Alonso Sánchez Baute, autor de Al diablo la maldita primavera, Sex o no sex, Líbranos del bien y ¿De dónde flores si no hay jardín?, sostuvo una tertulia con Camilo Alzate en el marco del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales de Calarcá. Transcribimos para Literariedad algunos apartes de aquella charla.
Al diablo la maldita primavera, tu primera novela, tiene un torrente narrativo incontenible, casi una avalancha imposible de parar, a una sola voz: aquella Drag Queen que pavonea su identidad en la Bogotá de los años 90 ¿Cómo te salió ese personaje?
Realmente al principio eran dos personajes. Yo escribo mucho y la novela era muy extensa, casi del doble de como se publicó luego, con dos narradores: Edwin Rodríguez Buelvas y La Romerito, la contraparte de Edwin. Ese material quedó escrito a máquina e incluso no he querido botarlo, aunque no sirve, porque La Romerito le restaba demasiada fuerza al propósito de la historia: era el típico personaje gay atormentado, lleno de culpa, depresivo, así que al final saque del todo a La Romerito y dejé solamente la voz de Edwin.
Nunca pensé en “construir” una novela, ella salió. Si hay algo sobre lo que esa novela está construida es sobre el lenguaje. La mayoría de escritores siempre dicen que comienzan a escribir a partir de una imagen, yo lo hago a partir de una palabra: es la sonoridad lo que me inspira. Palabras que escuchaba, que me venían, seguía esa línea. Mi literatura se funda más en personajes que en historias.
En efecto, el relato es fluido y su protagonista se permite digresiones, introducción aleatoria de elementos, saltos inesperados en la trama, pero nunca resulta forzado.
Me he venido a dar cuenta después que eso era un placer para mí: la irresponsabilidad de la escritura. Yo no pensaba “esta novela va a cambiar el mundo, va a entrar al canon de la literatura, va a ser un pasaje para dar la vuelta al globo, para volverme millonario”. No sé si al resto de escritores les pase, pero la primera novela tiene el placer de que uno no carga con la responsabilidad de escribir una gran obra. Si es exitosa, las siguientes si tienen cierta necesidad al menos de conservar el nivel logrado; fue algo que me pasó con mi siguiente libro Sex o no sex, al final no me gustó mucho pues todo el tiempo andaba pensando que no mantenía el nivel de lo anterior.
Quizá sin pretenderlo Al diablo la maldita primavera terminó siendo un clásico de la literatura homoerótica en Colombia.
Yo no creo mucho en eso de la novela gay, porque así como las editoriales pueden utilizar esa apostilla para vender más, podría suceder todo lo contrario: una gran cantidad de gente no llega al libro precisamente porque es literatura homoerótica. Con la misoginia y el machismo que hay en este país si uno habla de literatura gay de entrada resta público, la gente dice “es una novela de maricas, que voy a leer eso”. Se deja de vender. Ahora, con respecto a los antecedentes de escritores cuyo asunto es la homosexualidad, hay unos temas que no son comparables. Hay unas preocupaciones en Al diablo la maldita primavera comunes con otras obras, pero como sucede en cualquier asunto literario depende de la narrativa, mucho más allá de que sean dos maricas que se están besando, porque a veces toda la clasificación para decir que es literatura homoerótica se limita a eso. Yo no compararía mi novela con Un beso de Dick, o con Matías, la novela de Fernando Ponce de León, o con El Divino de Álvarez Gardeazabal. Cada una tiene su narrativa y fue importante en un momento histórico, más allá de que en el fondo esos protagonistas tengan un interés similar. Es como decir que Romeo y Julieta tiene el mismo contenido que La María, de Jorge Isaacs.
Luego te distancias por completo en temática y género: Líbranos del bien es algo bien diferente, una indagación por la vida del guerrillero Ricardo Palmera alias “Simón Trinidad”, y el paramilitar Rodrigo Tovar Pupo alias “Jorge Cuarenta”.
Bueno, ahí lo que hice fue que jugué con dos modelos: el de la ficción y el de la no ficción. Está la voz mía y todo el mundo me dice que es aburrida en comparación con la voz ficticia de Josefina Palmera, un personaje literario que permite armar el relato. Claro, yo soy novelista, no periodista, por eso ese personaje sale mucho más fluido y divertido. Hace mucho tiempo me despreocupé por el problema de los géneros, en este libro lo que hago es una mezcla de recursos periodísticos – ahí está el perfil, la entrevista, la crónica, el reportaje – pero también de géneros literarios. Ya lo había hecho antes con Al diablo la maldita primavera, si tú te das cuenta la primera parte son nueve cuentos que puedes leer independientemente, la segunda parte tiene otro tono. En este libro intento ser claro con el lector y digo cuándo es ficción y cuando no, aunque mucha gente de mi pueblo me pregunta: “Oye, ¿cuál es la casa de Josefina Palmera?”, entonces me toca andar corrigiendo pues el personaje no es real.
Será porque el libro admite otra lectura, como si fuera una especie de historia reciente de Valledupar y los entresijos del poder allí.
La ciudad siempre juega un papel determinante en lo que yo cuento. Creo que era importante relatar la historia de Valledupar para dar un contexto –casi que etnográfico– que permitiera entender los dos personajes. Ambos salieron de una ciudad que se hizo famosa los últimos cincuenta años por su música bellísima, donde todo es mítico, todo es parranda, pero detrás está el fango. Entonces había que contar todo ese fango de esas familias que construyeron la ciudad, pero que fueron a su vez las principales protagonistas del paramilitarismo cuando se vieron atacadas por la guerrilla. Allí el 95% de los ganaderos, que eran los ricos, se pusieron de acuerdo para que pasara lo que pasó. Era necesario contarlo para comprender el destino de ambos personajes.
¿Tuviste el propósito de reencontrar a Ricardo Palmera y a Tovar Pupo con su pasado, con lo que fueron antes que la guerra los convirtiera en Trinidad y Cuarenta?
Ese no era mi afán. Pero yo pienso que el papel del escritor es tratar de contar la historia desde los zapatos del otro, tratar de entender quién es ese que estas narrando. Me gusta recordar una anécdota de Al diablo la maldita primavera, pues en ese tiempo yo iba al gimnasio disciplinadamente de domingo a domingo, y de tiempo atrás había una pareja de hermanos, uno mi amigo -a quién incluso hice un homenaje en el libro dándole su nombre a un personaje- el otro un tipo supremamente macho y pedante, quien jamás durante tantos años me saludó, ni nos hablábamos siquiera. Un día, cuando ya salió la novela, yo estaba alzando pesas, de repente alzo la vista y él está ahí mirándome, entonces le dije “qué hubo”. Él, con un tono arrogante me dice “yo sólo le quiero decir una cosa: no le perdono que me haya hecho sentir marica durante cinco minutos”. «¡Lo logré!» me dije. Ahora somos grandes amigos. Es eso: lograr que otra persona se ponga en los zapatos del personaje, de eso se trata la literatura.