Por: Camilo Alzate
“Había que descontársela al ciclismo, porque el ciclismo necesitaba a Pantani, y no al revés” Manuela Ronchi, Un hombre en fuga.
Quiero creer que alguien definió al ciclismo como la epopeya contemporánea. Los corredores sufriendo sobre la bicicleta personifican aquel heroísmo supremo en un siglo cuya seña más bien es el desmoronamiento y la impugnación de toda figura heroica. En una época sin mitos, la radio, las gacetas deportivas y el voz a voz engrandecían las hazañas de Federico Martín Bahamontes y Ocaña, de Coppi y Bartali, de Anquetil, Gaul y Kobletz, de Ramón Hoyos, Cochise y Lucho Herrera.
Quiero creer que con la pasión y la aventura persiguiéndolo, con la envidia, la traición y la venganza a rueda, al ciclismo sólo le faltaba oler a muerte para que sus héroes fueran personajes totales, compendios del dilema humano. Quiero creerlo porque hay una víctima: Marco Pantani.
“Un hombre en fuga. Gloria y tragedia de Marco Pantani” es una versión personal de Manuela Ronchi y Gianfranco Josti centrada en los últimos años del corredor italiano. La traducción española, hermoso ejemplar al cuidado de la editorial Cultura Ciclista, trae una portada legendaria: la arriesgada salida cruzando el Galibier, un ataque demoledor que valdría la victoria del Tour de Francia de 1998 para Marco, “El Pirata”, como le apodaban cariñosamente sus fans.
Manuela Ronchi, quien fuera manager, amiga y confidente de Pantani, traza un recuento de la vida del ciclista donde se advierte el propósito evidente de exculpar al corredor por las acusaciones de dopaje que le arrebataron el triunfo en el Giro de Italia de 1999. Ronchi insinúa la teoría de que existió un complot para despojar al Pirata del título castigándolo por su irreverencia hacia las jerarquías de la Unión Ciclista Internacional. Este suceso dramático ocurre en la apoteosis de una carrera brillante, realzando el sino trágico de este hombre; Pantani es de lejos el mejor escalador de su generación, acaba de ganar un año antes el Tour y el Giro, siempre es protagonista espectacular en las etapas de montaña de las grandes vueltas y millones de aficionados le prodigan una devoción que Italia no veía desde los tiempos de Fausto Coppi.
Pero una vez humillado en el Giro de 1999, la prensa vuelve aquel asunto comidilla diaria, dedos acusadores lanzan señalamientos por doquier. Pantani, un muchacho introvertido, tímido e inmaduro, no soporta tanta presión. Jamás se repondrá del golpe, encerrándose en una caída vertiginosa y autodestructiva. La relación con su novia se deteriora. Los roces con el equipo son tensos. Marco siente que nadie cree en su inocencia y busca refugio aislándose. Un día escribe, pensando en sus compañeros de competencia que abusan de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento: “soy el único de todos vosotros que he aprendido a drogarme no para ganar, sino para perder” (pág. 127). En efecto, Marco adquiere una fuerte adicción a la cocaína que primero le cuesta su carrera, al final le costará la vida en circunstancias todavía confusas.
La cercanía y dependencia con Manuela Ronchi sucede básicamente durante los últimos cinco años de caída y decadencia. De esta forma el foco de la narración es acaparado por aquel periodo, abundando en detalles del tejemaneje económico del equipo Mercatone Uno y las continuas presiones que recibía el corredor, como si Manuela Ronchi quisiera justificar su papel en aquellos años difíciles. No sólo desea exculpar a Pantani, desea además exculparse a sí misma de responsabilidades en esa debacle. Centrándose en el decepcionante ocaso de Pantani, Ronchi, pero sobre todo Gianfranco Josti que es periodista deportivo y coautor del libro, desaprovecharon todos los episodios espectaculares de la trayectoria del deportista, con los que hay de sobra para una gesta emocionante. Las victorias grandiosas en el Tour y el Giro ocupan tan sólo unos pocos párrafos. En cambio los continuos altibajos en el estado de ánimo de Marco se suceden a lo largo de doscientas páginas junto a muchos datos inocuos de las tantas negociaciones frustradas con patrocinadores, directores y técnicos.
No obstante, la biografía permite asomarse a la personalidad del carismático Pantani, a veces excesivamente ingenuo y generoso, otras egoísta, paranoico y agresivo. Aquellas escenas de conmovedor tono emocional dejan observar al humano vulnerable, de una fragilidad increíble que contrasta con ese corsario de la carretera que se hizo amar por los italianos. Quizá esta no sea una buena biografía del Pirata. Quizá no escarbe el misterio irresuelto de su muerte, pero logra trazar la clave del hundimiento del ídolo gracias al testimonio imprescindible de Manuela Ronchi. Quizá falte riqueza narrativa, arriesgarse a novelar la historia de un personaje que da para tanto, entregarle más la voz a los escritos caóticos y depresivos que fueron hallados en la habitación de Marco, atreverse a contarlo con el convencimiento de que la vida y muerte de este hombre alcanzaban para una obra maestra sobre el amor, la inocencia, la tenacidad y el abatimiento, en lugar de limitar el libro a una larga sucesión de anécdotas y hechos puntuales donde la figura de Manuela Ronchi ocupa tanto o más espacio que la del verdadero protagonista. En tal sentido, Pantani sigue siendo una incógnita: su psicología apenas se transparenta en la versión más benévola, es decir, en relación con su cómplice y confidente.
Quiero creer que Marco Pantani era el último exponente del ciclismo épico, entusiasmando las multitudes por su valentía al romper la carrera con aceleraciones imposibles en las etapas más duras de montaña, de los pocos que se atrevieron a irrespetar la tiranía de Lance Armstrong dentro del pelotón, mientras el doping y los avances tecnológicos le quitaban al ciclismo su aura legendaria. Quiero creer que era El Pirata, un héroe que nació en la época equivocada, cuando ya su deporte naufragaba entre grandes desilusiones.
“Un hombre en fuga”. Manuela Ronchi y Gianfranco Josti, Cultura Ciclista, Tarragona, 2015.
Al margen de cuál es la verdad deportiva, siempre hay héroes a quienes al no poder derrotar en lucha leal se procura derrotar con intrigas atacando su parte más noble y más débil, su humanidad.
El debate sobre si Marco incurrió en el doping es, a mi juicio, irrelevante en un contexto donde todos los corredores lo hacían. Lo dramático de su historia es el hundimiento de un deportista de esos que sólo se ven cada 20 años. Para encontrar un monstruo que trepara cuesta arriba como Pantani habría que devolverse a Charly Gaul, a Van Impe o al Lucho Herrera de los años 80. La historia de Marco es trágica porque es uno de los talentos más brillantes de su generación, destruido no en la carretera sino en la prensa, las negociaciones entre marcas patrocinadoras, los chismes, las intrigas de la burocracia deportiva y la propia fragilidad emocional del personaje. Al final, los corredores resultan iguales a caballos que pueden sacrificarse en un hipódromo en bien de los apostadores. La de Pantani era una figura tan atractiva que lograba despertar la simpatía del público espontáneamente. No es casual que haya media docena de biografías sobre él y que hasta hace poco todavía la fiscalía italiana reabriera el caso de su muerte.