Morir en la víspera de Año Nuevo – José Asunción Silva

José Asunción Silva viajó a París en 1884, una ciudad que fue definitiva en su formación y en su sensibilidad. Este relato tomado de su novela «De Sobremesa» está inspirado posiblemente en la noche del 31 de diciembre de ese año en La Ciudad Luz, aunque sabemos que desde allí viajó a Londres y a Suiza. Regresa a Colombia en 1885, 11 años antes del trágico disparo.

José Asunción Silva
Foto: casadepoesiasilva.com.

 

José Asunción Silva

Eran las doce menos veinte minutos cuando salí al boulevard y me confundí con el río humano que por él circulaba. El aspecto de las barracas de año nuevo, negras sobre la blancura de la nieve, de las ventanas de los restaurantes, rojizas por la luz que se filtraba por los despulidos vidrios y las transparentes cortinillas, los esqueletos descarnados de los árboles, que alzaban las desmedradas ramas hacia el cielo plomizo y bajo, la misma animación de la multitud, ruidosa y alegre, aumentaron la horrible impresión que me dominaba. Caminé durante un cuarto de hora con paso bastante firme y me detuve un instante cerca de un pico de gas, cuya llama ardía en la oscuridad nocturna como una mariposa de fuego… ¿Cartas transparentes?, me dijo un muchacho, que guardó el obsceno paquete al volverlo a mirar.

La luz de las ventanas de una tienda de bronces me atrajo, y caminando despacio, porque sentía que las fuerzas me abandonaban, fui a pararme frente a una de ellas. En el momento mismo en que vi el reloj de mármol negro con su muestra de alabastro y volante montado por fuera, colgando de la mano de una figura de bronce, sostenido por un hilo de metal dorado, comprendí a qué se refería la angustia horrible que había venido sintiendo en los días y en las noches anteriores: ¡Ah, indudablemente era el terror irrazonado, siniestro y lúgubre del año que iba a comenzar!

Faltaban cinco minutos para las doce. El puntero de oro avanzaba sobre la muestra de alabastro. El volante iba y venía: tic tac, tic tac, tic tac; un libro luminoso sobre el fondo sombrío: tic tac, tic tac, tic tac. Los dos espejos laterales de la ventana, al copiarse, reflejaban con un tinte verdoso de cadáver descompuesto mi fisionomía horriblemente desfigurada y pálida, el perfil adelgazado por el sufrimiento de los días anteriores y la maraña de la descuidada barba. Me pareció que estaba preso entre dos muros de vidrio y que jamás podría salir de allí. El volante iba venía: tic tac, tic tac, tic tac, y cada oscilación marcaba un grado más de angustia, de terror y de desesperación en mi alma. Rígido el cuerpo, crispados los nervios, exacerbados los sentidos, el murmullo del río humano que corría a mis espaldas se cambió para mis oídos alucinados en un sollozo infinito que iba a perderse en aquellos nubarrones plomizos y grises que encapotaban el cielo. Tic tac, tic tac, tic tac. El volante iba y venía sobre el fondo oscuro de la ventana. A cada segundo que pasaba lo sobrenatural se acercaba más y más para aparecérseme en el fondo del abismo de sombra que se abría tras de la muestra de alabastro al sonar la hora del año nuevo. La hora se acercaba. Tic tac, tic tac… Quise huir para no ver aquello, y las piernas no obedecieron al impulso de la voluntad. Un frío mortal me subió desde los pies hasta la nuca. En la pesadilla sin nombre en que se deshacía mi ser, vi avanzarse hasta mí el reloj de mármol negro, como un ser viviente, y aterrado caminé para atrás cuatro pasos. Los doce golpes sonaron en mis oídos lentamente, gravemente, cubriendo todos los rumores de la calle con un ruido ensordecedor, metálico y fino de campanas de oro. Confundidos los punteros en uno solo para marcar la hora trágica del horror supremo, el volante se detuvo, inmóvil, como obedeciendo a un mandato invisible. Espesa niebla flotó ante mis ojos, una neuralgia violenta me atravesó la cabeza de sien a sien, como un rayo de dolor, y caí desplomado sobre el hielo.

Cuando volví en mí estaba en mi cuarto, vestido, con la camisa abierta, acostado en el lecho. Marinoni estaba allí cerca, y Francisco rezaba, arrodillado, las oraciones de los agonizantes. Sobre la mesa cerca a mi lecho ardía un cirio al pie de un Cristo. La luz tétrica de la madrugada se filtraba por los calados de los balcones.


Fragmento de De Sobremesa (José Asunción Silva, Poesía y Prosa, Editorial Printer Colombiana, Bogotá, 1984).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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