
Por: Antoine Skuld
Nada esconde tanto como lo que revela… Jacques Lacan.
Archivos X es una serie de culto. No sólo sus fans se cuentan por millones en el mundo, sino que se aproximan a la serie con una especial sensibilidad. Si se realiza la experiencia de acceder a alguna de las muchas páginas dedicadas a la creación de Chris Carter en Internet, se observará que sus seguidores valoran por igual los rasgos intrínsecos de la serie (su historicidad, las referencias entre sus personajes, la evolución de las tramas que exceden el desarrollo episódico) y los elementos estéticos y culturales. La solvencia y solidez del guión, la adecuación y ejecución de las piezas musicales, la escenografía y ambientación o la interpretación de los actores, es tan apreciada como las referencias cultas o los homenajes a la tradición literaria o cinematográfica. Lo que pretendo en esta charla es analizar uno de los factores, que a mi juicio, contribuyen decididamente a este éxito mundial de la serie. Creo que una de las razones fundamentales del éxito de Archivos X es que representa, en su entramado diegético, la matriz estructural de la cultura de la información, incluyendo en esta representación la propia posición del espectador.
Información vs. Revelación.
Una revelación necesita de un sujeto que la reciba porque proviene de lo no-idéntico, porque implica el ciframiento de un saber humano desde algo que le es heterogéneo. Dios o la Naturaleza necesitan del profeta o del científico para transmitir su saber a la humanidad. La ciencia, por lo tanto, no excluyó, en sí misma, la revelación como modalidad de transmisión del saber. Al menos, en principio. La sometió, eso sí, a los estrictos controles de la razón. Es Emanuelle Kant quien, probablemente, expresa mejor esta distinción al reservar el término “Entendimiento para la facultad de conocer aplicada a la Naturaleza” y el de “Razón para la facultad de desear aplicada a la Libertad” (Crítica del Juicio). Pese al silencio de Dios que la ciencia exige, ese conocimiento de lo Otro respecto a lo humano a través del Entendimiento puede avenirse perfectamente al término revelación en cuanto exige un sujeto que lo cifre. De revelación en toda regla, puede ser utilizado el descubrimiento de la orografía lunar por Galileo a través de la observación telescópica. Porque la revelación implica que en el conocimiento de lo concreto, de cada fenómeno, se pone en juego la estructura íntegra del ser, la visión del mundo que a su percepción se vincula.
Probablemente, el siglo XIX fue el último período de la historia en que la revelación pudo ser una forma de incardinación del saber en la cultura. La economía distributiva de los saberes que estableció el positivismo todavía se avenía a este régimen que crea la necesidad de un sujeto que lo reciba y sostenga para que un saber sea operativo y transmisible. Al amparo de este florecimiento científico, el siglo pasado alumbró el nacimiento de la fotografía:
El reconocimiento de la facultad registradora de la cámara vino acompañado de la aguda conciencia de su capacidad de revelación. Gay-Lussac insistió en que ningún detalle, ni siquiera los más imperceptibles, podía escapar al ojo y pincel de este nuevo pintor. Ya en 1839 un cronista del Star neoyorquino observaba admirado que, vistas a través de una lente de aumento, las fotografías mostraban minucias que el ojo, por sí mismo, jamás habría descubierto. (Teoría del cine de Siegfried Kracauer).
La información, como estructura distributiva del saber, es antagónica de la revelación. Porque en la información el ser no está en juego. Pensemos, por ejemplo en un artefacto cosmonáutico enviado a explorar un cuerpo celeste cualquiera. No parte dispuesto a descubrir, sino a comprobar o verificar. Que haya agua o no en la Luna o Marte no constituye una revelación como la que supuso comprobar que los cuerpos celestes eran homogéneos a éste que constituye nuestro hábitat y que, desde ese momento, había que considerar integrado en la misma serie, sino una disyuntiva más o menos equiprobable entre dos alternativas. Eso es información. Descubrir quién cometió un crimen puede ser revelador: la narrativa policíaca clásica apostó por ello. Dilucidar si fulano lo cometió o no, es información. Si fulano tiene una relevancia pública previa (llámese Bill Clinton, por ejemplo) es, además, espectáculo. Pero, si no la tiene, no es que el saber pase a pertenecer a otra modalidad, es que la información tiende a 0, lo cual hace difícil la presunción de inocencia. En otras palabras, la ética que acompaña a la información como régimen del saber no puede ser sino la de la denuncia. Para nuestra cultura, la opinión pública, el saber de la mayoría, tiene carácter emancipador sin necesidad de más mediciones.
