Faz

 

Imagen: Oiluj Samall Zeid

Que desapareció de la faz de la tierra. Es eso lo que suele decirse de quien se esfuma, ya sea por culpa de la mano del hombre o de la mano de dios, de cualquiera de ellos o, por qué no, porque se le antojó irse a la caverna más oscura de la tierra para vivir lejos de lo que lo alejaba de sí mismo. Se dice, a modo de consuelo también, o de señuelo, que por algo sería que sucedió, que eso no le ocurre a cualquiera, que fue porque dios quiso, que el destino es mudo pero no ciego, que el futuro es tan incierto que jamás llega a suceder. En fin, se dice de todo para intentar explicar lo que no tiene explicación, como si nuestras palabras sustentaran lo que no necesita abogados.

Algo así le sucedió al que fui anoche. Recuerdo que, luego de un día de trabajo como todos, más de diez horas frente al computador, se preparó para ir la cama y, ya en ella, tomó un libro que la noche anterior había dejado pendiente para continuar con su lectura. Luego de haber empezado en el capítulo donde lo indicaba el separador con forma de lápiz, color de lápiz, olor de lápiz, alma de lápiz y cuerpo de lápiz, desapareció de mi mente, de mis recuerdos, no lo vi más en mi memoria. Por más que repaso una a una las cosas que hizo desde que llegó a su casa, siempre, en el instante mismo de empezar a leer la primera palabra para continuar con el libro, todo desaparece sin explicación, como si, a partir de allí, una amnesia me hubiera invadido desde ese momento hasta esta mañana, cuando desperté recordándolo todo antes de esa lectura, como si la noche de anoche hubiera desaparecido de la faz de mi mente. He acudido ya a expertos en la mente y ninguno me satisface con sus argumentos, y ni qué decir de sus opiniones. También estuve revisando mi cuaderno de notas para saber si las pruebas allí plasmadas por mi puño y con mi letra me revelaban algo, pero no hallé más que unas frases sueltas y palabras sin conexión alguna, como siempre cuando tomo notas. Habrá que esperar unos años para que, en caso de no encontrar explicación a todo esto, estas palabras lo hagan y, por fin, pueda descansar de esta angustia que me agobia ahora mismo por no saber qué sucedió con el que fui anoche. Y es que, es muy grave porque, más allá de lo que puede creerse, pude haberme convertido en un detective que recorrió la cuidad toda la noche para dar con la mano criminal que desaparece a quien se le antoja, o en un taxista que en pocos minutos atravesó la ciudad para nada y en menos delo que cantó un gallo vio al alba de nuevo romperle los ojos, o en un asesino en serie que, luego de su jornada de trabajo, llegó a su casa a olvidarse para siempre de lo que acababa de hacer, o en un simple lector que pasó la noche en vela inmerso en un libro y despertó con dislocación de personalidad, o, nunca se sabe, quizá fui una piedra más que estuvo en las sombras todo el tiempo para nada, es decir, para todo. Aunque sea triste, porque la vida es así, triste, el que fui anoche desapareció para siempre sin importar qué haga para evitarlo, así como le sucederá al que seré hoy al final del día y, de igual manera, al que estoy siendo ahora mismo, o el que fui al empezar estas palabras y el que seré al terminarlas si es que el mundo no desaparece de la faz del universo antes.

Que desapareció de la faz de la tierra. Es eso lo que suele decirse de quien, porque sí, dejó de ser el que los demás esperaban que fuera por siempre, o por lo menos mientras los demás estuvieran presentes para no tener que elegir qué ver y qué no ver.

Sergio Marentes

Animal que lee lo que escribe. Cabecilla del colectivo poético Grupo Rostros Latinoamérica. Fue fundador de «Regálate un poema» y editor de la revista Literariedad. Colaborador de diferentes medios Hispanoamericanos con aforismos, poemas, articuentos, cronicuentos y relatos de diferentes tipos. Ha publicado el libro de relatos «Los espejos están adentro» y ocho libros de poemas que no ha leído nadie.

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