Por: Antoine Skuld
Para mi magnánima humeana.
El suicidio es en sí una pregunta, la decisiva y última y también primera de las preguntas. ¿Vale la vida la pena de ser vivida”
Albert Camus.
Una de las tentaciones favoritas de Albert Camus, era la práctica filosófica cartesiana. Allí encontraba puntos de partida valederos y radicales. En los dos libros de pensamiento ensayístico que lo hicieron conocer en el mundo entero, como son “El mito de Sísifo” (1942) y “El hombre rebelde” (1951), se observan una actitud análoga a la de René Descartes, una preocupación hacia la duda hiperbólica: ese medio que podría conducir al punto de Arquímedes.
Y como la filosofía de Albert Camus es moral, buscaba, como escándalo el conjunto de su trayecto, las conductas radicales, las conductas metafísicas que ponen en juego el fundamento de las cosas y de los valores. “El mito de Sísifo” tiene en su comienzo la pregunta del suicidio, “El hombre rebelde”, el del crimen.
En los dos casos, el punto de la certeza, la referencia suprema es la búsqueda de ciertas relaciones con la muerte.
En los dos casos, el punto de la certeza, la referencia suprema es la búsqueda de ciertas relaciones con la muerte. No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. La muerte, la suya propia o la del otro, es para Camus el único punto a partir del cual tiene lugar para evaluar la vida, la mía en el caso del suicidio, la del otro en el caso del crimen. Los valores de la moral naturalmente se derivan de estos dos aspectos, en los que el sujeto sabría encontrar una razón para vivir más que para morir.
De esta relación con la muerte, nosotros no decidimos. Comporta una dimensión que podría considerarse como estructural; es de principio pero se encarna en la historia según las formas y las figuras. Cada coyuntura vive su relación con la muerte según una pasión o un sentimiento determinado que la matiza o le da su metafísica. “El mito de Sísifo” comenta el sentimiento de lo absurdo, “El hombre rebelde quiere comprender la dialéctica de la rebeldía y de la revolución que, desde la Revolución Francesa y en particular, la del siglo XX, ha palpitado en el mundo entero.
Así, lo absurdo, destructor de toda moral, es él mismo el principio de una moral inmoral. En efecto, el hombre absurdo no puede, por principio,, salir. Y lo podría hacer sólo en provecho de una razón de existir que no sabría resistir el trastorno de lo absurdo. La duda cartesiana comprende en sí misma el principio de su transgresión: mientras la duda sea más radical, la certidumbre será más fuerte. Por el contrario, lo absurdo es una sombre que no se puede saltar sobre sí misma.
Pero hay dos consecuencias: lo absurdo va a conducir al rechazo de toda la filosofía en la medida en que una filosofía no es jamás una proposición de legitimación, una manera de invitarnos a “salir”, a “saltar”.
El hombre absurdo debe permanecer oscilando ante toda solución posible, así toda solución pueda ser demitida. Esa es la razón por la cual no se suicidará. El suicidio es, por lo tanto, una solución dimitida.
Mi gran amigo Jimmy Goz, me ha enviado este texto complementario sobre el poeta colombiano, “José Asunción Silva: poeta total y suicida”, para que lo comparta:
Es más lógico que un hombre se quite la vida por fracasos financieros que por amor o por decepciones de la vida. Es el suicidio un fantasma que ronda siendo el motivo que fuere: imparcial y oculto, sin rostro o como una enfermedad superior a un cáncer. Suicidio enemigo de las épocas y alucinación, relajamiento e ideas como malos pensamientos. En su novela de “Sobremesa”, Silva ya lo decía: Lo sublime ha huido de la tierra. La fe ciega que en su regazo de sombra les ofrecía una almohada donde descansar la cabeza a los cansados de la vida, ha desaparecido del universo. El ojo humano al aplicarlo al lente del microscopio que investiga lo infinitesimal y al lente del enorme telescopio que, vuelto hacia la altura, la revela el cielo, ha encontrado, arriba y abajo, en el átomo y en la inconmensurable nebulosa, una sola materia, sujeta a las mismas leyes que nada tiene que ver con la suerte de los humanos.
Entre correspondencia, análisis financieros, poemas y prosa, está el hombre, el poeta, como si Silva recorriera la carrera séptima, fuera a cine o se tomara una cerveza en algún sitio como el extinto ‘Automático’.
Su obra completa impresa en 1968, como si la protesta de la musa sea la redención del poeta, o Rafael Núñez sea el testigo de escribir poemas que llegan a su casa en la calle 14 con tercera. Es así que Silva prefiere la poesía antes que los bancos o las finanzas; París a sus pies mientras Anatole France lo invita a las orillas del Sena para decirle; poeta el siglo no se cansa, nos cansamos primero nosotros.
¡Silva se suicidó! Pistola en mano, sangre que unta los muebles, poesía esparcida y muchos en estos días; y lectores que aparecen incansablemente entre sus sonetos negros. Silva póstumo: un libro, una revista; alguien grabó sus poemas en un casete, Silva está presente en su poesía, futura cierra expresando: Un gran telón se va corriendo poco a poco/del pedestal alrededor,/y la estatua de Sancho Panza/ventripotente y bonachón,/perfila en contorno de bronce sobre el cielo ya sin color…
Sin dudar es hacer la invitación para retomarlo o tomarlo y entrar a un mundo nuevo que se hace necesario a través de su lectura.
Me pareció excelente esta relación en cuanto al suicidio y el crimen; donde la razón pareciera una solución instantánea que juega con la intemporalidad de un absurdo – que creo yo – falsamente se conoce. Recordé a Dostoievski en lo que respecta a la linea del crimen, no tanto a la del suicidio, ya que en cuestión a quitarse la vida, creo que poco a poco lo iba haciendo a través de las letras, quería exterminarse a si mismo y a toda aquella injusticia que volcaba en sus escritos; el hartazgo de una realidad en donde no impera un desquite de este «salto».
Saludos