La otra diferencia que se puede establecer entre revelación e información, correlativa a la ya expuesta, tiene que ver con la actual cultura mediática, en donde el saber aparece como autónomo y no necesita de un sujeto para ser operativo, para ser propiamente saber. El denunciante no revela el saber, que ya existía, sino que lo pone a disposición del público. Desde que la vanguardia histórica, la industria y el mercado, cada uno por su parte, sometieron a programa al arte y a la ciencia, comenzó un proceso que hizo aparecer al saber siempre, desde su origen, como homogéneo a lo humano. No hay lugar a un vértigo del entendimiento en la vida cotidiana. La propia estructura de la materia sostiene al signo sea éste la etiqueta con la composición de un producto cualquiera o un análisis de adn. Esta fusión de signo y referente tiene como consecuencia la prescindibilidad del sujeto, pero, también, su impotencia. De ella, nacen dos figuras claves del imaginario postmoderno: el Amo mentiroso y el profesional. Respecto al primero, fijémonos en lo que le cuesta a la opinión pública aceptar un culpable no relevante que no vaya precedido de una potente identidad. Ante un crimen nefando, la actualidad nos ofrece decenas de ejemplos de insatisfacción que produce la idea de que haya sido cometido por un criminal irrelevante. El amor que miente es la única explicación a la insuficiencia del saber para colmar las expectativas generadas por el componente espectacular de la información. El secreto, el saber no público, desintegra a la humanidad identificada con la opinión pública. De ahí, la figura del profesional. Este no es el profeta, no es el científico clásico, no es necesario para cifrar el saber sino para hacerlo operativo ante la demanda del particular: consumidor, cliente, usuario, paciente, votante, contribuyente…
Archivos X: La serie
¿Cuál es el origen de la transmisión social del fenómeno OVNI? Siempre, una foto borrosa, una foto cuya única función referencial es defectuosa y, por ello, es sospechosa de trucaje. Con una imagen así, comienza el genérico de Archivos X. Sobre esta supuesta foto del avistamiento de un OVNI, se realiza un zoom intrafotográfico. Una serie de fotos, semejante a la que produciría un fusil, tomadas de forma cada vez más cercana. Se trata de una película aficionada procesada (detenida, congelada) por medios digitales. Sobreimpreso y casi ilegible, el video ha de procurar una sobrecongelación para descifrarlo, el rótulo “FBI Photo Interpretation”. Vemos la imagen descomponerse y desestructurarse. La cercanía, al fin, la disuelve en pixeles. El carácter indéxico, de huella, de la foto queda indecidible: lo imaginario aparece como límite para lo real.
Tras ello vemos la placa de Mulder y una serie de organismos extraños (¿microscópicos, vegetales, animales?). Sobre ellos, se imprime el rótulo “paranormal activity”, y después, perfectamente integrado en esta prediégesis: “Government denies knowledge”. Foto del aura de una silueta, placa de Scully y una secuencia entrecortada, de instantáneas sucesivas, de la irrupción de ambos en un lugar tras abrir una puerta. Van armados y con una linterna; su mirada está claramente focalizada hacia fuera de campo. Aparece un Gran ojo, que llena toda la pantalla seccionado por el rótulo: “Created by Chris Carter”. El procedimiento tiene su linaje: de Buñuel a Hitchcock, de El perro andaluz a Vértigo o llamada también y mejor De entre los muertos. Pero aquí, no se utiliza para explicitar el dominio de un director sobre lo que ofrece a la mirada, como en sus ilustres predecesores; más bien, al contrario, se está señalando la legibilidad inmaculada de lo real, la prescindibilidad de cualquier intermediación subjetiva (simbólica) entre el ojo y el objeto. Todo ello queda ratificado por la impresión, sobre una secuencia acelerada del firmamento, del auténtico lema de la serie: “The truth is out there”. El gobierno niega todo conocimiento sobre una (la) verdad que está, ontológicamente disponible, ahí afuera: el paradigma informativo está dispuesto.
¿Qué son Los archivos X? Casos del FBI que no se han podido resolver. Esto es, de lo que no se han hallado al culpable (principio de identidad) ni encontrado explicación o móvil (principio de razón suficiente). En definitiva, despojos policíacos. Pero hay algo que se pierde en la traducción al castellano. La palabra file en inglés presenta una gran variedad polisémica: significa también archivo, fichero, y es el término básico utilizado en informática para designar una unidad coherente de representación de la información. Veremos, pues, que en ella se funden elementos tanto del imaginario informático como del biológico.
Los episodios se dividen en dos subseries que el espectador habitual distingue rápidamente. Por un lado, aquellos que se ocupan de fenómenos paranormales concretos y aislados, que se cierran en sí mismos y concluyen. Por otro, los concernientes a la gran Conspiración para ocultar las abducciones de ciudadanos y, en general, la existencia de vida extraterrestre. Estos últimos son los que le proporcionan la estructura serial y le otorgan la historicidad y continuidad necesarias.
Un comentario sobre “La información de los Archivos X: entre la filosofía, la literatura y el cine”