Imagen: Javi Ruiz.
En mi vida ya es habitual que cuando menos lo espero suceda algo fantástico y que, aparte de no haber contado con ello, resulte en parte digno de ser contado a otro, ojalá de improviso para alcanzar a escapar antes de ser atacado por ser tan mal contador de historias, ojalá por escrito para salvarme de la mirada inquisidora de quien espera mucho más. Pero esta vez fue diferente porque algo muy adentro de mí sabía con exactitud lo que sucedería y, yendo en contra de su instinto de conservación, lo dejó suceder, fue testigo y nada más. Fue como una revelación: vi cómo mi yo del futuro, apartando la vista del teléfono donde leía una novela casi imposible de conseguir en papel, entraría a aquella librería nueva del barrio y tomaría justo el libro en el que se encerrarían esos pequeños seres humanos a escala, algo así como cien veces reducidos, a discutir sobre fútbol como gorilas que no saben de fútbol. Vi cómo esquivaría todos los estantes, el horroroso de novedades, el de terror y el de novelas con mayor razón hasta llegar a él, al libro mágico que serviría de refugio a los pequeños hombres. Lo tomaría con algo de misterio y lo abriría sin aviso, de súbito sorprendiendo a sus habitantes. Aunque los tendría en su mano, no sabría en ese momento si vivirían allí, un agujero rectangular en medio del libro, o sólo irían de visita y desde hace cuánto tiempo; no sabría tampoco si se trataría de algún club de lucha verbal clandestino. Vi cómo el vería cómo unos de ellos levantarían arengas a favor de Messi y otros, por supuesto, de parte de Cristiano Ronaldo. Vi cómo sonreiría solo un lado de su boca. Lo bueno, si la expresión cabe dentro de todo esto y dentro de sus diminutos cuerpos llenos de papel, sería que solo habría dos bandos en pugna. Lo cual, visto desde afuera de la librería, alivianaría las cargas por dividirlas en dos nada más. Por lo que contaría después en un texto mi yo del futuro (mi yo del presente si se está leyendo esto y el del pasado si ya fue leído) serían unos quinientos, poco menos. lo cual, de llegar a terminar mal, terminaría muy mal en caso de seguir así: no es lo mismo uno contra uno, en franca lid, a puño limpio hasta que alguno caiga y no pueda más o pida que no lo golpeen más a que cientos contra cientos se conviertan en un caos sin pies ni cabeza lanzando chorros de sangre sin ton ni son, dejando fosas comunes por doquier, adonde nadie irá a visitar a nadie. Vi cómo él vería la pelea llegar a su clímax, ansioso de conocer el final, pero que no terminaría en nada porque el librero llegaría a distraerlo con preguntas sobre sus gustos literarios y él cerraría el libro de un solo golpe, sonriente, respondiendo sin afán.
Como la pelea no tuvo un destino afortunado, final, digamos, entré a la librería luego de la visión a buscar el libro en donde sucedieron las cosas para darles una mano a los hinchas con mis conocimientos básicos de fútbol, casi nulos, pero suficientes para abrir cualquier ejemplar e interpretar las señales allí descritas por alguien del pasado que no sabría si llegaría vivo al futuro que ahora mismo es presente.