Michael Cimino murió en paz, rodeado de su familia y las dos mujeres que lo amaron. Nosotros también lo amamos. Con estas palabras Thierry Fremaux, director del Festival de Cannes, anunciaba el fallecimiento del director a los 77 años de edad. Su muerte ha sido una de esas noticias que pasan desapercibidas, incluso su existencia pasaba desapercibida para una gran mayoría de cinéfilos, muchos de los cuales quizás se sorprenderán al encontrarse frente a un texto dedicado a su figura, especialmente al comprobar su exigua contribución cinematográfica tras las cámaras –apenas 7 títulos y un fragmento de película colectiva- en una carrera que comenzó a principios de los 70.
A veces lleva mucho tiempo entender qué es lo que hacemos para llegar a la madurez. Conozco a un realizador que se sentaba en una habitación y veía una y otra vez la misma película de Bernardo Bertolucci con Jean-Louis Trintignant, El conformista (1970). Mucha gente hace eso, intentar encontrar ideas en las películas. Es lo que yo llamo «películas fotocopiadora»: Copias y copias y a fuerza de copiar ya no se ve nada. Todo lo que he hecho lo he hecho sin ir nunca a una tienda de películas ni a un videoclub. Y así he avanzado. Todos estamos en movimiento, nunca volvemos hacia atrás.
Michael Cimino.
El escenario de la vida de Salvatore Giuliano está sustentada por la escritura que él mismo se hizo de su propia existencia. Tenía un indiscutible talento así su muerte, ocurrida en 1950 y a pesar de los casi 200 asesinatos que se le atribuyen, no alcanzó a silenciar a todo Sicilia que lo lloraba como un héroe. El mensaje del más famoso bandido local ya había pasado y había superado las artimañas políticas para silenciarlo: las armas en la mano. Este era un ideal que siempre defendía. El rebelde atrincherado con su propio cuerpo de fieles escondidos en las lejanas montañas, combatía por una causa justa: la liberación de los oprimidos. Salvatore Giuliano no se contentaba con soñar y siempre pasaba a la acción. Asesino implacable para algunos, emulación de Robin Hood para los otros, pero para todos, el miedo que inspiraba era fuente de fascinación. Era a la vez feroz y generoso. Idealista y pragmático. Así, uno se puede imaginar la seducción que puede desprender un personaje así en un cineasta como Michael Cimino, un director tentado a inmiscuirse en el corazón de los personajes ambiguos.
El Siciliano (1987) es, ante todo, la descripción de los límites que enmarcan la personalidad de Giuliano, un hombre fascinado, seducido y defendido por todos los poderes. En su puño recoge los frutos de las voluntades campesinas y solamente los hechos son los encargados de hacerlo detener. El hecho es que Salvatore comienza a derrumbarse cuando creía que los campesinos sicilianos, al borde de la miseria, van a una manifestación. Y sin embargo su caída es inminente, cuando piensa que frente a la triple alianza de la iglesia, de la aristocracia y la mafia, los tres verdaderos poderes que existían en Sicilia, él podría seguir con sus obsesiones hasta el fin. En el momento en que creía haber ganado la partida, Salvatore descubre que ha sido manipulado, que él no era más que un peón en una estrategia ajedrecística que lo atravesó sin darse cuenta. La caída es irreversible. La película de Michael Cimino, El Siciliano es también, la puesta al día, el ajuste de cuentas de la cara oculta de una leyenda.
El guión –escrito por Steve Shagan y basado en la novela homónima de Mario Puzo- no peca por exceso al ponerse cara a cara frente a la verdad histórica. El realizador estadounidense, Michael Cimino –nace en Nueva York en 1933 y muere el 2 de julio de 2016 en Los Ángeles, colaboró en la escritura de los guiones para las películas Silent running, Magnum Force y The rose con Betty Midler. Realiza su primer largometraje en 1974 con Clint Eastwood, Thunderbolt and lightfoot; El francotirador con Robert De Niro en 1978, Las puertas del cielo con Kris Kristofferson e Isabella Huppert en 1984; El año del dragón con Mickey Rourke en 1985; El Siciliano con Christopher Lambert en 1987; Horas desesperadas con Anthony Hopkins en 1990; The Sunchaser con Woody Harrelson y Anne Bancroft en 1996- ha dirigido esta epopeya por esa misma senda que impulsa ese propósito. Y ha sabido manejar todos los tejidos de lo romanesco, de lo novelado, creando personajes cuando la acción los necesita, imaginando entrevistas secretas –plausibles sino verídicas-, transforma en momentos de cólera visuales, los menores actos y gestos de sus héroes protagónicos. Pero siempre alternando todo esto con los amplios movimientos de un cuadro costumbrista y los brutales azotes de la violencia. Porque Michael Cimino, por fin, registra lo que oculta la propia naturaleza; es decir, su propia esencia. Porque se escapa con acierto de las trampas seductoras del énfasis gratuito.

