Rosa Lentini, palabra que sutura. Por Juan Manuel Roca

Lentini

Por: Juan Manuel Roca

Se lee la “poesía reunida” de Rosa Lentini y se asiste a la palabra como huella, dibujo de un mundo que dialoga con los tiempos idos y los presentes, como si el cuerpo en reposo, sedentario, al evocar caminos hiciera yunta con la imaginación que siempre es nómada para formar un todo. No hablo de nostalgia, de la añoranza de un tiempo pretérito, sino de la evocación tan cara a Milosz y tan contraria a las tropelías del tiempo.

Hay una interlocución en la poesía de Rosa Lentini con los espacios de la infancia, no como la del viejo poeta que la suponía única patria, sino como una sumatoria de últimas cenas, del mundo fugaz mirado como una víspera. La imagen de Dylan Thomas, “la pelota que lancé en la infancia aún no ha tocado suelo”, podría hacerla suya trocando esfera por puerta y de pronto afirmar que la puerta que entreabrió en la infancia no se ha cerrado todavía:

“Cuando el atardecer deja escapar un acorde

de horizonte desajustado, ninguna ve a la niña

que desde el otro lado de la puerta entornada

registra cada detalle y su espalda se dobla

como ahora lo hace mi propia huella en el mundo”.

De huellas y adioses, se podría decir que de tiempo, está hecha buena parte de su poesía y por eso no debe extrañarnos que ejerza en muchos parajes la reescritura, como acostumbra hacerlo la memoria que siempre altera, y muchas veces a su pesar, lo ya ocurrido. En uno de los primeros poemas publicados por Lentini y que cierra este volumen hecho de manera retrospectiva entre el 2014 y 1994, traza lo que ella llama “palabras que son huellas/ de caminante/ de un bosque nocturno”. Tal vez de esos regresos venga su decisión de empezar este libro por sus poemas recientes para ir poco a poco a su etapa inicial, a su despegue.

Leídos ahora estos versos que acabo de citar, me resultan una suerte de arte poética, como si en la nocturnidad de la espesura del lenguaje el poeta encontrara los pasos abandonados u olvidados en su camino, señales indelebles en el bosque simbólico. Y es que como dice Ida Vitale, “las palabras son nómadas, la mala poesía las vuelve sedentarias”.

En esta poesía es huella el piano lo mismo que la voz de la cantante, es huella la sonrisa rota del Licenciado Vidriera en el reflejo del cristal, es huella una pista de hielo que no se deshace en el recuerdo, honda huella la imagen del “hombre desnudo que ara sobre la mujer/ y clava en el vientre el misterio que somos mi hermano y yo/ saliendo de sus cuerpos”, en una bella visión elusiva de un acto del que todos venimos, al que Rosa llama con sinigual precisión y belleza una forma de arar, una manera de hacer ocultos surcos, una siembra humana que no por cotidiana deja de ser misteriosa.

Huellas, sí. Pero también bálsamos y suturas hay en esta poesía. La sutura, que es la costura con que se cierran los labios de una herida, es una palabra que asalta por momentos los versos de Rosa Lentini. Ella es una zurcidora de heridas que son palabras que vuelven a ser heridas. Una hábil cosedora de objetos rotos.

Que la poesía “ha estado siempre abierta a las cosas, arrojada entre ellas, arrojada hasta la perdición, hasta el olvido de sí, del poeta”, es una aguda afirmación que hace María Zambrano, algo de lo que puede hacerse seguimiento en muchos de los temas y registros de la poeta catalana.

Dialoga esta poesía con Stephane Mallarmé, con Paul Celan o quizá con Pierre Reverdy, y en su etapa primera con Alejandra Pizarnik, haciendo de su patria un cruce de caminos como creo que lo dice en una entrevista que le hiciera el poeta colombiano Juan Pablo Roa, pero sobre todo funda realidades simbólicas, verdades estéticas que alejan su voz de los poetas de temporada que establecen un diálogo privativo no con un “yo” sino con un ego. Y ya sabemos que el ego exaltadamente auto-referencial prefiere fingir la razón antes que desnudarse. Y que inclusive, miran de forma minusválida su propia andadura y entregan “informes falsos”. De ahí que los poemas de Rosa Lentini evitan un “danzar con armadura”, la expresión es de Pound, al insertar elementos narrativos, pasajes en prosa, vigilias sensoriales, en un coto de caza que intuye desde las atmósferas o las sensaciones más que desde las verdades objetivas, pues estas a menudo resultan de fácil pero efímera comprobación.

Una carga onírica también invade sus versos. El sueño, que según el romántico alemán es poesía involuntaria.

No estaría mal ver a Rosa Lentini como a una suerte de zahorí. Del zahorí, armado de paciencia e intuición y de una precaria horqueta de fresno o abedul, se decía que lograba en la España medieval percibir lo oculto bajo tierra, mapas de sombras, grafismos tachados, silabarios de nieve, “engañosas certezas”, arroyos que se lavan a sí mismos y manantiales secretos.

Armada de paciencia e intuición, repito, no pocas veces Lentini encuentra el manantial que corre bajo el erial del mundo cotidiano, presente o pasado, o el nacimiento de un ojo de agua, la esencia de las cosas que se nos ocultan, cambiando la horqueta de fresno por la palabra que sutura y fecunda entre los dos labios de la herida. De esta manera, su  quehacer logra encontrar poemas ocultos, palabras como talismanes, parajes escondidos donde moran sus muertos y en donde hay objetos rotos, estaciones en fuga, nieves de antaño, la boca y la voz de Mahalia Jackson, desarraigos y ofrendas, venenos y piedras, y retratos de familias y de mobiliarios que terca, obstinadamente las sobreviven sin acusar la ruina del tiempo o la fatiga del bronce.

No estaría mal tampoco verla trazada en unas palabras suyas, que escamoteadas para este otro espacio de afecto y respeto por su obra, de alguna manera le vienen bien a cierta apreciación que tengo de su condición creadora:

“Buscadora de líquenes

predice cuando va a llover

se adelanta a su trabajo en el mundo

palpando los ojos

auscultando la madera”.

El suyo, además de una vocación por crear suturas a las palabras rotas en la guerra de los significados, es un noble oficio de pastoreo del tiempo, una decidida acción para correr  o vadear fronteras, una forma de salir de casa a tocar la lejanía y atraerla desde sus propias melodías al blanco del papel.

Lentini hace de puente o de bisagra entre las puertas que dejan pasar sin aduanas el pasado al presente, o un futuro entrevisto por una niña que las deja entreabiertas como crisálidas. Todo el material de su vigilia le sirve para establecer desde un debande de certezas que se hacen preguntas, los mundos que nos rodean y que no siempre, acosados por un tiempo enajenado, logramos ver.

Quizá, me digo, esto que busca y que encuentra la autora catalana en su búsqueda de sí, en la traducción de sí misma, sea lo que Herbert Read, un hombre empecinado en “ayudar a ver” y a leer no solo con los ojos las formas de cualquier arte, llamara de manera inquietante “los símbolos de lo desconocido”.

Lentini Rosa, Poesía Reunida (2014-1994). Animal Sospechoso Editor, Barcelona 2015.


Más artículos de Juan Manuel Roca aquí.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

2 comentarios sobre “Rosa Lentini, palabra que sutura. Por Juan Manuel Roca

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