Juego del ahorcado

Por Juan Fernando Ramírez Arango

 

 El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas.

(El bueno, el malo y el feo. Sergio Leone, 1966)

 

Apuesto que no sabías que, Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, llevaba consigo a la hora del magnicidio, a eso de las once de la noche del 8 de diciembre de 1980, una edición de bolsillo de El guardián entre el centeno de Salinger. Y que, además, declararía el mismo Chapman después, estaba convencido de que ese libro decía que asesinara a John Lennon. Una interpretación asaz interesante, porque esa novela ya había cobrado una vida, la vida pública del mismo Salinger, quien, tras el éxito masivo del guardián, decidió convertirse en ermitaño. Y luego de la muerte del ex Beatle, dos nuevas lecturas obsesivas del primogénito de Salinger motivaron otros dos intentos de asesinato a figuras públicas, uno fallido, al entonces presidente Reagan, y el otro certero, a una actriz naciente.

Este extraño caso literario, considerando que, por otra parte, es un libro de lectura obligatoria en las preparatorias de las barras y las estrellas, me recordó una extraña definición que alguna vez emití casi maquinalmente, en un acto deliberado de mi cerebro de reptil para seducir a una mujer mientras alistábamos el DVD de Reservoir Dogs. Ella me preguntó, a propósito de la expectativa que yo había creado alrededor del filme: ¿Qué es una película de culto? Yo respondí teniendo como hilo conductor a Tarantino, asociando dos cosas, una de sus máximas, “la cámara se inventó para besar y matar”, y el título de otra de sus producciones, pero como guionista desvirtuado. Una película de culto, dije, es una que recaude 100 millones de dólares, prometa matar a un espectador y cumpla. Una película de culto es la que define al espectador: tú eres un asesino por naturaleza. La siguiente hora y algo más de Reservoir Dogs, me la pasé cavilando esas palabras, un poco intimidado por ellas, a lo mejor por acechar el campo semántico de varios cultos de los que estoy completamente alejado, esto es, cualquiera de orden religioso o político, o una simbiosis de ambos en una especie de arma de destrucción masiva.

Lo que no sabía en ese momento de nihilidad, era que, en medio de mi juego de seducciones proyectado en la definición, paradójicamente, yo también estaba siendo persuadido por una referencia mucho más profunda que las de Tarantino. Revisando mis notas, encontré poco después una que llenaba ese vacío impar. Era de un autor anónimo y había sido citada por Canetti en un discurso pronunciado en Munich, en 1976, titulado La profesión del escritor. La nota está fechada el 23 de agosto de 1939, una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Y 37 años más tarde, da pie a Canetti para definir lo que sería un escritor: “alguien que otorga particular importancia a las palabras; que se mueve entre ellas tan a gusto, o acaso más, que entre los seres humanos; que se entrega a ambos, aunque depositando más confianza en las palabras; […]; que las palpa e interroga; que las acaricia, pule y pinta, y que después de todas esas libertades íntimas es incluso capaz de ocultarse por respeto a ellas” (Canetti, 1981: 227)[1]. Palabras que se ajustan tanto a Salinger, que bien podrían ser los motivos que el Salinger privado le expuso a su par público mientras hacía que éste último cavara su propia tumba. Palabras que se avienen aún más al Salinger eremita, acaso para ser su largo epitafio. Lápida que vista a través del espejo de doble fondo de la realidad, refleja un fantasma democrático, el de responsabilizarse motu proprio por el alcance de las palabras. Luego, en ese sentido, ¿fue Salinger el autor intelectual de la muerte de John Lennon? La respuesta incompleta es Sí. Para una respuesta plena, habría que matizar la situación.

Según la escritora rusa Nadezhda Mandelstam[2], en los años treinta del siglo anterior, casi por decreto de Stalin, el verbo escribir sumó una nueva acepción a su significado, la que, calzándose las botas de todo régimen absolutista, aplastó a todas las demás. Escribir significaba informar, denunciar, asesinar por difamación. La profesión del escritor se concentraba en aquellos que redactaban informes para los organismos de control del estado. Y el proceso creativo se reducía a prestar un antiguo juramento del siglo XVI, instaurado en el reinado de Iván el Terrible: “Espía o muere”. En esa consigna, se sabe que el escritor soviético más prolífico de esa época, fue una mujer de apellido Nikolaenko: gracias a sus textos murieron unas 8 mil personas, Stalin la consideraba una heroína nacional.

¿Fue Salinger el autor intelectual de la muerte de Lennon? La respuesta completa es Sí, en una dictadura total. El culpable sería torturado por varios días, y si viere la luz al final de la tortura, sería fusilado en el paredón, para, acto seguido, ser enterrado en una tumba sin nombre, nomen nescio como, lógicamente, hubiera soñado en vida Salinger.

A propósito de tumbas sin nombre, la nota del autor anónimo es la siguiente: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la…”. La última palabra tiene una extensión de equis letras que dejo a tu juicio de lector. ¿Apostamos algo más?

Posdata: Recientemente, el Telegraph de Londres seleccionó los 50 mejores libros de culto de la historia, suponiendo que un libro de culto es el que la gente se pone como una chaqueta de cuero o lleva consigo como un tótem. El libro que te cambia la cabeza…El guardián entre el centeno es uno de los primeros de esa lista negra.

[1]Canetti, Elias. (1981). La conciencia de las palabras. México, D. F.: Lito Ediciones Olimpia.

[2]En: Amis, Martin. (2004). La Acusación anónima. Koba el temible: la risa y los veinte millones (pp. 152-156). España: Anagrama.


Juan Fernando Ramírez Arango, es economista arrepentido de la Universidad Nacional de Colombia y desertor del décimo semestre de Letras: Filología Hispánica, Universidad de Antioquia. Es escritor y paseador semi-profesional de perros, en los barrios Florida Nueva y Laureles, Medellín. Además de haber sido finalista del Premio Nacional de Cuento de La Cueva, ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de cuento de la Universidad Externado de Colombia… ¡Bah! Aquí otro texto lado zeta del mismo autor: http://www.revistacronopio.com/?p=10981

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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