La interpretación actoral está a la altura de las ambiciones del proyecto. Rodeado de actores de reparto que poseen una gran versatilidad dramática, Christopher Lambert es exactamente el Salvatore Giuliano que el relato describe. Es menos un personaje protagónico monolito que una personalidad de múltiples facetas. Entre sus facetas no pierde su caracterización y no sucumbe a ella. Porque una leyenda jamás se discute. Y uno de los actores que gravita alrededor de Salvatore es Aspanu Piscotta, interpretado por John Turturro, el hombre y amigo que supo traicionar a su hermano y lo inició en los mismos ritos de su ejemplo. John Turturro nació en Brooklyn de padres italianos y aprendió su oficio en Yale, en la Escuela Dramática y comenzó a interpretar pequeños papeles en películas de William Friedkin, Woody Allen, Susan Seidelman y Martin Scorsese, específicamente en El color del dinero en donde interpreta al joven jugador de billar estafado por Paul Newman. Como director lleva ya películas: Aprendiz de gigoló (2013), Passione (2010), Romance & Cigarettes (2005), Illuminata (1999) y Mac (1992).
Hablando sobre la experiencia durante el rodaje de El Siciliano, John Turturro dio las siguientes declaraciones para “Cahiers du Cinema”: La manera como Michael Cimino expresa cómo deben ser volver rodadas las escenas o secuencias, da la impresión de encontrarse uno en un remolino de movimiento intangible. Raramente, entre los dos, surgía algún desacuerdo, muchos de los actores decían de mi papel que era como el “estafador”, pero este no es mi punto de vista, sino el del director. Nuestro punto de vista, esa que esa tipificación humana, mi personaje, tenía que ocupar una situación límite. Pero las cosas no eran claras: no es que yo tuviera el propósito de traicionar, es un excelente punto de partida, a pesar de que se sabía todo lo que iba a hacer un personaje, no había la posibilidad de que surgiera la sorpresa. Cuando Cimino me dio las indicaciones para jugar, para interpretar y para actuar, fueron dictadas por el punto de vista de mi personaje.
Y esta era la primera vez que John Turturro viajaba a Sicilia, el lugar de nacimiento de sus abuelos. Cada lugar de rodaje ha sido toda una sorpresa. Es como sentirse en un sueño. No podía creer que la barbería era un decorado. Tengo un tío que es pintor y gracias a él conocí a muchos pintores y Cimino me hizo pensar en un pintor. En algunos momentos, cuando lo miraba, lo imaginaba en su taller. Él vive una experiencia interior, es la naturaleza calma, no es un extrovertido, y en ese trabajo que hizo le fue necesario cambiar un poco.
Salvatore Giuliano nace en un momento crítico en la historia de Sicilia. Las personas morían de hambre y el único medio de nutrición era el “mercado negro”, conocido como el robo de alimentos. Algunos encontraban oportunidad, otros no. Giuliano hacía parte de los desafortunados. Su propósito era hacer de Sicilia un país libre y unirlo, eventualmente a los Estados Unidos. Le escribió a Truman para exigirle esto último. En 1946, se podía ver toda la población de Sicilia, en los postes y en las paredes, la figura de un pequeño hombre que rompía las cadenas que retenían a Sicilia, en Italia y comenzaba a flotar en dirección hacia Norteamérica: ese pequeño gran hombre era Salvatore Giuliano. En 1914, lo que se denominaba como “la banda de Giuliano”, una brigada conformada por más de cinco ml campesinos, repartido en tres unidades: la armada, que se desplazaba en camiones; la que vivía en las ciudades y que servía de espías que informaba regularmente a Giuliano de los movimientos de la policía y del ejército; y al tercera unidad estaba formada de los llamados “paraguas”: familias o individuos que les cubrían sus actividades, los ocultaban, mentían por ellos, los escondían.
El mismo Michael Cimino se expresó así de la película: Lo que intenté hacer con mi película fue capturar la esencia de un sueño: el de Salvatore Giuliano.
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