Poemas de Felipe Rendón

En la foto: Salvador Dalí.

Felipe Rendón * se define como «un atrevido lector que se divierte jugando a la Rayuela, con palabras inventadas por otros y refugiadas en la eternidad del ritmo clandestino». Lo conocimos en Manizales, su tierra natal, a finales de 2011, desde entonces su palabra nos ha parecido reveladora, libre, sin perder su sencillez ni su profundidad al mismo tiempo. Lo conocimos en Manizales, desde entonces nos lo hemos seguido encontrando en la poesía, en el teatro, en la literatura. Hoy nos complace presentar la magia de ese encuentro a través de una amplia selección poética que prueba cómo lo fortuito tiene un ritmo perdurable.

***

PASA

 

Pasa a veces,
algunas recurrentes,
otras en lo absoluto.
Pasa no tantas,
las que repelen al pasar,
las migas del forastero.
Pasa y pasa,
de la piedra a la nube,
con todo, sin mucho.
Pasa que no pasa,
algo,
pasa,
¿qué les pasa?
Pasa que se integró,
ínfimo,
relleno de alquitrán,
músculos henchidos,
vasos a nunca acabar.
Pasa que se cansa,
disminuye al otro que ya no cae,
lo anula, arrepiente,
pinta de boca en boca,
los ganchos y las fieras,
La Dulce, lo mío.
Pasan,
dispuestos,
penitentes,
pasan y pasean sobre el mar,
del paso que a los dolidos
les precipita el pasar.

 

 

ES UNA CASA
(de: Labores Domésticas, inédito)

Es una casa y tres dientes.
El vestido sangrando y bajo la costura,
Un pedazo de hilo suelto.
La mujer colgando de la cabellera,
El hígado hecho pedazos
En las corrientes del precipicio.
Así se escucho en todas partes,
Gota a gota por cada paso en la escalera,
Llenando las alfombras recién lavadas,
Aun con el hedor de la legía.
Atravesaron las ventanas,
Reconstruyeron los vidrios y
Arremetieron al tiempo.
Hacia adentro,
Hasta el principio del sótano,
Mezclando la ropa sucia
Pasada por días de descanso.
Es una casa de periodos muertos,
Con pasos pegajosos y teteras relucientes.
Es una casa.

 

 

SOLAR
(de: Labores Domésticas, inédito)

No te equivocas, mujer.
Clavada como mano exacta,
maciza, asta que construyó
Ladrillo a ladrillo el domestico preciso.
Ahora, mano ferviente en tierra,
Succionando el negro,
Construyendo el agujero.
Mujer, nunca te equivocas.
Es inútil escalar el muro,
el jardín está derruido.
El metal ha hecho lo suyo.
Madera recta, empalizada, hierro fundido,
Infiernos.
En esta casa, donde siempre está,
camina en todas partes,
Ayer en ninguno,
hoy: en el jardín.

 

 

EXHALACIÓN
(de: Palabras Sordas)

Es la mano fundante,
silente, haciendo la travesía.
Es el turno de la noche que no puede alucinar.
Es ella,
quietud que entra por el portón,
diluvios de carcajada.
Es éste,
temor de mil, ése que fue,
él, calculando el lapso,
impidiendo que gane un tercio.
Es él,
temor del miedo que apodera de a poco
todas las cosas y seres próximos.
Es ella, es lodo:
trenes que vienen a permutarme.
Ellos,
cabalgando incesantes,
perdiendo tus ojos dormidos,
imposibilitando la trasfusión.
Estos,
distrayendo la certeza,
impidiendo el mutismo final.

 

 

INCERTIDUMBRE

(de: Palabras Sordas)

Hace un tiempo,
los momentos se dilatan de tal forma
que llegan a sentirme indiferentes,
como si sus cuerpos extrajeran de otras partes,
de otros seres.
No se agotan,
disfrutan ser de estos ajenos,
esos mismos míos.
Creen que las piernas no existen,
sienten la rareza de las miradas,
el influjo del fisgón.
El cuerpo roto desea piedad de otros,
pavor de sí mismo.
El cuerpo seccionado en mil pedazos:
gime, grita,
y no acudo a su anuncio.
Me embarga escuchando su voz,
le suplica y ahoga con toda piedad,
reclamando momentos que siguen retardándose,
hasta hacer del “pobre” una descomposición total.

 

 

X
(de: La Espera, inédito)

He perdido la capacidad de amar,
sólo veo almas muertas entre tanta carne esbelta,
figuras sofocantes que propician el performance del animal.
He extraviado esa vieja hazaña de dejarme conmover,
de estar en el precipicio por un poema de sangre,
por un germen de palabras inconexas
y suspiros recortados.
Esta vieja alma mía,
que se estremecía hasta el hastío,
ahora carece de cualquier síntoma de perplejidad,
ahora cuerpo tosco que se mece criminal.
me he transformado en un taimado y viril,
canalla y pícaro.
He disipado cualquier debilidad
y transito el mundo con dos rocas en mi pecho:
una falsa y otra ruin.
He perdido alguna sombra que aun permanecía.
He perdido el sueño y la vigilia,
la parte muerta y este cuerpo tibio.
He perdido esa extraña costumbre de amar
y el acero oprime la parte blanda de mi pecho.

 

 

XXXV
(de: La Espera, inédito)

A Canserbero.

Ya cansado de tanta adulación,
el poeta que canta a la luna las temibles rimas de verso tierno y viril,
sucumbe ante el delirio y mata por morir en la banalidad,
esa absurda cotidianidad como antes la nombrara.
Anhela con el tuétano que recubre sus recuerdos,
rogando rodearse de simples canciones del mañana,
canciones de voz tuerta y aliento desmembrado,
melodías fúnebres que cuentan el deseo del tiempo extraviado.

 


Felipe Rendón (Manizales, 1985). Apreciado lector: el señor Rendón, que funge ante ustedes como poeta, no es tal, debo reconocerlo, le he advertido, él no es más que un atrevido lector que se divierte jugando a la Rayuela, con palabras inventadas por otros y refugiadas en la eternidad del ritmo clandestino.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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