Imagen: Rubén Pérez Planillo
En más de una ocasión he oído decir que debemos irnos del mundo con lo mismo que llegamos. Imagino que se refieren a las posesiones. Creo que lo que quieren decir es que quieren irse de este mundo sin deudas, si es que esto cabe cuando la deuda con quien nos pare es inmortal. Como sea, las veces que me he ido de este mundo lo he hecho adeudando la vida entera. Le debo siempre a los poetas que me escriben a medida que los leo, a los viejos que me cuentan sus historias sin permiso ni vergüenza, a las horas que utilicé escribiendo, a la tecnología, al fuego.
Tomé una hoja casi en blanco y me dispuse a enumerar las cosas que me sobraban. La sorpresa no se hizo esperar al final que jamás llegó. Me bastaron un par de palabras para saber que me sobraba todo, que para vivir lo único que necesitaba era comer y no quitarle la comida a otro, vivir en el mundo que es de todos y no en el de pocos. Así que, renovado, me despojé de todo y salí a caminar por el mundo, mi mundo. En la esquina un niño me preguntó sobre mi conducta y le expliqué. Imitándome, se desnudó y me siguió calle abajo hasta la autopista principal en donde, luego de varias paradas y pedradas, ya éramos muchos libres viviendo nuestro propio mundo. Así continuamos hasta que fuimos todos los demás y morí de nuevo.
En más de una ocasión he oído decir que debemos irnos del mundo con lo mismo que llegamos. Imagino que se refieren a las preguntas, pero si me fuera hoy, ya mismo, me iría con esta fila interminable de seguidores que no saben de dónde vienen. Y sin respuestas, como nací.