El arte de la metamorfosis perpetua

Por: Juan Guillermo Ramírez

 

 

Considero que nuestro oficio es limitado, que el cine es un método para sacar a la superficie los acontecimientos que nunca podemos penetrar. Otar Iosseliani.

 

Si La caza de las mariposas (1992) nos habla de cine, no es con el propósito de una cinefilia, es más bien por su única materia visual y sonora, porque cada plano ha sido estudiado para que de allí surja una verdadera aparición. Como todas las apariciones del cine, son a la vez intangibles, inesperadas y familiares. Del simple hecho de estar presentes en la pantalla, la forma se acerca ante nosotros y somos quienes le damos existencia.

El encantamiento que produce La caza de las mariposas se contrata cuando se descubre un mundo, aquel que se ha dado, se ha inventado, en ese punto preciso donde la belleza se levanta, la felicidad que produce el poder ver, el contemplar en silencio, verlo todo, el cura con su abrigo negro y tomando vino tan temprano.

Porque el mundo que logra crear el realizador georgiano exiliado en Francia, Otar Iosseliani, tiene precisamente la unidad de los mundos, no existe ninguna elipsis que seccione un espacio y un tiempo organizado por los desplazamientos de sus personajes, sus costumbres y sus trayectos. Al filo de una puesta en cámara infinitamente elegante se construye un espacio habitado, un mundo que no existe mientras no haya alguien que lo habite, allí es en donde está la grandeza y su humanidad. Cuando los amigos llegan al condominio, se va a buscarlos a la estación, es necesario tomar la bicicleta para pasearse por la población, entrar a la cocina del castillo para lavarse las manos o tomar un pequeño vaso lleno de agua o de té. Con este ritmo, el menor gesto es dulce, porque existe una convivencia que surge alrededor de una taza de café.

Otar Iosseliani le reserva a los objetos la materialidad de los tiempos. Organiza

su fiesta melancólica en un espacio empleado por los objetos, retomando la expresión de Gilles Deleuze, un puro mosaico de estados presentes. Si este mundo de ancianas damas rusas, de polvo y recuerdos, de bruma y de invierno, este universo tentado por la nostalgia, que hace reír y soñar al mismo tiempo, encuentra su equilibro en el final, en la desaparición. El mundo de La caza de las mariposas es viejo, es de las antigüedades, de los anticuarios, que el progreso y la modernización los ha hecho desaparecer.

El pesimismo extremo que como una aureola cubre la película, se sustenta en la imposibilidad de transmisión. Los personajes coexisten pero no dejan de ser seres solitarios. Pero es al mismo tiempo una fiesta en la que se describe la posible desaparición. La orquesta simboliza un orden que no conduce a nada.

El mismo realizador afirma: Estoy seguro que los personajes, esas mujeres ancianas que parecen pertenecer a comienzos de este siglo, como ellas, existen todavía. Me contenté con hacerlas vivir en conjunto en un lugar imaginario. Es simplemente la intrusión en la historia de algunos extraños progresistas –los japoneses- que llegan a habitar un mundo armonioso y cerrado, según reglas ya caducas. Es un fenómeno que tuvo lugar en alguna provincia francesa. La película la hubiera podido realizar en algún lugar en Georgia, pero no hubiera podido construir la parábola “surrealista poética” pura. La caza de las mariposas es una frase que no tiene ninguna relación aparente con la historia y con su desarrollo, pero simboliza un fenómeno muy concreto. Las mariposas son algo tan frágil y tan pasado de moda. En nuestros días, los niños ya no se entusiasman por cazar mariposas. Así, hemos perdido en nuestra vida todo lo que hay de ‘mariposa’: las mariposas han sido atrapadas.

Nota: Otar Iosseliani abandonó su Georgia natal por primera vez en 1974 para presentar su película Había una vez un mirlo cantarín en el Festival de Cannes. Volvió en 1979 por una invitación de la Filmoteca francesa, pero no fue hasta principios de los años noventa cuando este extravagante e irónico cineasta se instala en Francia definitivamente, cuando la economía de su país ya no le ofrece la posibilidad de rodar, y cuando los productores franceses se interesan por su trabajo. Desde entonces resucita en la pantalla la Francia de sus sueños, donde se puede vivir en paz, saludándose, estrechándose la mano (…) donde se toma el tiempo de dedicar tiempo a los amigos, para vivir juntos el placer de no hacer nada, en películas indolentes como La caza de las mariposas (1992), Adiós tierra firme (1999) o Lunes por la mañana (2002).

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Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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