría y el conocimiento. O los políticos Kennedy para los que ella sólo fue el juego más divertido, o Sinatra, ese fetichista de corazón quebrado, o tantos otros a los que describió con tanta generosidad: Me he acostado con muchísimos hombres, lo que pasa es que siempre estaba enamorada de ellos cuando lo hacía. Y tal vez sea verdad, pues Miller se rindió a una evidencia diciendo: Lo más sorprendente de Norma Jeanne es su absoluta, irremediable y a veces intolerable incapacidad de mentir. Y esa frenética búsqueda de la figura paterna, la fue construyendo a una imagen que debió pensar, en su dolorosa insensatez: la de la rubia boba, tonta, miope, inocente y necesitada de pasión y de protección.
Esa imagen la bordó: fue la mejor de las rubias bobas. Y es que Marilyn Monroe fue una gran “actriz”. Y son muy pocas las que se pueden catalogar como buenas actrices. Alguno dirá que sólo interpretó ese papel: el de la rubia boba y mujer sensual. Aquellos eran tiempos felices en que actores y actrices de cine, se dedicaban a incorporar, a encarnar a personajes cuya imagen, y no sólo la imagen física, podrían representar. Henry Fonda nunca hizo de malo, ni John Wayne de intelectual. Marilyn Monroe no hizo de Betty Davis, ni de Joan Crawford, no hizo de Olivia de Havilland, ni de Rita Hayworth. Para eso ya existían ellas, grandes actrices, grandes mujeres, grandes maestras. Marilyn fue actriz genial y generosa, fue verdadera y fue la mejor en sus papeles. Cómo imaginar a otra, por rubia y boba y hermosa que fuese en Some like it hot de Billy Wilder, o en Los hombres las prefieren rubias de Howard Hawks, o en La jungla de asfalto de John Huston, que la lanzó a la fama. La mejor manera de demostrarme como persona es demostrarme como actriz, siempre lo dijo.

Billy Wilder dijo de ella: Cualquier persona puede aprenderse un diálogo, pero se necesita ser un verdadero artista para llegar al set sin tener idea de su diálogo y llegar a interpretar como ella lo hace, y hace falta otro verdadero artista, director generoso y amable, para reconocer tal cosa. Quizá haya que ser un buen guionista, además de director, para ello. Su vida seguramente fue un desastre, como tantas otras vidas que no se conocen. Nunca supo ser hipócrita, nunca hizo daño a nadie con conciencia de hacerlo. Los más heridos son poco proclives a herir. Si daño hizo, seguro que fue a fuerza de ser sincera, de expresar sentimientos propios. Afortunadamente, hay algo contra lo que siempre se rebela, contra esa imagen de Marilyn, de Norma Jeanne, como pobre víctima de los demás, como víctima de Hollywood, víctima de sus tiempos intolerantes y de la sociedad puritana que le tocó vivir, víctima de los hombres a los que amó, víctima de los padres que nunca tuvo, de sus madres que la abandonaron, víctima en últimas, de misteriosas conspiraciones de la alta política. Norma Jeanne y Marilyn fue absolutamente protagonista de su propia vida y por tanto, fue también protagonista de su propia muerte. Norma Jeanne amó mucho, hizo felices a muchos hombres y soñar a millones, conoció maestros como Wilder, como Huston, como Preminger y a otros que la amaron, que la sueñan y que la seguiremos soñando en ese oficio bello, aunque duro, uno de los más gratificantes y excitantes que se conocen en la historia, el oficio del actor, el del farsante que encarna nuestros sueños.

Marilyn Monroe no se quitó la vida el día que figura como el día de su muerte. Norma Jeanne comenzó en ese arduo y no fácil trabajo 36 años antes, el día que desde su cuna se supo humana y llena de vida. No podemos olvidar la frase de François Truffaut: La amo desde que la vi en Niágara de H. Hathaway, e incluso desde antes; es una persona que tiene la gracia, algo entre Charles Chaplin y James Dean. Y ¿cómo puede hoy en día uno quedarse sin ver una película de Marilyn Monroe?