Dos cuentos cortos, rabiosos, de Juan de Dios Diosa

Ilustración de Ezetie King

 

Por: Juan de Dios Diosa*

 

Uno

Hay que verme. Soy de vitrina. ¡Ay, Diosa!, me digo, ¡ay, Diosa! ¿Cuándo será que al menos aprende a servirse unos espaguetis? Ya los aprendió a hacer, por lo menos se pueden comer sin tener que sacarse de las muelas los restos duros de la pasta cruda. Ahora, ¿cuándo los va a servir? ¿Cuánto tiempo le va a tomar aprender a servirlos? No es su culpa Diosa, prosigo, consolándome, usted no tiene las herramientas para servir los espaguetis: eso sin dos tenedores es muy difícil, qué más quiere. ¡Pero por qué los sirve con cuchara!, me reprocho, y me respondo: porque no me los puedo comer en la olla y tengo un solo e inservible tenedor, yo, que no como tajadas de nada como para ensartarlas en este casi tridente, casi estúpido, casi utensilio. Pero que sí como mucho espagueti, debería tener dos  tenedores para manejar los espaguetis menos mal. Servirlos de manera que sean apetecibles. Los envuelvo en el tenedor y con la cuchara los voy alzando, despacio, con delicadeza, sobre todo en la mano donde tengo la cuchara, que suele variar,  para no irlos a romper; no hay nada más incómodo que  comer espaguetis recortados, de esos que no alcanzan a dar ni media vuelta en el tenedor y uno termina medio sosteniéndolos con un dedo como con repugnancia, como si el dedo de uno portara una enfermedad letal.  Hay que ver cómo quedan en el plato, desparramados y disparejos. Los sirvo, me lamento, pongo el aguacate a un lado, para motivarme, el arroz mazacotudo al otro, como quien no quiere la cosa, y me mando una cucharadita de arroz a la boca y ay, Diosa, ¡ay, Diosa, por dios bendito!,  pedazo de pánfilo, díscolo idiota, se le olvidó ponerle sal. Dios mío, qué se puede esperar. No voy a encontrar el ojo ni a escribir algo es pero nunca.

Dos

De modo sigiloso me dirijo hasta la nevera para auscultarla. Cuando no estoy dormido o no estoy pensando en comer, estoy pensando en leer. Cuando no pienso en lo uno ni lo otro, estoy durmiendo. La nevera me atropelló los sueños  con un quesito que me trajeron ayer de Santa Rosa. Abro la puerta, es de madrugada, veo el queso en lo que parece una bolsa. Lo saco. Lo ubico en el poyo.  Está en un plato pando. No sé cómo el agua del queso se sale de la bolsa, lo cierto es que el plato tiene agua de queso al fondo. Me aseguro de no hacer regueros. Enciendo la luz de la cocina, busco un trapo seco. Lo pongo al lado del plato. Levanto la bolsa, la seco por debajo. Trato de deshacer el nudo de la bolsa, está demasiado ajustado, no soporto, y le meto los dientes con algo de ira, la rasgo, me pregunto, por qué envuelven eso como si se fuera de viaje a la luna, como si fueran desechos tóxicos, qué les pasa a los que venden, a todos los que venden comida, parece que estuvieran en una puta competencia de nudos ciegos. Cuando creo llegar al queso, otra bolsa lo envuelve. ¡Vida deshilvanada!, por qué será que se mete conmigo, sabiendo cómo soy, qué es, ¿una prueba? ¿Será que apostaron en contra mía? ¿Será que estoy en un puto reality y no me he dado cuenta? No más. Grito. Rasgo la otra y tiene una más: ¡no, pues, qué hacemos con el queso ruso!, le digo al queso. ¡Santa Rosa esconde armas nucleares, hay que avisar al pentágono!, uy, uy, qué miedo.  Cuando por fin llego al queso, me saco un pedazo tan grande, que me digo, ¡Diosa!, no, espere, calma, ya pasó, ya se fue la ira, coma poquito. Lo parto a la mitad y me parece poco. Busco, con la mano en la que tengo el pedazo más pequeño, el que me iba a comer, un plato para poner el queso que estoy destrozando. Agarro el plato y se me lisa el queso, va a dar al piso, al lado del bote de la basura. Levanto la cara al techo con los ojos cerrados. Le doy una patada a la nevera, se me hinchan un dedo y las pelotas. Que coma mierda el culo: ¡ya no como nada! Apago la luz y le dejo el queso a las hormigas y a las cucarachas, la nevera se la dejo a la gata: bien pueda mamita cómase todo lo que quiera, cómase’se pollo que se está descongelando, hágale, no importa, mañana será otro día. Mañana me pagan, porque ya encontré el ojo.

 


 

 

*Nací en Pereira el 8 de enero de 1983. Tengo una hija de 12 años, estoy casado desde los 20. Soy, de modo esencial, chofer en Pereira (eso es ser como un peatón, pero apresurado e iracundo).

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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