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Por: Jose Hoyos
Por el tipo de letra se puede conocer el carácter de las personas. Hay una disciplina que estudia eso. Los grafólogos tienen mucho de psicólogos. La inclinación, la terminación de las letras, la fuerza con que se asienta el lápiz, los vínculos o espacios entre ellas, todo eso es más revelador que un test de personalidad. La letra delata quién es uno. Mi amiga Martha trabaja en un restaurante. Cuando apunta los pedidos se pueden ver sus letras claras y derechitas. Usa el lápiz recto y uniforme, como se lo enseñaron en la escuela. En la forma como escribe imprime la fuerza de la obediencia. No es para menos: no conozco mujer más obediente y abnegada que ella, obedece a su mamá, al novio, al profesor, al jefe, a Dios, a todos. Sus aspiraciones son las de ellos. Le encuentro cierta vocación de empleada del servicio, cosa que no es mala si eso la hace sentir plena. Pasa la información tal cual se la entregaron, igual que –imagino– llevaba las líneas de las vocales tal y como se lo indicaba el profesor allá en el kínder. Por esporádicos arrebatos en la mayúscula inicial, asumo que tiene cierta capacidad de iniciativa, pero enseguida aparece una letra gregaria tras otra que le ahuyentan el criterio y la independencia.
Hago una relación tal vez arbitraria, pero no creo que esté del todo lejos de la realidad. Eso de asociar el carácter a la caligrafía de las personas puede dar lugar a prejuicios, o a certezas. El doctor Henry Jekill solía inclinar su letra a la derecha cuando era él quien escribía, y a la izquierda cuando lo hacía su otro yo, el señor Hyde, el siniestro. Conozco a la mujer más inteligente y admirable del mundo, se llama Paula y tiene una letra rápida, segura y sin miramientos. No pule la belleza porque le sale pura, es la certeza absoluta, el dominio, el acierto. Esos que escriben con todas las letras unidas y de idéntico tamaño me parecen la gente más segura y asertiva, saben para dónde van y cómo van a llegar hasta allá. Así sus objetivos de vida vayan de lo más fútil a lo más sublime, la tienen clara. A muchos los adivino haciendo la tarea juiciosos cuando eran niños y yendo a la escuela en total tranquilidad de la mano de un adulto que a su vez era todo un modelo de conducta. Puedo verlos acatando normas y obedeciendo al catecismo. Siempre fui justo lo contrario.
Imagino una personalidad romántica y dulzona en las “O” todas redonditas y en las “M” que parecen un corazón. Son hechas por mujeres que dejan una estela de ternura por donde pasan. Las letras de terminación indiferente, aviesas y retorcidas, que maltratan el papel igual que un buldócer la tierra, dejan ver una actitud agria ante la vida. Así era la letra de mi profesora Irma, reseca, como sus días. Todas las personas a las que les observo la caligrafía tienen un estilo definido y constante. Es mi envidia porque es mi carencia. Tengo una letra irregular, desigual, sin acabados, insegura. Es inclinada hacia adelante, como un borracho a punto de irse de narices. Ya no recuerdo cuándo fue que empecé a escribir en mayúscula sostenida; en el colegio mi letra era igual de fea pero minúscula. Ahí están los altibajos de mi tambaleante personalidad. Las mayúsculas demuestran una aspiración elevada. Tengo tantos problemas con mi letra como con mi identidad, bueno, hablo de mis actitudes a la hora de relacionarme con los demás, porque adentro en mi sangre la tengo bien clara. A veces hago unas “R” perfectas, elegantes bailarinas de tango que recogen una pierna y estiran la otra. Otras veces son fierros torcidos inentendibles. Sigo sin poder con el palito intermedio de la “E” de corrido, como aspiro. Es como si quisiera escribir una prosa limpia y potente pero me toca conformarme con esto. Ni se diga el trabajo que me cuesta darle redondez a la “O”, me queda como un mango mordido.
Y con los números parezco escribiendo chino avanzado. Hace días vengo tratando de mejorarlos. El problema con el uno es que me sale más diagonal de lo que quiero. El dos me queda como una zeta aperezada. Del tres no quiero hablar, es un caso perdido. Ojalá pudiera maquillarle al cuatro ese aire de nueve. Ah, ninguno se desliza tan fácil como el cinco. El seis me queda como una nariz perfilada. Admiro esos sietes rápidos hechos con un elegante movimiento de esgrimista. El ocho que hago pierde fuerza en la última curva, y se queda varado a mitad de camino. Y la bola y el palo del nueve parecen un matrimonio muy viejo: cada uno por su lado.
Ya podrán imaginarse cómo me queda una página escrita a mano: un pogo, un arrume de cangrejos, una ortodoncia brutal, unos huevos revueltos de afán, el dibujo de un encuentro a bolillo entre manifestantes y policía. Cuando joven, la gente ya tiene una letra definida, yo estoy en la adultez y sigo buscando. Mi letra es como soy, un signo de interrogación, una maraña de inconsistencias, una suma de altibajos.
José Hoyos, @nocondice
Vivo algo parecido, siempre supe muy al fondo que algo no estaba bien dentro de mi, pero ala vez ignoraba eso decía me preguntaba porque si yo estoy bien tengo todo a mi lado gracias a Dios pero ahora veo mi cuaderno y mejor prueba no puedo tener en mis manos de mi inestabilidad en la vida o en mi personalidad
Pareciera que en esa hoja escribieron personas diferentes
Nunca he tenido una letra definida aveces la hago grande, otras veces utilizó cursiva y así no termino de escribir dos renglones cuando al siguiente punto ya cambie mi letra
por dios nunca pensé que encontraría a alguien con el mismo problema que yo. pero eso me paso hasta los 15 años mas o menos. hasta antes de eso es como decís vos, es como que escribieron personas diferente en la misma hoja. sobre todo en la primaria, era un mar de caligrafías diferentes. hoy en día puedo tener una forma de letra estable digamos
Lo mejor que leí.
La verdad yo no tengo una letra definida, en todos los cuadernos del colegio tengo una letra diferente y la verdad ahora que lo pienso, si es muy cierto que soy muy indecisa un poco insegura con ganas de hacer algo por mi pero aún siguiendo las reglas y mandatos de mamá.
Exelente texto.
Gracias.