Imagen: Jacinta Lluch Valero
Los poetas no son de este mundo aunque sean del reino vegetal, que, por cierto, no es de este mundo y sí lo es dependiendo de cómo o desde dónde lo veamos. Los poetas son de este mundo sólo cuando florecen o dan fruto, o cuando son flor o fruto, pero no siempre está el árbol florecido, como dirían los campesinos a la hora de sufrir.
Los poetas son más frutos que árboles, dice el hombre que me mira sin pestañear. Dice también que algunos, los más afortunados, son llevados en las tripas de los pájaros, transportados por kilómetros junto a piedras y granos de todo tipo hasta ser depositados en un lugar cualquiera, hasta ser sembrados de la manera más bella posible: sin intención de sembrar. Los poetas brotan de donde menos uno lo espera, continúa, hasta caen del cielo en medio de cualquier meditación matemática o física, o en medio de una ciudad lena de gente que oye a poetas de todo el mundo leer en voz alta, como si con eso, por arte de magia, convirtieran en frutos a sus oyentes, como si les hicieran salir raíces y todas las aves de la región vinieran a cantar posados en sus dedos. Los poetas, finaliza sin dejar de mirarme y sin dejar de no pestañear, aparecen de la nada, como los inventos y los descubrimientos.
Los poetas no son de este mundo porque son del reino vegetal, que es de este mundo sólo mientras florece o da fruto, o, peor aún, sólo mientras lo vemos florecer o lo comemos. O quizá sí lo son, y recorren nuestro cuerpo transformados en agua roja que nos recorre sin saber dónde va a ir a sembrarse o a cosecharse; lo son, tal vez, sólo mientras están dentro de nosotros, sus lectores.