«Bitácora del mensajero». Esto no es una reseña

Fotografías de Andrés Felipe Rivera.

 

Bitácora del mensajero, Cicuta Teatro (Pereira) en la VIII Muestra de Teatro Alternativo de Pereira, 25 de julio de 2016.

 

Las cosas sucedieron así. En el año 2011 llegué por equivocación, a regañadientes, a una residencia dramatúrgica en Manizales. Debía pasar una semana escribiendo una breve pieza teatral con personas que habían perdido el juicio. Verónica Ochoa, mi tutora asignada por el diablo, creo, en su infinita misericordia, me pervirtió al enseñarme los innúmeros rostros de la escritura poética. Me enseñó que los pájaros de la paranoia pueden exorcizarse en el papel, y que los poetas asesinados pueden discurrir por las tablas más vivos que nunca. «Siempre que pienso un poema, a alguien lo caga una paloma», anoté, mirando la imagen de Magritte que ella me entregaba donde un pintor dibujaba una paloma, tal vez, con ceniza.

Más allá del infortunio que ya consistía estar allí, tuve que enfrentarme al hecho nefasto de compartir habitación con César Salazar. «Cicuta», intuí. Un muchacho que bebía café oscuro de una manera desesperada y que no le gustaba hablar, tan embebido como mantenía en sus enigmáticas intenciones. Cuando por fin musitó palabra me dijo que iba a escribir sobre UFOS. «Qué raro», le dije. «Raro usted que va a escribir sobre pájaros», respondió. Y agregó:

˗Y no me gusta el contacto.

˗¿Extraterrestre?

˗No, hombre, con la gente.

˗Ah… A mí tampoco.

Las minucias de aquella sobrevivencia tal vez carecen de importancia. A mí me quedó «Infierno lento», una intención fallida de poner en la dramaturgia los últimos días de Orlando Sierra, la paranoia, el miedo creciente a los pájaros, mi admiración infinita por Verónica Ochoa, y a él «Bitácora del mensajero»,  y la triste certeza de tener que cargar con mi amistad hasta el fin de los días. La bitácora de Enrique Castillo limitaba entre el sueño y la alucinación. Se dejaba ver a un hombre con una ocupación inútil, lleno de emprendimientos sin solución, con la mente en una altura que sobrepasaba las nubes para columbrar pleyadianos, y que desde su abducción y su cercanía con Roswell se había empeñado en dar a conocer su sabiduría siendo un instrumento de seres del espacio, se había empeñado, pues, en acabar con su matrimonio y apostarle todo al fracaso, a la soledad.

Bitácora del mensajero, 2011
Invitación a una lectura dramática de la obra en 2011.

En esa febrilidad aparecía Doris, su simpática asistente, nerviosa mujer con vocación de tropezar con el mundo, y se confundía con su esposa en medio de la surreal atmósfera del relato. Aparecían también el argentino Fabio Zerpa y su acompañante y entonces todo parecía una torre de Babel en medio del trópico. Uno daba una orden en inglés, otro preguntaba qué pasaba en español. Alguien lanzaba un sarcasmo en acento porteño, una mujer se reía porque tenía mucho miedo, como si por dentro la niña que fue condujera un carro a toda velocidad contra el precipicio y no atinara más que a reír. Y de repente estábamos en una nave extraterrestre y unos tipos nos saludaban telepáticamente. «Le estoy dando la mano», ¿decían?

-¿Nos están dando la mano? ¿También escuchó lo mismo?

-Parce, es teatro. Relájese.

-¿No escuchó lo mismo? Qué miedo.

En «Bitácora del mensajero» está el germen del teatro que hace Cicuta hoy en día. Tiene matices del desencantado Leví Tzu; del boxeador que camina el desierto, sin familia, sin nada, en búsqueda del mar indiferente y tiene, sin dudarlo, los cimientos de la autoficción, del elogio de la suciedad y el humor de «Robledo, el usurpador». Montada cinco años después de su gestación, esta obra trasluce el espíritu del grupo. Quienes entonces empezaban a hacer crecer la Muestra de Teatro Alternativo, integrantes de dos grupos distintos, quienes hicieran las lecturas dramáticas, ya esta noche, al lado de personas que con inaudita intrepidez han abordado la misma travesía, o como yo, han sido abducidos por SALAestrecha, nos ofrecen una función inolvidable, donde se encuentran la sátira, el monólogo, los detalles, la actuación y hasta la luz cómplice del espíritu de lo indecible, una obra cuya belleza, como su dramaturgia, reside en otra parte: en los materiales y no en su confección.

Pienso en este punto en la alegría de no ser un crítico, sino un espectador raso, en la alegría que me exime de concluir con elegancia estas palabras. Salgo a la calle y veo la luna inexplicable sobre Pereira, y recuerdo de súbito a Magritte. Siquiera esto no es una reseña.

@amguiral

Albeiro Montoya Guiral

Autor de los libros «Una vida en una noche», «Celebraciones» y «El aprendiz de tahúr». En Twitter: @amguiral.

2 comentarios sobre “«Bitácora del mensajero». Esto no es una reseña

  1. Comparto esa idea de no ser crítico de la historia de SALAestrecha. El deliete de este proyecto radica en eso. SIn miramientos, sin filtros en los ojos y la mirada fija en el alma de tan maravillosos artistas. Larga vida a este proyecto tan hermoso para que en un tiempo no tan lejano tenga la fortuna de volverlos a ver. Así como dicen que viajar es algo necesario en la vida, en este caso, verlos nuevamente hace parte de mi ritual para quemar mis alas gigantes y pesadas…Hay que aligerar el vuelo de vez en cuando y eso es lo que SALAestrecha logra en cada espectador.
    ¡Gracias infinitas por amar lo que hacen!

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